El suicidio y el tango

Sería exagerado decir que el suicidio y el tango marchan de la mano, pero faltaría a la verdad si desconociera que existe entre ellos una relación persistente. No viene al caso discurrir si el suicidio es correcto o no, admitamos que existe, que en un momento misterioso, un momento de oscuridad o lucidez, un hombre o una mujer deciden quitarse la vida, resuelven no soportar más el dolor o el sinsentido de vivir. Albert Camus lo dice a su manera: el suicidio es el principal problema de la filosofía, el más crucial interrogante.

El tango no pretende dar una respuesta a esta realidad, sino presentarla con sus acordes propios. En el tango hay humor, a veces alegría y felicidad, pero en lo fundamental, es trágico. Con sus propios recursos, con sus alcances y sus límites, el tango se interroga sobre el significado de la vida y la muerte, acerca de la fugacidad de las cosas y el paso implacable del tiempo. En ese contexto, el suicidio está siempre a la vuelta de la esquina. A veces de manera explícita, a veces implícita, a veces lo dice brutalmente, a veces lo sugiere. En el tango, no sólo se suicidan “los que se suicidan”, también lo hacen quienes se lanzan al vértigo de una vida que los destruye. Pensemos, por ejemplo, en el tango “Cómo se pianta la vida” o “Como abrazado a un rencor”. Tangos en los que la muerte es asumida como una fatalidad o una salvación. Es que la relación del tango con la muerte es fluida y en algún punto asombrosa. Pensemos en ese tango extraordinario escrito por Castillo y Discépolo que se llama “Mensaje”, un poema en donde el que habla es el muerto, un muerto que, según cuenta la leyenda, tiene la voz de Discépolo y la pluma de Castillo, un poema que Castillo soñó que se lo dictaba el autor de “Yira, yira” y cuya protagonista principal, la villana principal, se llama Tania.

Que el interrogante acerca del suicidio es fuerte, lo demuestra el hecho de que poetas como Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo y Homero Expósito por ejemplo- han recurrido a la imagen del suicidio para explicitar su visión del mundo. En algunos casos el suicidio se hace presente como ironía como en “Esta noche me emborracho’’, cuando el personaje dice: “Miren si no es pa’ suicidarse/ que por ese cachivache/ sea lo que soy…”. En “Tiempos viejos”, Manuel Romero para referirse a la degradación de la Rubia Mireya señala: “Casi me amasijo una noche por ella,/ y hoy es una pobre mendiga harapienta…”,

Cátulo Castillo no elude el humor, pero en sus tangos esa humorada se confunde con la tragedia. “Por eso en tu total/ fracaso de vivir,/ ni el tiro del final/ te va a salir”, sentencia en “Desencuentro”. Edmundo Rivero y Luis Alposta, tienen un tango que se llama “Tres puntos”. Una de sus estrofas es desoladora: “Le dio manija al gas, cerró la llave…/ y en la mesa quedó como una clave,/ la boleta del Prode con tres puntos”. No se menciona la palabra suicidio, entre otras cosas porque todo está tan claro -o tan oscuro-, que no hace falta hacerlo.

Homero Expósito habla del suicidio en uno de sus grandes tangos. Me refiero a “Afiches”, cuando sugiere: “¡Cruel en el cartel te ríes corazón!,/ dan ganas de balearse en un rincón’’. Pero el maestro en el arte poético del suicidio es sin dudas Discépolo. El maestro, entre otras cosas porque el suicidio es una fatalidad, una desgracia, pero también un acto trágico que otorga significado a una vida. Es lo que expresa como nadie en “Cafetín de Buenos Aires”: “En tu mezcla milagrosa/ de sabihondos y suicidas,/ yo aprendí filosofía, dados, timba/ y la poesía cruel/ de no pensar más en mí”. Como se dice en estos casos: toda una declaración de principios. El suicidio se confunde con la sabiduría y los dados; y la timba, con la filosofía, particularmente con ese modo de vivir que ha renunciado dolorosamente a “no pensar más en mí’’.

El suicidio está presente como contraste o grotesco en ese tangazo que se llama “Secreto”, que Rivero interpreta como nadie. El personaje en este caso es un pobre tipo, ordenado, metódico, previsible, que de pronto se enreda en un amor que lo degrada y sobre todo, destruye todas sus certezas. A la hora de la reflexión el hombre no se tiene lástima y se acusa con las peores palabras. “Por vos a mi mujer/ la vida he destrozao/ y es pan de mis dos hijos/ todo el lujo que te he dao’’. Pero no le alcanza con esas autoimputaciones para pagar su culpa. Y es aquí donde se produce una vuelta de tuerca. “Resuelto a borrar con un tiro/ tu sombra maldita que ya es obsesión,/ he buscado en mi noche un rincón pa’ morir,/ pero el arma se afloja en traición…”. Quiere suicidarse pero no se anima. El lector o el oyente pensarán que es cobardía, pero no es así, es algo peor y Discépolo lo dice como sólo él sabe decirlo: “No sé si merezco este oprobio feroz,/ pero en cambio he llegado a saber,/ que es mentira que yo no me mato/ pensando en mis hijos… no, lo hago por vos”. No se puede hurgar con más impiedad en la herida. El personaje no decide suspender el suicidio por cobardía, tampoco porque no quiere dejar solos a sus hijos. Nada de eso. No se suicida porque quiere seguir al lado de ella, quiere seguir gozando de “la seda de tu piel que me enloquece/ y al latir florece, sos mi perdición”.

En “Tres esperanzas”, Discépolo dice a modo de conclusión “Cachá el bufoso… y chau…,/ vamo a dormir’’. Pero donde el suicidio se vuelve a expresar con su rostro más demacrado e impiadoso es en el tango “Infamia”, escrito en 1941 y del que existe una excelente grabación de Edmundo Rivero con Atilio Stampone hecha en 1959. En “Infamia” el suicidio es la consecuencia de una sociedad que empuja a ciertas personas a la muerte. “Tango existencial”, llamaron algunos a “Infamia”, un tango que -dicho sea de paso- le hubiera gustado a Jean Paul Sartre y seguramente hubiese conmovido a Cioran. “La gente que es brutal cuando se ensaña,/ la gente que es feroz cuando hace el mal,/ buscó para hacer títere en su guiñol/ la imagen de tu amor y mi esperanza…/ A mí, ¿qué me importaba tu pasado?/ si tu alma entraba pura a un porvenir./ Dichoso abrí los brazos a tu afán y con mi amor/ salimos, de payasos, a vivir”.

Todo Discépolo está en estos versos. La mujer derrotada que él intenta redimir, la dureza del mundo, las imágenes del teatro con sus máscaras, sus muecas, sus simulaciones y su dolor. En la siguiente estrofa queda claro que todo ha sido inútil, que el intento de ella por probar su bondad fracasó en toda la línea. Entonces, el desenlace: “Tu vida desde entones fue un suicidio,/ vorágine de horrores y de alcohol./ Anoche te mataste ya del todo, y mi emoción/ te llora en tu descanso… corazón’’. Todo está dicho.

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