Los kirchneristas no nos dejan salir del kirchnerismo. Por un camino o por otro, los muchachos se las ingenian para ocupar el centro del escenario. Las hazañas del pasado, perpetradas por jefes, operadores y políticos se proyectan al presente y no permiten hablar de otra cosa. Y todo esto ocurre sin que Macri mueva un dedo.
Asombroso. Un pasado viscoso, sórdido, grotesco, se empecina en hacerse presente. Cristóbal López y la formidable y multimillonaria evasión impositiva en combustibles; el hijo de Lázaro Báez, contando millones de dólares en los tiempos del cepo; la Señora y la causa Hotesur; la Señora y ese formidable negociado llamado “dólar futuro”; la provincia de Santa Cruz -gobernada como un feudo- en llamas. Jefes del narcotráfico y asesinos confesos insisten en la complicidad del “Morsa” Fernández -el principal operador del régimen kirchnerista- en los crímenes y trapisondas del narcotráfico. Y hay más informaciones para este boletín, como le gustaba decir al entrañable Ariel Delgado.
Sorprende el acelerado derrumbe del poder kirchnerista. En menos de tres meses se cayeron, con más pena que gloria, canales de televisión, diarios, radios, programas adictos, empresas contratistas. Se terminó la banca y con ella concluyeron los privilegios, las ventajas, los beneficios escandalosos y la mascarada de una militancia sostenida por millones de pesos, en nombre de ideales bastardeados.
Las escenas de los militantes K contando millones de dólares son de antología. Brindan con whisky, encienden habanos, arrastran bolsones de dinero. Se los ve felices, satisfechos, conformes con la vida y las circunstancias. Lo curioso es la tranquilidad de los “compañeros”, la paz espiritual que manifiestan. Millones de dólares arriba de la mesa y actúan como si lo que ocurriera fuera lo más habitual del mundo. Y nosotros, los santafesinos, nos asombrábamos de un gobernador que alguna vez exclamó: ¡Quién no tiene un millón de pesos en el extranjero! Éstos tienen los millones acá, en Santa Cruz, en paraísos fiscales, en todas partes.
Lo que más conmueve es la rutina del acto. La filmación de las cámaras podría titularse “Un día más de trabajo”. Un día como cualquier otro. Estos muchachos cuentan o contaban millones de dólares todos los días. Ni los asaltantes de bancos más audaces de la historia se dan esos lujos.
Contemplaba las escenas y no dejaba de maravillarme respecto de la pureza del testimonio militante de los abanderados de las causas nacionales y populares. Nobleza obliga: es injusto meter a todos en la misma bolsa. El hijo de Báez no es el paradigma del militante, pero es un protegido del poder y hace lo que hace porque hay un padre y alguna madrina no tan ignota que lo protege. No, no es justo meter a todos en la misma bolsa. Pero sería deseable que aquellos que suponen que la causa K se identifica con la igualdad, la justicia y las aspiraciones de los humildes, se interroguen acerca de este testimonio del saqueo y se pregunten sobre la naturaleza de una identidad política, porque cuando muchos de ellos viven con lo justo y con menos de lo justo, sus jefes políticos y los protegidos de sus jefes acumulan millones como jeques árabes.
¿Cortinas de humo tendidas por la derecha? ¿Maniobras de la “corpo” para desprestigiar a las buenas causas? ¿Ardides para impedirnos discutir lo que importa? Si quieren creer en semejantes embustes, allá ellos. Se dirá que en cualquier movimiento popular hay gente indeseable, oportunistas que se suben al carro del triunfador para obtener beneficios personales. Perfecto. Pero lo que ocurre es que en este caso los corruptos, los ladrones, los delincuentes no son marginales, no vegetan en las orillas, no constituyen una anécdota menor; por el contrario, son los jefes, los operadores principales, las conducciones políticas más destacadas.
