Supongo que no sorprendo a nadie si afirmo que el tango nació en el arrabal y su domicilio preferido fueron los prostíbulos. Si el prostíbulo fue su hogar, las putas fueron sus amas de casa. Las putas, los rufianes, el malevo y, por supuesto, los giles. No hay repertorio de tango sin que en algún momento ingresen las putas.
“Vivirás, Entrerriano… mientras taye la grela de la crencha engrasada, mientras viva un poeta, un ladrón y una puta”, dice Carlos de la Púa en el poema en homenaje a “El entrerriano”.
Las putas son protagonistas centrales en la mitología tanguera. Basta para ello evocar los innumerables poemas que las mentan como víctimas o victimarias. El tango posee una mirada desenfadada sobre las putas, pero no obscena, mucho menos pornográfica. Puede haber machismo, violencia, pero también amor, afecto y en algunos casos compasión o piedad por las alternativas de un destino.
Hay también lugares comunes, pero los grandes tangos escritos en su homenaje los disimulan. Pienso en “Moneda de cobre” de Horacio Sanguinetti y esos veinte años cumplidos en un cabaret; en “Muñeca brava” de Cadícamo; en “Estrella”, de Roberto Cassinelli o “Margot” de Celedonio Flores, con ese final lacrimoso de folletín: “Ya no sos mi Margarita, aura te llaman Margot”.
Hay un relato clásico que se reitera con resultados diversos. Me refiero a la chica buena del barrio seducida por las luces del centro o el gigoló insinuante. La mirada es siempre la de un novio desengañado que le reprocha su defección al barrio y la traición a ese amor puro. Pienso, por ejemplo, en “Mano cruel” de Armando Tagini y la versión impecable de Gardel.
Otro registro de lo mismo es el cabaret, la versión educada o refinada del tradicional prostíbulo. Hay un tango de Antonio Fische que interpreta Rodolfo Lesica con Héctor Varela que se llama precisamente “Noches de cabaret”. El protagonista evoca esas rondas nocturnas matizadas con alcohol, putas, tabaco, desengaños y un toque de piedad: “María tiene un hijo que vive con la abuela y todas las mañanas se queda sin dormir, por verlo solamente camino de la escuela, no quiere con su llanto mancharlo de carmín”.
Del cabaret sale Milonguita: “Cuando sales por la madrugada, / Milonguita, de aquel cabaret, / toda tu alma temblando de frío / dice: ¡Ay, si pudiera querer!… / Y entre el vino y el último tango / p’al cotorro te saca un bacán… / ¡Ay, qué sola, Estercita, te sientes! / Si llorás…¡dicen que es el champán!”. La versión de Roberto Rufino es buenísima.
También el héroe de Discépolo se cruza con su amor perdido a la vuelta de la vida: “Sola, fané, descanganyada, / la vi esta madrugada / salir del cabaret”, dice en “Esta noche me emborracho”. Para Discépolo el cabaret es el lugar de la derrota y el fracaso. “Quien más…, quien menos…” es un tango terrible, que se inicia en el instante en que el hombre descubre a su primer amor bailando en el cabaret, un descubrimiento simultáneo, porque ella también lo ve entrar a él. El poema concluye con un final al mejor estilo discepoliano: “Quien más… quien menos… / Pa’ mal comer, / somos la mueca de lo que soñamos ser”.
“Alma de loca”, de Jacinto Font y Guillermo Cavazza, es otro de los tangos compasivos. La loca, la puta, la mujer cruel o despreciable tiene un momento de ternura que no deja de ser sugestivo el ejemplo -no es una persona, no es un hombre, sino una muñeca-. “Milonguera, bullanguera, que la vas de alma de loca, / la que con su risa alegre vibrar hace al cabaret, / la que lleva la alegría en los ojos y en la boca, / la que siempre fue la reina de la farra y del placer. / Todo el mundo te conoce de alocada y jaranera, / todo el mundo dudaría lo que yo puedo jurar: / que te he visto la otra noche parada ante una vidriera, / contemplando a una muñeca con deseos de llorar”.
“Milonga fina”, de Flores gira sobre la misma escena. “Te declaraste Milonga Fina / cuando te fuiste con aquel gil, / que te engrupía con cocaína / y te llevaba al Armenonville, / donde al compás de un tango canero / ibas perdiendo la realidad, / y los chamuyos de un milonguero /te pervirtieron con su maldad”. Carlos Gardel y Jorge Vidal lo interpretan como los dioses.
