Se había recibido de abogado esa tarde. Hubo festejos en el bar de la facultad; alguien pidió un brindis y alguien habló de la amistad, de los años de estudiantes y de los años felices que le esperaban al flamante profesional. Abundaron las felicitaciones, los abrazos, los chistes que se celebran ruidosamente.
Raúl se limitaba a sonreír, a repartir apretones de manos y frases de ocasión. Estaba como siempre: elegante, medido, cortés; la mirada inquieta, atenta, expectante. Sin duda que estaba satisfecho. Finalmente había logrado recibirse de abogado y ahora sólo quedaba conquistar el futuro.
Raúl había venido a estudiar a Santa Fe haciendo un gran esfuerzo. Cuando llegó tenía 23 años. Sanjuanino, había terminado el secundario con algún atraso y en su momento se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era dedicarse a la venta de autos. Según contaban sus amigos de San Juan, mal no le había ido. Sin embargo jamás se supo por qué decidió dejar todo y empezar a estudiar en la universidad, pero en la vida de Raúl había muchas decisiones que nadie sabía por qué las tomaba.
Elegante, discreto, inteligente, nunca le importó la política pero supo hacerse de amigos, ganarse el afecto de muchachos en un tiempo en donde el compromiso político parecía ser la condición decisiva para ser aceptado en esa singular sociedad que era el movimiento estudiantil de entonces.
Nunca lo hablamos en serio, pero Raúl en su estilo respetaba esa militancia, aunque todas sus impresiones las traducía a su particular manera de ver el mundo. Raúl nunca dejó de ser un bon vivant, un tipo que le gustaban las lindas mujeres y los placeres de la buena vida. Vivía en pensiones, en casas de estudiantes baratas, pero hasta en las condiciones más difíciles nunca perdía el estilo, esa manera de sonreír, esos gestos pausados, elegantes, ese cuidado por estar siempre bien vestido.
El humor de Raúl era ácido pero no agresivo. Sus ironías eran temibles, pero su alegría de vivir era profunda, contagiosa. Los amigos lo respetaban y las mujeres lo querían; él por supuesto aprovechaba los respectivos beneficios. Mundano, amigo de la buena vida y de sus placeres, no era frívolo y mucho menos superficial.
Se jactaba de su picardía, de su rapidez para entender con un golpe de vista las situaciones más imprevistas y los hombres más complejos. Y todo lo hacía con esa flema que él mismo calificaba de inglesa. La picardía para Raúl era un componente importante en su vida, pero más importante era el estilo, la calidad, esa capacidad para colocarse por encima de las pasiones; ese talento para desmitificar, para poner en evidencia torpezas, vulgaridades; esa condición para burlarse de los tontos sin que ellos lo sepan.
Como a las seis de la tarde Raúl dejó la facultad y se fue hasta su casa. Dos amigos lo acompañaron. La semana anterior había llegado de San Juan con el auto. Como ya se recibía sus padres se lo habían prestado. Todo transcurrió de manera previsible: llegó a su casa, se bañó, se cambió de ropa, hizo una llamada por teléfono y a la nochecita salió con los mismos muchachos hacia otra casa de estudiantes en donde lo esperaban con un asado.
Hasta ese momento no hubo novedades dignas de mención. Días después uno de los amigos que lo acompañaban recordó que en dos o tres ocasiones Raúl se equivocaba y se metía en contramano. En ese momento a nadie le llamó la atención el detalle.
El asado transcurrió sin novedades. Como a medianoche Raúl se retiró solo. Nadie lo acompañó, probablemente porque sospechaban que marchaba hacia alguna cita amorosa. De allí en más comienzan las deducciones porque nadie sabe a ciencia cierta cómo ocurrieron los hechos o por qué ocurrieron de ese modo.
Esa noche se desató una tormenta que dejó a la ciudad a oscuras. Raúl probablemente venía de estar con una mujer o algo parecido. Lo que se sabe es que el auto marchaba por 9 de Julio y que dobló en Tucumán hacia 1° de Mayo. Lo que se sabe es que ingresó en contramano y que el policía que estaba de guardia frente a un local de la institución le disparó. Fueron dos o tres disparos. Lo curioso, y lo criminal, es que el policía no tiró cuando el auto venía sino que disparó cuando ya había pasado. El dato merece señalarse porque entones el supuesto peligro de un atentado o algo parecido ya no era posible.
Esto ocurrió en agosto de 1976. Entonces una equivocación, olvidar el detalle acerca de la mano de una calle podía salir muy caro. Raúl, que nunca descuidaba los detalles se descuidó un instante, justo el día de su fiesta, el día que se despedía de Santa Fe.
El auto se detuvo sobre Tucumán pasando 1° de Mayo. Ningún vecino se asomó, nadie preguntó sobre el motivo de los disparos. Llovía y la calle era una boca de lobo. Cuando llegaron los enfermeros Raúl estaba agonizando. Antes de perder el conocimiento alcanzó a hablar con una enfermera: «tengo 27 años… no me deje morir…». Fue la única vez que una mujer no pudo hacer lo que él le pedía.