Es uno de los grandes poemas tangueros. A mí me gusta particularmente, entre otras cosas porque está muy bien escrito, pero, además, porque la poeta Idea Vilariño aseguró en una entrevista que era el tango preferido de su gran amor, Juan Carlos Onetti. Provisto de esa información, de allí en más el personaje del tango es -para mí- el autor de “El astillero”. Me parece verlo al maestro, solo, en la mesa de un bar, el saco holgado y la corbata con el nudo debajo del segundo botón, con un vaso de whisky y un cigarrillo, mientras de algún lugar la voz de Gardel dice: “Soñé y calmé mis penas junto a tu corazón/ tus manos en mis locos y ardientes desvaríos/ pasaron por mi frente como una bendición”. Y no olvidar que esa bendición se llamaba Idea Vilariño.
La primera versión que escuché de “Tus besos fueron míos”, fue la de Carlos Dante con la orquesta de Alfredo de Angelis grabada en 1952. Es muy buena y, en mi caso, tiene el valor afectivo de ser la primera. Pero después tuve la oportunidad de disfrutar de las dos versiones de Carlos Gardel con guitarras de Ricardo y Barbieri, ambas grabadas en 1926. Las dos me encantaron.
La versión del “Morocho del Abasto” interpreta toda la letra, porque la de Carlos Dante omite la tercera estrofa, lo cual priva a los oyentes de disfrutar de uno de los versos más logrados del poema: “Después te irás borrando perdida en los reflejos/ confusos que el olvido pondrá a mi alrededor/ tu imagen se hará pálida tu amor estará lejos/ y yo erraré por todas las playas del dolor”.
Hubo otras versiones que merecen destacarse: la de Ignacio Corsini con guitarras en 1930; la de Oscar Alonso con la orquesta de Carlos García en 1969; la de Ricardo Tanturi y la voz de Roberto Videla en 1946, y la versión de Francisco Canaro con la voz de Ada Falcon en 1936. O la interpretación de Eduardo Espinoza acompañado del Sexteto Mayor en 1978. Conozco, por último, la versión de Rosita Quiroga, pero no dispongo de datos acerca de la fecha de grabación y el nombre de los músicos que la acompañaron.
“Tus besos fueron míos” fue escrito en 1926 por García Jiménez, el autor de “Siga el corso”, “Escolaso”, “Bajo Belgrano”, “Lunes”, “Zorro gris”, por mencionar algunas de sus excelentes realizaciones. La música es del gran Anselmo Aieta, compositor entre otra temas de “Ya estamos iguales”, “Tan grande y tan sonso” y “ Palomita Blanca”. Aieta integra con Laurenz y Maffia una suerte de santísima trinidad de la composición musical de la década del veinte.
La letra de “Tus besos…” retoma un tema clásico del tango, pero con una singular vuelta de tuerca. Hay muchos tangos que hablan del amor perdido, de la mujer que se fue, pero en este caso el amor perdido posee una presencia física. El hombre desde su derrota, su resentimiento, su vejez, su fracaso, la ve a pasar a ella.
“Hoy pasas a mi lado con fría indiferencia”, dice el primer verso. Se presume que la mujer debe de estar muy enojada con el hombre para que ni siquiera sus ojos detenga sobre él. ¿Qué le hizo? ¿Por qué se separaron? No lo sabemos. La letra a lo sumo se limita a decir que “…y yo he perdido por mi inconstancia…”. Esa imprecisión mejora al poema. No saber lo que ocurrió amplía el clima poético. Lo que vale en todos los casos es esa escena: él parado en una esquina, o sentado a la mesa de un bar y ella que pasa, altiva, indiferente, hermosa.
Para que la escena tenga efecto, está claro que él debe seguir enamorado, porque nadie se inspira por una mujer o una ex mujer por la que ya no siente nada. Él debe estar enamorado y ella no. Y ella, además, debe estar bien en todo el sentido de la palabra, mientras que él debe ser el símbolo de la derrota. Los últimos versos de la primera estrofa son particularmente bellos: “Y sin embargo vives unida a mi existencia/ y tuyas son las horas más gratas que viví”. Esa relación entre la mujer que pasa indiferente y que fue la mujer más importante en la vida de un hombre, es la que le otorga a la escena un singular dramatismo.
“Dicha pasada”, un tango de Guillermo Barbieri, escrito en 1926 y muy bien interpretado por Miguel Montero y Julio Sosa insiste con la misma imagen: “Ayer cuando te vi tan altanera/ pasar con el que fuera mi rival”. En este caso, el hombre no admite estar derrotado; la infiel, la desagraciada, es ella. “Pero, hoy no sos la misma que eras antes/ la luz que hubo en tus ojos se apagó/ tenés una amargura en el semblante/ que nadie a de saberla como yo” ¿Por qué esa amargura? El poema no lo dice, pero lo sugiere.
