Estados Unidos ha regresado a Cuba. Según las crónicas, el presidente Barack Obama llegó a La Habana acompañado de su mujer, sus hijas, empresarios, periodistas y políticos de ambos partidos. Un verdadero desembarco. Por primera vez en décadas, el Himno de los Estados Unidos de Norteamérica se cantó públicamente en tierra cubana. José Martí, el héroe emblemático de la revolución castrista fue saludado por el presidente de los EE.UU. La consigna “Fuera yanquis” deviene en la consigna “Vuelvan yanquis”. El sueño de Bahía Cochinos se hace realidad como todo sueño, en versión corregida, algo deformada e inasible.
La noticia es la llegada de Estados Unidos a la Isla. No a la inversa, es decir el desembarco de los barbudos en Estados Unidos, un objetivo que alguna vez imaginó Fidel Castro y que hoy, a la distancia, adquiere el tono del delirio. Se dirá que se trata de relaciones diplomáticas formales como las que cualquier país en el mundo civilizado mantiene normalmente con otros países. Convencionalmente es así, pero esa normalidad simboliza el fracaso de una revolución que pretendió romper con todas las “normalidades burguesas”.
Estados Unidos no regresa a Cuba con sus marines, sino con sus políticos y sus empresarios. Los empresarios por ahora van a invertir en hoteles. Deliberada o no, la inversión es simbólica. Sesenta años de dictadura revolucionaria con su secuela de muertos, exiliados y presos, para que finalmente los norteamericanos regresen para hacer lo que siempre quisieron y supieron hacer. Lo único que falta, para cerrar el círculo, es que el cabaret Tropicana se privatice o que algún gángster de Chicago sea designado concesionario.
Los Castro, por su parte, afirman que la revolución se mantiene intacta: digna y rebelde. Palabras. Lo único que sobrevive de la revolución es la dictadura; la única institución que mantiene su plena vigencia es la policía. La revolución de los barbudos rebeldes e iconoclastas ha dado lugar a una burocracia gerontocrática sostenida por dos viejitos medio chiflados que se aferran con uñas y dientes al poder, el único fetiche en el que probablemente creyeron con sinceridad.
La revolución ya no habla del hombre nuevo ni de la sociedad justa e igualitaria. Su exclusiva preocupación es sobrevivir como sea. Dos días antes estuvo en Cuba el señor Nicolás Maduro. Hubo abrazos y proclamas. Una dictadura y un régimen populista que se cae a pedazos se abrazan para jurarse lealtad eterna. Son coherentes. La visita de Maduro fue presentada como una manifestación de fe de la revolución cubana. Incluso, los muchachos se tomaron la licencia de condenar a los yanquis por considerar al actual régimen de Venezuela como un peligro para América.
El abrazo con Maduro no fue la única manifestación de la dictadura castrista. También hubo palos y garrotes para las Damas de Blanco y los grupos disidentes que se les ocurrió protestar por la ausencia de libertades. A esa decisión de reprimir y sofocar por la fuerza a unas pobres mujeres que protestan, los comunistas cubanos la llaman firmeza revolucionaria. Un dato merece destacarse sobre este tema: Obama se va a reunir con los disidentes. Ésa fue la condición innegociable que impuso para visitar la isla. Obama hará aquello que Hollande y el Papa no se atrevieron a hacer.
¿Capitula Obama por ir a Cuba y restablecer relaciones diplomáticas con una dictadura que dice a los cuatro vientos que no va a cambiar? Según los exiliados de Miami, se trata de una concesión inadmisible en tanto el sistema totalitario se mantiene intacto. Yo no lo creo. Para el realismo político yanqui, hoy Cuba no representa un peligro para su seguridad y, mucho menos, un peligro para América Latina.
Donald Trump, por ejemplo, cargó tintas sobre la ausencia de Raúl Castro en el aeropuerto para recibir a las visitas. Algo parecido dijeron los políticos de Miami y de la extrema derecha republicana. No creo que Obama vaya a perder el sueño por este desaire que, más que perjudicarlo, pone en evidencia, por si a alguno todavía no le terminó de quedar en claro la calaña moral del personaje.
Si algún riesgo conlleva el castrismo, en la actualidad, es su vocación de vivir de los recursos de otros países. Hoy, Venezuela es una víctima de las necesidades económicas cubanas, como antes lo fue la URSS. Acerca de la insolvencia cubana, de su voluntad de no pagar las deudas para sostener una economía miserable y andrajosa, los argentinos algo sabemos al respecto. Ojalá Macri lo tenga presente cuando se decida viajar a Cuba.
La isla hoy es más isla que nunca. Concluida la Guerra Fría, y derrotado el comunismo en todos los terrenos, para los yanquis no tiene mucho sentido mantener la beligerancia con un régimen anacrónico que en la actualidad a los únicos que hace daño es a los cubanos. No se equivoca el presidente norteamericano cuando insiste que el futuro de Cuba dependerá de los cubanos; a ellos, en primera y en última instancia, les corresponde decidir cómo y en qué condiciones les conviene vivir.
Por supuesto que a la hora de decidir no es lo mismo hacerlo en un marco de libertades que bajo el apremio de una dictadura, pero también la creación de esas condiciones depende del pueblo cubano, porque la actual administración demócrata ha renunciado a exportar lo que se consideran los beneficios de la democracia.
Para Obama, como para la mayoría de los dirigentes norteamericanos, el camino más eficaz y más beneficioso para derrotar a la dictadura no pasa por los marines, el embargo o el bloqueo, sino por los empresarios y la apertura económica. Los beneficios mercantiles de la sociedad de consumo, los insumos tecnológicos de última generación, las mercancías en general, cumplirán una labor mucho más eficaz que los desprestigiados marines.
Es probable que algunos dirigentes cubanos, por razones opuestas piensen más o menos lo mismo. Según este punto de vista, la denominada economía socialista ha fracasado y la única posibilidad que le queda al régimen para sobrevivir es la de atraer inversiones, ampliar la apertura económica y asumir los riesgos de la globalización. El desafío abierto al futuro consiste en resolver cómo conciliar la modernización económica con el mantenimiento de la dictadura.
No les va a resultar sencillo hacerlo, aunque si Vietnam y China pudieron hacerlo, también lo podrán hacer ellos. La condición geográfica de isla favorece a Cuba en este objetivo, porque conviene insistir al respecto que la sobrevivencia del régimen castrista es fundamentalmente política, esto quiere decir que lo único que sobrevive es la dictadura y el gran interrogante abierto es si después de los Castro habrá oxígeno para un régimen cuyo exclusivo horizonte pareciera ser la dictadura militar.