El rock nacional y el tango

Para ser rigurosos habría que decir que las comparaciones son difíciles o deben ser atendidas con mucha cautela. Son diferentes los contextos históricos, los recursos expresivos, la mitología que cada género funda. Tampoco es lícita la competencia obtusa acerca de cuá

l es mejor. Los dos géneros están allí. Poseen su historia, sus leyendas, sus esfuerzos creativos y algunos puntos de comunicación que, con las advertencias del caso, merecen indagarse.

En principio, habría que decir que una evaluación medianamente objetiva puede hacerse a través de la complejidad musical y poética de sus manifestaciones. Para evitar malos entendidos, importa advertir que toda evaluación estética de los géneros debe hacerse efectiva sobre la base de sus expresiones -músicos, poetas- de mayor calidad. Pretender juzgar al tango por ese monumento al adefesio que es “El tarta”, por ejemplo, es tan desleal como pretender juzgar al rock nacional por “Limbo rock”.

No fueron pocos los tangueros que subestimaron -o subestiman- al rock nacional. En los años cincuenta o sesenta esa subestimación había adquirido un tono agresivo y resentido que no hacía otra cosa que fortalecer la leyenda más negativa acerca del tango: vulgaridad, violencia. La descalificación contra el rock era artística, pero también generacional. Los rockeros eran frívolos, livianos, tilingos y hasta de dudosa virilidad. La hombría, el talento, la profundidad la encarnaba el tango. No es casualidad que esa retórica conservadora y reaccionaria haya coincidido con los períodos de mayor decadencia del tango. Astor Piazzolla fue el punto de partida no sólo de una renovación estética sino de una mirada diferente acerca de la música y de lo que estaba pasando en el mundo y en la vida de todos los días. Como me dijera un gran director de orquesta, “Piazzolla nos puso a estudiar a todos”. En ese esfuerzo de renovación por adecuarse a los nuevos tiempos, el rock nacional empezó a ser entendido. Es más, algunos de los nuevos músicos del tango empezaron a compartir escenarios con jóvenes rockeros. El entendimiento generacional en este caso vino de la mano del diálogo cultural y la apertura a experiencias diferentes.

Por su parte, los rockeros -sus mentes más lúcidas- pronto advirtieron que un tanguero no necesariamente era un gángster o un viejo anacrónico, sentimental y cursi. Los nuevos músicos y poetas percibieron que en la Argentina y, muy en particular, en su mundo urbano, no se puede -y hasta es una tontería renunciar a ello- hacer poesía o música prescindiendo de la enorme y riquísima tradición tanguera.

Antes de que algún tanguero se digne a hablar bien del rock. -Roberto Goyeneche lo hizo y, según cuenta su nieto, Edmundo Rivero, escuchaba rock- los rockeros empezaron por admitir ese legado. El nombre de Carlos Gardel, Alberto Marino o Floreal Ruiz, comenzó a ser pronunciado con cariño y respeto. Y algo parecido ocurrió con Pugliese, Troilo, Di Sarli o Salgán.

En 1969, Pedro y Pablo incorpora un bandoneón a su banda. Son los primeros, pero no los últimos. El tango por su lado suma la guitarra eléctrica, el bajo y la batería. Siguen siendo diferentes -nunca van a dejar de serlo y está bien que así sea- pero el diálogo está abierto y de él se benefician y nos beneficiamos todos.

La leyenda señala que el tango canción se inició con “Mi noche triste” en 1917. Pascual Contursi y Carlos Gardel fueron los forjadores. La fecha fundacional del rock nacional se produjo cincuenta años después con “La Balsa”. Sus forjadores fueron Litto Nebbia, Tanguito y Los Gatos. Las letras se inician con giros parecidos. “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida” y “Estoy muy solo y triste en este mundo abandonado”. Después las diferencias son evidentes. El personaje del tango se hunde en el dolor, no puede salir del pasado, mientras que el héroe del rock se dispara hacia el futuro; ese futuro en la cultura hippie de los sesenta puede circular desde la libertad a la locura o ambas cosas a la vez, pero es el futuro.