La noche, el cabaret y las putas a veces están sugeridos. ¿Quién es acaso Madame Ivonne? ¿Y en qué lugar y en qué oficio podemos ubicar a la heroína de “Los Mareados”? Capítulo aparte merecen las letras que narran el triste final de las mujeres de la noche. Son los casos de “El motivo”, de Pascual Contursi y Juan Carlos Cobián y “Pompas de jabón” de Cadícamo y el tío Goyeneche. “Triunfás porque sos apenas / embrión de carne cansada / y porque tu carcajada es dulce modulación. / Cuando implacables los años / te inyecten sus amarguras / ya verás que tus locuras fueron pompas de jabón”.
“De mi barrio”, de Roberto Goyeneche, posee la particularidad de ubicar el punto de vista en la mujer: Es ella la que cuenta la historia de su vida. “Yo de mi barrio era la piba más bonita / y en un colegio de monjas me eduqué / y aunque mis viejos no tenían mucha guita, / con familias bacanas me traté”. Después, lo habitual: el hombre que la engaña y el derrumbe en la noche. “Hoy bailo el tango, soy milonguera, / me llaman loca y qué se yo / Soy flor de fango, una cualquiera, / culpa del hombre que me engañó”. Y esa estrofa que más de una feminista alguna vez hizo suya: “Y si encuentro algún otario que pretenda / con el oro mis favores conseguir, / yo lo dejo sin un cobre pa’ que aprenda / y me pague lo que aquél me hizo sufrir”. La versión que conozco de Susana Rinaldi me encanta.
Si el escenario del tango es el cabaret con sus putas, su champagne y el humo de los fasos flotando en el aire, el otro protagonista es el hombre de la noche, “vestido como un dandy, peinado a la gomina / y dueño de una mina más linda que una flor”. Ese protagonista de sonrisa compradora e impecable smoking se parece mucho al cafiolo, al rey del cabaret, el lugar donde el hombre afirma su condición. “Viejo smoking, cuántas veces / la milonguera más papa / el brillo de tu solapa / de estuque y carmín manchó y en mis desplantes de guapo / ¡cuántos llantos te mojaron!, / ¡cuántos taitas envidiaron mi fama de gigoló!”. Gardel y Sosa son imprescindibles para disfrutar de este tango.
Que las putas son importantes en el tango lo verifica el hecho de que los grandes poetas escribieron para ellas. Ya mencioné a Celedonio Fores, Enrique Santos Discépolo y Enrique Cadícamo. Pero a la lista se suma Francisco García Jiménez con” Zorro gris”, Pascual Contursi con “El Motivo”, González Castillo con “Griseta” o esa ese hermoso y terrible poema de Carmelo Volpe, “Bajo el cono azul”, interpretado por Floreal Ruiz con Alfredo de Angelis: “Mariposa que al querer llegar al sol, / sólo encontró / la luz azul de un reflector”.
Por último, desde la picaresca, el tango de Francisco Lomuto, “Cachadora”: “Tenés un viejo y pasás por gran señora, / que le sacás todo el vento / y lo engañás como un gil. / Tenés un arte pa’ engrupir a los varones / que hasta a un gigoló buen mozo / le sacaste buen botín”. Gardel, por supuesto, es el recomendado para este tango.
En la misma línea está “La canchera” de Orlando Solabarrieta, interpretado por Edmundo Rivero, una adecuada despedida a estas mujeres titulares del oficio más antiguo de la humanidad. “Una luz pa’ cachar giles, / pinta fina, alma orillera, / se diplomó de canchera / justo a los dieciocho abriles. / Tira los mangos de a miles, / fuma y le gusta escabiar, / empilcha que ni qué hablar, / lastra en la mejor cantina / y cuando llega la matina / recién se va a apolillar. // No hay lugar trasnochador / que no conozca esta leona, / desde un bar tipo Martona / hasta el cabaret más flor. / Aerolíneas, tren, vapor, / Mar del Plata, Miramar, / casino, bruto fichar. / La vivió bien de primera, / el diploma de canchera / lo supo hacer respetar”. Y ese final a toda orquesta. “Bien sabe que a su hermosura / ya le queda poco paño, / también sabe que los años / se morfan cualquier pintura. /Pero ya cuando Natura / le empiece a dar con rigor, / tendrá un piso, un auto flor, / el viejito, la chequera / y más guita en la cartera / que banco de Nueva York”. Salute.