Decir que en Santa Fe hace calor en febrero es repetir un lugar común. El calor en Santa Fe habitualmente continúa en marzo y a veces sigue de largo hasta bien entrado el año. En 1994, el año de la Constituyente que se inició en junio, el primer mes hizo un calor infernal, al mejor estilo santafesino. O sea que más que habituados al calor -nadie se puede habituar al infierno- estamos resignados, confiando en la potencia de los acondicionadores de aire y la calidad de las heladeras para enfriar las bebidas. No queda otra.
—Salimos a la calle a decirle al gobierno que el pueblo argentino no acepta ajustes y, mucho menos, que nos impidan manifestarnos -declara José.
—Aramos, dijo el mosquito -replica Marcial-; en Santa Fe si salieron a la calle fue para tomarse una cerveza en algún bar, porque manifestaciones no hubo y la mayoría de la gente fue a trabajar.
—De todos modos -dice Abel-, lo que resulta ejemplar es que los señores gremialistas, los de ATE en este caso, le largaron un paro nacional a Macri a dos meses de haber asumido el gobierno. Rompieron todos los récords, porque a De la Rúa le largaron el primer paro a los tres meses y a Raúl Alfonsín a los nueve meses. O sea, que los muchachos se van superando.
—A esto agregale -digo- que a Duhalde y a Kirchner nunca le hicieron un paro; con Menem esperaron más de tres años para hacerle algo parecido; y con la que te dije, esperaron más tiempo.
—Es que como dijo mi tío -lanza Marcial-: los peronistas cuando gobiernan roban y cuando pasan a la oposición incendian.
—No comparto tus palabras -digo.
—Muy gorila -exclama José. Nosotros no tenemos la culpa si expresamos al país real, con sus virtudes y sus defectos.
—Sobre todo con sus defectos -agrega Marcial.
—Los peronistas -continúa José sin prestar atención a las chicanas de Marcial- gobernamos provincias, ciudades, pueblos, controlamos sindicatos y cámaras empresarias, manejamos movimientos piqueteros… podemos perder una elección por poco, pero, insisto, el país real somos nosotros.
—Dios me libre y me guarde- musita Marcial.
—No estoy tan de acuerdo con vos -dice Abel, mirando a José-; los peronistas son muchos pero no son todos. Es más, en las horas decisivas el país se divide en dos, y más de una vez los no peronistas han sido más que los peronistas. O sea, que no hagan tantas gárgaras con su realidad mayoritaria, porque la mitad del país nunca fue peronista ni tampoco tiene ganas de serlo.
—Lo que pasa -observa José- es que, como dijo el general, nosotros no somos tan buenos, pero los que vinieron a reemplazarnos fueron mucho peores.
—O sea que Macri es peor que la que te dije -señala Marcial.
—Por supuesto.
—Y por las dudas -digo-, ustedes le declaran la guerra antes de haber asumido para cumplir con el principio de autoprofecía cumplida.
—Salir a la calle a protestar no es declararle la guerra a nadie.
—No, es hacerle la vida imposible, nada más.
—El pueblo no va a renunciar a su derecho a manifestarse.
—Los que no van a renunciar a su derecho a disfrutar de privilegios y vivir como jeques árabes son los malandras de los dirigentes sindicales. ¡Qué error cometió Alfonsín en 1984 de no arreglar con los compañeros Sapag y aprobar la ley sindical que le hubiera puesto límites al hampa gremial! —Fue un error -asevera Marcial- un gran error, porque después de todo, la que te dije, se fue, pero Moyano, Barrionuevo y todo ese malandrinaje sigue y nadie investiga el origen de sus fortunas, el manejo interno de los sindicatos, los delitos que diariamente se perpetran en esas galerías de aguantaderos de lúmpenes, atorrantes, malandras, escrachantes, sacadores de vida y punguistas que son algunos de estos locales sindicales.
—La mafia manejaba los sindicatos en Estados Unidos -dice Marcial- acá no hace falta de la mafia porque la verdadera mafia son algunos de estos dirigentes sindicales; basta verle la pinta, las camisas de seda, los anillos ostentosos, los relojes caros, para convenir que son lo más parecido que hay a un gánster o a un padrino.
—Los sindicatos son la real garantía de una auténtica democracia social en el país -afirma José.
—Será el día que deje de ser demócrata -responde Marcial guiñando el ojo.
—Yo te hago la siguiente pregunta José -dice Abel-: ¿por qué ponen tanto entusiasmo en salir a la calle, en defender el derecho a manifestarse públicamente cuando tu jefe político, el benemérito señor Perón, los educó a todos ustedes en la consigna de casa al trabajo y del trabajo a la casa.
—Esas consignas valían cuando el pueblo era gobierno -responde José- a un gobierno popular y peronista no se le para porque el paro es innecesario, porque cuando el pueblo está en el poder el pueblo no se para a sí mismo.
—Maravilloso -exclamo- acabo de escuchar una clase magistral de cultura peronista. Así se explica también que en la Constitución de 1949 el derecho de huelga no estaba legalizado. Los muchachos son maravillosos, se oponen a protocolos, invocan los principios de la libertad como si realmente creyeran en ella, pero sus fuentes políticas, sus orígenes ideológicos rechazan la huelga y las manifestaciones independientes de las masas; las únicas manifestaciones admitidas son las de apoyo al régimen.
—Yo era chico -agrega Marcial- cuando mi viejo me llevó a Plaza de Mayo porque Perón saludaba al pueblo, acompañado de uno de los grandes demócratas de América Latina y tal vez del mundo: Anastasio Somoza. No me voy a olvidar nunca.
—Yo no me voy a olvidar de cómo quedó Plaza de Mayo después de los bombardeos gorilas de junio de 1955. Pero lo que yo les quiero preguntar a todos ustedes es lo siguiente: ¿no hay ninguna crítica que hacerle al gobierno de Macri?, ¿creen que todo lo que está haciendo es perfecto? ¿No se les ocurre que hasta ahora parece ser un gobierno que a los únicos que les hace concesiones es a los ricos mientras que con los pobres, cara de perro?
—Yo lo que creo sinceramente -digo- es que el gobierno acierta y se equivoca. No es Dios ni pretende presentarse como Dios, tal como le gustaba a la que te dije. También lo que veo es que lo de levantarle las retenciones a la minería fue un error o está muy mal explicado y lo del impuesto a las Ganancias está casi al borde del papelón.
—¿Sabés José cual es la diferencia entre vos y yo? -dice Abel-. Que yo a este gobierno, que en lo fundamental lo apoyo, también lo critico, mientras que vos fuiste durante doce años un alegre alcahuete de los K, condición que no la digo en tono ofensivo porque en el peronismo ser alcahuete es una excelsa virtud.
—De todos modos -dice Marcial- yo a este gobierno de Macri la principal acusación que le hago es su resistencia a declarar el estado en que recibió al país. No los entiendo. Les dejaron una bomba de tiempo con la mecha corta; cada lugar que se toca segrega pus y huele a podrido; la herencia impide tomar decisiones importantes porque es como un lazo que te traba los pies y todos los movimientos, pero en lugar de salir a hablar y advertir a la gente acerca de la mugre heredada, callan, o lo que es peor, hablan a medias.
—No comparto -dice José.