Desde el punto de vista musical, el tango para 1917 se ha venido transformando con influencias de diferente tipo, influencias que incluyen la incorporación de nuevos instrumentos. El rock ha empezado ha dejar de ser rock para ser rock nacional. A la imitación le ha sucedido la creación y ella incluye registros musicales y poéticos nuevos.

En “Avellaneda blues”, de Claudio Gabis y Javier Martínez, la influencia del tango ya es evidente y confesa. “Vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado/ tren de carga, el humo y el hollín están por todos lados/ Hoy llovió y todavía está nublado”. Algo parecido puede decirse de “Lunes otra vez” de Charlie García. “Lunes otra vez sobre la ciudad; la gente que ves vive en soledad/ siempre será igual nunca cambiará/ lunes es el día triste y gris de soledad”. En las misma línea se inscribe el tema de Sumo, “Mañana en el Abasto”: “José Luis y su novia / se besan ahí por el Abasto/ yo paso y me saludan/ bajo la sombra del Abasto”.

Según Discépolo, una canción popular es aquella que logra que un problema personal se identifique con el problema de todos. También se dice que las buenas letras de tango se distinguen por contar excelentes historias. Pues bien: “Catalina Bahía”, “Muchacha”, “Ana no vuelve”, “Laura va”, por mencionar las que tengo más a mano, narran historias de amor. El poema de Adrián Abonizio, “De regreso Mirta”, posee una marca tanguera insoslayable, marca que, según me dijeron, su propio autor reconoció.

Lo que hay que preguntarse, en definitiva, si es posible en Buenos Aires o en el mundo urbano argentino, escribir letras populares prescindiendo de la herencia tanguera. Sobre todo en sus versiones más elaboradas. Pienso en poetas como Manzi, Discépolo, Flores, Cadícamo, Contursi, García Jiménez o Expósito, por mencionar los más clásicos. Asimismo, todo tanguero debe preguntarse por qué desde hace más de treinta años o cuarenta años -y me quedo corto- no se escriben letras de tango que merezcan ese nombre. La respuesta a este interrogante no es sencilla. Modificado el paisaje real y mítico, alterado el escenario social, también se modifica la manera de percibir la realidad, de construir los poemas. Dicho con otras palabras: no se puede escribir poesía tanguera como en 1930 ó 1940. Es imposible y lo que se hace sale mal. No es que no haya más poetas populares, lo que no hay más es ese paisaje mítico que hizo posible al tango.

Tal vez así se explique que las historias de amor, los dramas y sinsabores se relaten en otro tiempo, con otro ritmo. Ese ritmo, esa percepción es el que logró el rock nacional. ¿Significa esto que el tango ha perdido vigencia? Nada de eso. El tango hoy está más vigente que nunca como música, danza y poesía. Puede recrearse y ampliarse, pero desde el punto de vista de su desarrollo ya ha agotado sus posibilidades. Que nadie se persigne y se alarme. Haber agotado sus posibilidades no quiere decir que haya que arrojarlo a la basura. En la música y la poesía esto quiere decir que ha derivado en un género clásico, la máxima aspiración de todo género.

Hoy el tango es la exclusiva carta de credencial argentina en el mundo. No tenemos otra. Es también nuestro principal factor de exportación y objeto de consumo turístico. Su vigencia es asombrosa y ejemplar. Hace rato que no se escriben letras de tango importantes, pero tampoco es necesario. El capital artístico registra alrededor de quince mil letras pero, pasando en limpio, podemos decir, sin exagerar, que hay alrededor de quinientos tangos que nunca van a perder vigencia. Con semejante legado no hace falta nada más.

Por otra parte, su vigencia musical y poética se ha extendido a todos los géneros: el jazz, el folclore y el rock nacional. Spinetta consagró su “Muchacha” y Pedro y Pablo su “Catalina Bahía”, mujeres que se suman a la galería notable de heroínas tangueras como Malena, Gricel, Ivonne, Estrella, Rubí, Milonguita, Tamar, Mimi Pinsón, Claudinette. Allí hay poesía y de la buena. Ni machismo ni sentimentalismo liviano. Poco importa que esos poemas hayan sido escritos en algunos casos hace más de setenta años. En poesía y en música lo que es bueno es bueno siempre. Y el tango, en ese sentido, ha rendido con muy buenas calificaciones todas las asignaturas.

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