Marcial lo mira a José y sonríe. Es una sonrisa más compasiva que burlona. José no baja la vista pero no se siente cómodo. Es raro. El que gobierna es Macri, pero los kirchneristas no pueden darse el gusto de atacar al gobierno neoliberal y gorila porque los escándalos protagonizados por sus jefes espirituales y políticos ganan la primera plana de los medios.
—Debo confesar una cosa —declara Marcial—, alguna vez me pareció que exageraba cuando al régimen K lo calificaba de cleptocracia, pero resulta que ahora, hombre de poca fe, descubro que me estaba quedando corto con la calificación. Una vez más la realidad kirchnerista me corrige.
—No sé qué tiene de malo que un empresario cuente dinero —se queja José— yo no lo voy a defender, pero en el país que vivimos no está prohibido ganar plata.
—Lo que está prohibido —puntualiza Abel— es robar, evadir impuestos, lavar dinero, asociarse con narcotraficantes, estafar al Estado.
—No tienen pruebas.
—Me gusta oírte hablar así; hablás como los culpables.
—A mí me parece —expreso— que el hecho de que la Justicia no haya podido o querido probar que estos tipos son unos malandras, no significa una presunción de inocencia a favor de los sospechados sino una complicidad de la Justicia. El caso de Báez es vergonzoso; el caso de Cristóbal López es obsceno. A su lado, Al Capone es un contribuyente modelo. Pero lo más lindo es que López justifica su inocencia porque el señor Ricardo Echegaray le permitió hacer lo que hizo. Con esa consideración, Cristóbal López no demuestra su inocencia, sino que permite advertir que en vez de ser un corrupto solitario es un corrupto que actuaba en banda, y que el jefe primero de la banda se llama Echegaray. Pero la cosa no termina ahí, porque Echegaray es, además, otro sirviente de la responsable de todo esto, que es “La que te dije”, y la misma responsabilidad la alcanza en el caso Báez o el caso Boudou.
—Están hinchados de odio y resentimiento —exclama José—, no le perdonan a la compañera jefa haber enfrentado a la oligarquía y el imperialismo.
—¿Vos creés en serio lo que decís? —pregunta Abel.
—Por supuesto.
—Yo pregunto —interviene Marcial— ¿qué pensás vos, que me consta que trabajás para vivir y que la plata no te sobra, cuando ves a tus jefes contando millones de dólares en negro?, ¿qué pensás vos que pagás impuestos y la Afip te tiene contra los palos cuando te enterás que un multimillonario como Cristóbal López evade una cifra que supera el presupuesto anual de dieciséis provincias argentinas?
—Admito que puede haber errores y vicios, pero los gorilas no nos critican por lo que hicimos mal sino por lo que hicimos bien.
—Perdoname José —reacciona Abel—, pero para descubrir lo que tu gobierno hace bien es necesario andar con lupa. Un país con más de diez millones de pobres y un par de millones de indigentes no puede ser calificado como bueno o progresista.
—Lo que me parece —digo— es que los populistas de izquierda suponen o están convencidos de que como son progresistas están autorizados a robar. Mirá, por ejemplo, el caso de Nicaragua con Daniel Ortega o, para no irnos tan lejos, el caso de Brasil. Podemos discutir si Lula o “La que te dije” gobernaron bien, regular o mal, pero acá lo que está en discusión es si robaron o no robaron. Lo que Lula debe probar es eso; y lo que “La que te dije” debe probar en la Argentina es más o menos lo mismo, salvo que admitamos o aceptemos que porque se hable de los pobres se esté autorizado a robar.
—Yo me voy a permitir darle a esto una nueva vuelta de tuerca. Porque estos malandras pretenden justificarse moralmente diciendo que roban para la corona o para la causa, cuando en realidad a lo que se dedican es a estafar a la corona y a la causa, porque a la corona le dan los vueltos mientras que el grueso del botín queda para la cuenta personal.
—Robo, lo que se dice robo —insiste José-, es el que nos están haciendo los fondos buitres, esos mismos a los que el gobierno gorila les concede todo a cambio de más hambre para el pueblo.
—¿Alguna vez podrías hablar sin necesidad de usar esas consignas del tiempo de ñaupa? —inquiere Abel.
—Además —agrego— de que al tema de los holdouts había que arreglarlo, es una verdad que hasta los pocos kirchneristas de buena fe que andan dando vuelta por este mundo lo aceptan.
—Por lo pronto —observa Abel— lo aceptan los gobernadores peronistas. Yo no sé nada de economía y no termino de entender cómo se arreglan estos temas de la deuda, pero si el oficialismo y la mayoría del peronismo lo acepta, debo admitir que alguna lógica hay para hacer lo que se hizo. A esto te agrego el voto de los llamados sectores progresistas, es decir el GEN y los socialistas. Yo no creo que todos estos sean entreguistas y vendepatrias y que los abanderados de la causa popular sean el hijo de Lázaro Báez, Cristóbal López o el señor Spolski.
—Sinceramente —acoto— tengo algunas dudas con este tema. Pero me parece que después de todo lo que hicieron mal los muchachos de Kicillof, no nos quedaba más alternativa que arreglar como está planteado.
—Yo te aconsejaría José —le dice Marcial con tono afectuoso pero algo sobrador— que recuerdes que antes de ser kirchnerista eras peronista, motivo por el cual no estás obligado a defender disparates y, mucho menos, hundirte en el barco con tipos a los que para lo único que les sirvió el discurso nacional y popular fue para usarlo de pantalla a fin de disimular sus fechorías.
—El kirchnerismo también es peronista —responde José.
—En esto te doy la razón; pero no estás obligado a engancharte con el peronismo perdedor, el peronismo de ladrones y farsantes; creo que hay maneras más civilizadas y decentes de ser peronista —subraya Abel.
—Ustedes le están extendiendo al kirchnerismo un certificado de defunción anticipado. No ignoro que tenemos problemas, pero ustedes, con su ideología gorila, van a tener más problemas que nosotros. Y cuando esos problemas estallen, la gente va a salir a la calle pidiendo que volvamos, pidiendo el retorno de la compañera Cristina.
—Soñar no cuesta nada y además sale barato —suspira Marcial.
—Comparto con Marcial —señalo—, creo que el gobierno de Macri va a hacer las cosas lo mejor posible, pero aunque así no fuera, y suponiendo incluso que le vaya mal, de lo que estoy seguro es que el que no regresa es el kirchnerismo; fracasado Macri, vendrá un peronismo a lo Massa o algo parecido, pero “La que te dije” no vuelve más a Buenos Aires, salvo, claro está, que aparezca un juez con agallas y la mande, no a la Casa Rosada, donde ella aspira a regresar, sino a la cárcel, que es donde deben estar los ladrones.
—No comparto —concluye José.