Manuel Pizarro pertenece a los distinguidos embajadores del tango, a esos personajes que con su talento, su fe en sus condiciones, su don de gentes y su audacia, se lanzaron a Europa, y a París particularmente, para imponer el tango a cualquier precio. Con Eduardo Arolas, Eduardo Bianco, Francisco Canaro, el Tano Genaro Espósito, hicieron pata ancha en una ciudad que todavía miraba con algo de recelo esa música considerada de gauchos argentinos, consideración tan sincera que los músicos estaban obligados a salir a los escenarios vestidos de gauchos, una costumbre que Gardel en su mejor momento le pondrá punto final.
Pizarro nació en el barrio del Abasto el 23 de noviembre de 1895, en la calle Billinghurst entre Lavalle y Tucumán, no muy lejos del famoso mercado. Con el tango se relacionó desde pibe. La leyenda cuenta que en la peluquería de Leonardo, conoció a Pacho Maglio que lo inició en los secretos del fueye. Después estudió música con el flautista Carlos Macchi, y en el almacén O’ Rondeman de Yiyo Traverso conoció a Carlos Gardel, una amistad que se habrá de prolongar a lo largo de la vida y a lo largo de la geografía.
El muchacho siempre se tuvo confianza y antes de los veinte años formó su primer trío con Niels Jorge Paulos y Ernesto Zamborini. En 1914, con apenas diecinueve años compone su primer tango: “El batacazo”. Del trío sube al quinteto, acompañado por jugadores de primera: Pascual Cardarópoli en el piano, Rafael Tuegols y Julio de Caro en violines y Luis Bernstein en el contrabajo. Al quinteto lo dirige el gran Eduardo Arolas y sus presentaciones las hacen en el imponente Maxim’s de calle Suipacha, donde el público se abalanza sobre el escenario para pedirles a los músicos que no se vayan. También van a lucir sus habilidades en el salón Rodríguez Peña y el bar Maipú, en todas las circunstancias aprobados de pie por un público exigente.
Cuando se es joven, atrevido y libre, la suerte siempre suele ponerse a los pies. Pizarro caminaba una tarde por calle Corrientes y de casualidad se encuentra con Francisco Canaro, quien le ofrece formar una orquesta para ir a probar suerte a Marsella. Pizarro acepta sin dudar un instante. Se trata de la empresa Lombart que quiere números de tango en las principales ciudades de Francia. La orquesta que irá a Marsella cuenta con las figuras de Pizarro y el Tano Espósito. Los muchachos salen de Buenos Aires en agosto de 1920 en el paquebote Gerona.
De Marsella la troupe parte a París. En Francia todas las ciudades tienen lo suyo, pero si se quiere triunfar en serio hay que reportarse en la Ciudad Luz. Otra vez la suerte le tiende la mano. En Montmartre, una de esas noches blancas, Pizarro conoce a Vicente Maduro quien le presenta a Elío Volterra. La facilidad de palabra de Pizarro alcanza para convencer al empresario de que el cabaret Princesse debe llamarse El Garrón, local que para las grandes efemérides del tango se inaugurará en diciembre de 1920.
El éxito lo saludó a El Garrón de entrada. Esa noche estuvieron en el salón el embajador argentino Marcelo Torcuato de Alvear, el comediante Maurice Chevallier y el actor Rodolfo Valentino. La orquesta estaba integrada por Pizarro, Filipotto, José Sciutto y Ferrer. Y para deleite del público, en la primera presentación interpretan tres tangazos: “La morocha”, “El choclo” y “Derecho viejo”.
El Garrón, ubicado en pleno Montmartre, será una pica de Flandes del tango argentino clavada en medio del corazón de París. Por ese lugar pasan personajes como Agesilao Ferrazzano, Julio Falcón, Genaro Espósito, Víctor Lomuto. Ángel Maffia, Carlos Marcucci, Pedro Polito, Eduardo Bianco y Roberto Maida. Siempre merodeará por las noches de París con su angustia y su enfermedad, Eduardo Arolas. Pizarro será precisamente quien lo despida en el cementerio.
Pizarro administra El Garrón, pero ello no le impide salir de gira por Francia y Europa. Sus éxitos en la Costa Azul son memorables, como también lo son en Austria y Alemania, donde el marqués de Kapurtala se queda fascinado por el talento de los músicos. Pizarro a esta altura del partido es reconocido como compositor de temas como “Rebelión”, “Abril”, “Payá”, “Pobre loco”, “Cachito”.
Pero además de músico, Pizarro se las ingenia para destacarse como un eficiente empresario. El Garrón es su creación, pero también pertenecen a su patrimonio cabarets como El Sevilla, Villa Rusa y una lista irrecuperable de piringundines distribuidos por temporada a lo largo de la Costa Azul, donde alguna vez en uno de sus locales cantó Carlos Gardel gratis porque, criollo de ley, no le podía cobrar al amigo que más había hecho para abrirle las puertas en París.
En 1922 Pizarro regresó a Buenos Aires acompañado por Marcelo Torcuato de Alvear, flamante presidente de los argentinos. Se quedó en Buenos Aires un tiempo. Allí con Francisco Lomuto improvisó una orquesta que animó las noches de los cruceros que navegaban desde Buenos Aires a Tierra del Fuego.
Todo muy lindo, pero después de algunos viajes regresó a Francia acompañado de sus hermanos Domingo, Salvador y Alfredo. A partir de ese momento el nombre de Pizarro será sinónimo de tango y popularidad. A partir de 1930 se suma a la orquesta el cantor Roberto Maida. Como empresario de la noche, Pizarro atiende varios cabarets y en algún momento hay cinco orquestas de Pizarro que animan las noches de París. Ni Canaro se había animado a tanto.
El encuentro con Gardel en París fue memorable. El Garrón no tenía presupuesto para contratar un cantor de esa jerarquía, pero Pizarro mueve influencias para que lo contraten en el Florida. En reconocimiento a su amabilidad y talento, el Morocho le grabó tres tango: ‘Noches de Montmartre”, con letra de Carlos César Lenzi; “El Garrón” de Luis Garrós y “Todavía hay otarios”. Se nota que el hombre pisaba fuerte en París, porque en 1924 en el Teatro Ópera dirigió treinta y cinco músicos. La presentación en ese escenario calificado dispersó los rumores acerca de su condición de “macró” o “cafisho”. ¿Lo fue efectivamente? Yo no pondría las manos en el fuego.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Pizarro se instala con su troupe en Barcelona y en algún momento incursiona en El Cairo y Atenas. Finalizada la contienda, regresa a su querido París sin un peso en el bolsillo, pero con las ganas de siempre. A pesar de los contratiempos, ya para entonces es un prócer de Montmartre y la referencia obligada de todo argentino que llegue a París.
Se dice que a principios de los años setenta anduvo de paseo por Buenos Aires y Montevideo. Seguía siendo el de siempre, pero los años y las prologadas sesiones nocturnas habían hecho su trabajo. Después de unos meses de estadía regresó a Francia para continuar con lo suyo. Manuel Pizarro murió en Niza el 10 de noviembre de 1982.