En “Confesión”, el personaje dice: “Hoy después de un año atroz, te vi pasar, me mordí pa’ no llamarte; ibas linda como un sol, se paraban pa’ mirarte”, También pertenece a Discépolo, “Esta noche me emborracho”: “Flaca, fané descanganyada, te vi esa madrugada salir del cabaret”. Pero Discépolo, como corresponde con su estilo, esta vez introduce un cambio en el clásico encuentro: la bronca, el dolor, se produce porque la derrotada es ella. Lo que a él lo va a obligar a “mamarse pa’ no llorar” es verla a ella arruinada, degradada físicamente. “Parecía un gallo desplumao, temblando al compadrear su cuello picoteao”.
Hay otro tango terrible de Discépolo. Se llama “Quien más, quien menos”. Esta vez el encuentro se produce no en la calle, sino en un cabaret. Él descubre a quien fuera su primera novia trabajando en un cabaret. El tango concluye con una de las frases más amargas del repertorio de Discépolo: “Quien más quien menos, por mal comer, somos la sombra de lo que soñamos ser”.
El tango “Las vueltas de la vida”, de Manuel Romero y Francisco Canaro -que Edmundo Rivero interpreta como los dioses- trata este tema desde otra perspectiva: “Parado bajo la lluvia que me empañaba la vi pasar”. Esta vez la derrota del hombre es total. La mujer que pasa en auto limousine no reconoce a su antiguo amor. Supone que es un mendigo y le da una limosna. El hombre evoca tiempo mejores, de cuando disponía de auto propio y hacia regalos caros, mientras que ahora, ella le da una limosna.
Hay un tango de Luis Rubinstein escrito en 1948 que se llama “Tu perro pekinés”, que desde la ironía se refiere al tema del encuentro en la calle.: “Muriéndome de hambre y frío, corazón, te vi pasar , con el auto que fue mío y el tapado de visón”. Otra vez el hombre derrotado por la pobreza y ella que pasa a su lado exhibiendo joyas caras, autos, choferes y, en este caso, un perro pekinés. “Tus ojos vieron mis ojos, pero no vi tu rubor, sentí temblar tus despojos y tu perro me ladró”. Convengamos que hay que estar bien en la mala para que, además de soportar la humillación de ser desconocido por la mujer que alguna se vez se amó, el perro faldero de ella se dé el lujo de ladrarte.
Cómo no mencionar la deliciosa milonga de Nicolás Luis Cúccaro con letra de Ernesto Nolli y Orlando D’Aniello, “Silueta porteña”, escrita en 1946 y llevada al disco, entre otros, por Argentino Ledesma y la orquesta de Héctor Varela . En este caso, el pasaje de “la mujer está vinculado con la orgullosa y placentera admiración a la belleza. “Cuando tú pasas caminando por las calles, repiqueteando tus taquitos en la vereda”. Y dice luego: “…y los piropos que te dicen los muchachos, como florcitas que a tu paso te ofrecieran…”. Esta mujer es un paradigma, un ideal bello y lejano como un sueño.
“Como dos extraños” de José María Contursi y “Tan sólo por verte” de Alfredo Lorenzo, se refieren a este encuentro en la calle. En uno, el resultado es el desencanto; en el otro, la admisión de que se puede regresar al barrio pero no al viejo amor, aunque en este caso, el desenlace se suaviza porque “un ángel muy rubio corrió hasta tus brazos/ se hundió en tu regazo, te llamó ¡mamá!/ y al verte dichoso feliz me he sentido/ y al barrio querido no he vuelto jamás”. La versión de Julio Sosa es muy buena. Por último, cómo no señalar, aunque sea al pasar, el tango de Claudio Frollo “Sólo se quiere una vez”, grabado entre otros por Gardel y Marino.
La versión de Carlos Gardel de “Tus besos fueron míos” introduce algunas leves modificaciones a la letra. “Hoy pasa a mi lado”, dice el original, pero Gardel dice “Hoy pasas POR mi lado”. “Sané y calme las penas junto a tu corazón”, dice García Jiménez, pero Gardel dice “SOÑÉ y calmé mis penas junto a tu corazón”. “Y no respiro más la fragancia”, dice el el autor . “Y no respiro la SUAVE fragancia”, dice Gardel. Le pregunté a un amigo devoto del Morocho por qué esas modificaciones. Me dijo que no conocía el motivo, para después agregar: “De todos modos, él sabrá muy bien por qué lo hizo… Carlitos nunca se equivoca”.