¿O es una exageración decir que Lázaro Báez, el “Morsa” Fernández, Cristóbal López, Julio de Vido o Amado Boudou, son Cristina? ¿Alguien puede poner en duda este dato consistente de la realidad? ¿Alguien cree que Báez pudo hacer lo que hizo sin la luz verde de la entonces máxima autoridad política de la Nación? A las pruebas me remito. Se fue el kirchnerismo y se cae todo. Y no es casualidad que sea la provincia de Santa Cruz la que provoque más ruido con el derrumbe. Faltaría que ahora, ante la evidente manifestación de la catástrofe en el feudo que gobernaron como déspotas durante más de veinte años, responsabilicen a Macri por lo que sucede. O a Magnetto.
No se me escapa que los escándalos que se ventilan provocan consecuencias políticas. No ignoro que en estos temas no hay inocencia. En política, por lo general nada es inocente. Pero también he aprendido que cuando la corrupción salpica a un personaje y, más que salpicarlo lo baña, es porque existen buenas razones para que ello ocurra. El argumento no es jurídico sino político, o, si se quiere, humano. ¿O a alguien se le ocurre que estas denuncias por corrupción podrían haber salpicado, por ejemplo, a Raúl Alfonsín, José Mujica, o a Ricardo Lagos?
No nos engañemos. Las sociedades pueden confundirse, el mundo de la publicidad puede llamar al engaño, pero en las cuestiones decisivas ese error no existe. La Justicia nunca pudo probar que Al Capone era un hampón mafioso, pero nadie tenía dudas de que ese señor no era sólo un pacífico evasor de impuestos.
Esa certeza es la que se niegan a admitir los seguidores de la Señora y los seguidores de Lula en Brasil. La pregunta para ambos es sencilla: ¿robaron o no? No vengan con que en 1980 eran abnegados militantes, o que votaron alguna ley que favoreció a los obreros. ¿Robaron o no? Lo demás son coartadas o golpes bajos. La respuesta de Lula hasta el momento es comprometer a Dilma Roussef para que lo designe ministro. No tienen cara o son imbéciles. ¡A lo que hemos llegado! El líder de la supuesta causa de los trabajadores refugiándose en los fueros para rehuir la acción de la Justicia.
Nuestra Señora, “La que te dije”, observa inquieta y ansiosa lo que ocurre aquí y en Brasil. Mirarse en el espejo de Lula y Dilma la aterroriza, porque como les gusta decir a los muchachos, en el tema Hotesur está hasta las manos. Nunca antes un presidente de la Nación estuvo tan comprometido con la corrupción. Los Kirchner han logrado la notable hazaña de reducir a Menem a un inofensivo punga. Falta un juez o un fiscal valiente decidido a hacer justicia y a poner las cosas en su lugar. La gente lo reclama, la justicia lo reclama. Nisman lo exige.
Ya se ha dicho que la diferencia entre la Justicia de Brasil y la nuestra es que en Brasil son capaces de meter presos a los políticos y empresarios del poder, incluso cuando son gobierno. No ocurre lo mismo en estos pagos. Pero lo grave es que no sólo parece imposible meterlos presos cuando son gobierno, sino que también es difícil meterlos presos cuando dejaron el poder. Una invisible pero sólida solidaridad de fracciones de las clases dirigentes interfiere a la Justicia.
Del menemismo, la principal detenida fue María Julia Alsogaray. La señora hizo méritos para ganarse ese lugar, pero no fue la única y ni siquiera la más importante. Pues bien, hoy no es justo que Milagro Sala sea la única detenida del festival kirchnerista. Milagro Sala es, si se quiere, el eslabón más débil de una cadena de corrupción escandalosa y evidente.
Al régimen kirchnerista en el poder se lo ha calificado como una cleptocracia, es decir, un sistema de acumulación de poder cuyo objetivo principal -no único- fue el saqueo de los recursos públicos. Todas las evidencias hasta el momento parecen confirmar esta hipótesis. Una cleptocracia. Es decir, un gobierno de ladrones. Por supuesto, los ladrones no se dedican exclusivamente a robar. El populismo suele hacer otras cosas para legitimar el poder, pero robar es la actividad central. La obsesión excluyente, la pasión morbosa. Esa fiebre por el dinero, esa arrebatadora pulsión que se manifiesta hasta en los detalles y que lleva a una persona, a una señora que todos conocemos -por ejemplo- a colocar el signo pesos en su contraseña.