Ni una nube en el cielo. Así da gusto el mes de marzo, el mes del otoño, la estación más linda de la ciudad. Café y diarios como siempre. Y charla, mucha charla, es lo que nos gusta, para eso estamos.
—Lo de Stiuso es increíble —se queja José— dice lo que se le da la gana, tiene impunidad para mentir y todos, además, lo festejan, como si fuera un actor de cine o un personaje de película. Un delincuente, un delincuente con luz verde para decir lo que se le da la gana.
—Te recuerdo —dice Abel— que el señor Stiuso, con quien estás tan enojado, fue el espía favorito de tu Señora y su banda durante diez años. Te lo recuerdo para que lo tengas en cuenta. El hombre no nació de un repollo y eso tus amigos lo saben mejor que nadie.
—Eso no lo autoriza a decir los disparates que dice.
—Perdón José —dice Marcial— el señor Stiuso, el cual no es mi actor favorito, podrá tener sus propias especulaciones y sus propios negocios, pero lo que dice está en sintonía con lo que piensa la mayoría de la gente, es decir, que a Nisman lo asesinaron y, como muy bien lo sabemos por las novelas policiales que leemos, los asesinos en estos casos suelen ser las personas perjudicadas por sus denuncias.
—¿Pero no son ustedes los que dicen que las acusaciones deben ser probadas por la justicia? —pregunta José.
—La justicia deberá probarlo —digo— pero cuesta probar algo cuando deliberadamente se borraron todas las pruebas, cuando trasformaron al departamento de Nisman en un chiquero.
—Las fotos que vi —dice Abel— las fotos de los primeros momentos después del crimen, no parecen ser las de una investigación, sino de una fiesta de despedida de soltero. Gente que va y viene, cervezas, sandwiches, algunos escuchando la radio, otros riéndose… así es muy difícil conservar pruebas o probar si fue o no un crimen.
—“Casa de Irene” —agrega Marcial— eso parecía el departamento de Nisman después de su muerte, “…todo alegría, hay gente que viene, hay gente que va”.
—Cómo estarán las cosas difíciles para los gorilas —acusa José— que se tienen que valer de Stiuso para tratar de enlodar la imagen de la compañera.
—La imagen de tu compañera —replica Marcial— está enlodada de hace rato, no hace falta que vengamos nosotros a tirar un poquito más de barro.
—Pero en este caso —apunta Abel— ya no es un habitual caso de corrupción sino que es un crimen, o algo peor que un crimen, un magnicidio.
—No comparto —afirma José— a ustedes les conviene ensuciar a Cristina para desprestigiar el proyecto nacional y popular, la derecha en estos casos no se equivoca nunca.
—Nosotros somos la derecha —exclama Marcial— Fernández Meijide, Luis Alberto Romero, Elisa Carrió, Susana Viau, son de derecha, mientras que Jaime, Insfran, Manzur, De Vido, el Morsa Fernández son de izquierda. La Argentina es maravillosa y el peronismo es su expresión perfecta.
—Pruebas —insiste José. —Pruebas, quiero pruebas de un crimen que no existió.
—¿Y por qué suponés vos que Nisman se suicidó?
—Porque se le quemaron todos los papeles.
—Esa es una absoluta especulación arbitraria. Nisman iba a presentarse el lunes ante una comisión del Congreso, comisión en la que una diputada amiga tuya, la benemérita Diana Conti, dijo que lo iban a recibir con los botines de punta. Lo peor que le podía pasar a un profesional del derecho, experto como Nisman, es no convencer a los legisladores. Tal vez le hubieran demostrado que sus pruebas eran inconsistentes, tal vez lo hubieran refutado en algo y él, seguramente, se hubiera defendido… labia e inteligencia no le faltaban para eso, pero en todas las circunstancias, incluso en las más desfavorables, un tipo no se suicida por eso. Mucho menos un tipo con la autoestima fuerte como Nisman.
—Además —agrego— en caso de hacerlo, un suicida de esta clase deja una carta, algo, que explique su decisión. Todos los suicidas que conocemos dejan esa carta; no es obligación hacerlo, pero todos lo hacen.
—Salvo esos suicidas que el peronismo inventa —observa Marcial con su sonrisa malévola.
—No sé de lo que está hablando —responde José incómodo.
—El “suicidio” de tu amigo Juancito Duarte, un suicidio que el peronismo presentó en esos términos, aunque hay serias presunciones de que fue un crimen. Pero para no irnos tan lejos, vayamos a los grandes suicidas de la década menemista: Echegoyen, Estrada, Cattáneo, Lourdes Di Natale… todos sospechosamente suicidados… es que —concluye Marcial con un suspiro— los compañeros saben muy bien la diferencia entre suicidas y suicidados.
—Lean la nota formada por Leopoldo Moreau publicada por Página 12 explicando por qué se suicidó Nisman —se defiende José.
—¿No tenés una referencia más idónea para abonar tu hipótesis? —dice Abel.
—La verdad que comparado con ese testigo que tiraste sobre la mesa, Stiuso es la Madre Teresa de Calcuta.
—Falta que nos digas que Nisman era mujeriego, homosexual, derrochador de riquezas, drogadicto y rufián.
—Ya lo dijeron, se cansaron de decirlo —digo— y te diría que la prueba más eficaz de que los K están sucios con este crimen es esa campaña canalla que largaron contra el muerto para descalificarlo.
—Ya que traés otras opiniones —dice Abel— yo tiro sobre la mesa otra opinión, la del presidente de la Nación, cuando en su discurso de inauguración de las sesiones ordinarias en el Congreso reclamó que se investigue.
—Pidió que se investigue, no acusó a nadie.
—Porque es un presidente republicano que respeta el principio de división del poder, algo que para ustedes los peronistas es una costumbre estrafalaria. Macri no tiene que investigar ni meter preso a nadie, pero un presidente que dice que es una buena noticia que el tema se vaya aclarando, está diciendo más de lo que parece a primer golpe de vista, porque, está claro que si todo estuviera bien y Nisman fuera un suicida, el presidente no hubiese dicho lo que dijo.
—Lo que yo creo —especula José— es que ustedes agitan este tema, lo resucitan y lo instalan en la opinión pública para distraer a la gente de la vergonzosa capitulación ante los fondos buitres.
—Ahora sí creo —afirma Marcial— que vos estás verdaderamente loco. No te entiendo José. Sos buen tipo, un hombre honrado y sin embargo, para defender a tu Señora parece que no te preocupa ser cómplice moral de un crimen o cómplice de una negociación como la que tu Señora y tu Jefe sostuvieron con los holdouts, negociación que nos hizo perder millones de dólares y dejándonos como unos pordioseros en el mundo globalizado.
—No comparto —concluye José.