Disquisiciones alrededor del tío Sam

—Cómo cambian los tiempos -se lamenta José- hace unos años hubiéramos salido a la calle repudiando la visita de Obama y ahora resulta que estamos todos contentos porque un presidente yanqui nos visita con su equipaje repleto de pajaritos de colores.

—En eso tenés razón -responde Marcial al toque-, seguramente tu líder y jefa extrañarán los años en que nos visitaba el dictador africano de Guinea Ecuatorial o se abrazaba con el dictador de Angola ante la mirada aprobatoria de los pujantes empresarios de La Salada. Tenés mucha razón, los tiempos cambian.

—Yo no voy a entrar en chicanas -digo- pero admitamos que así como las relaciones carnales practicadas por el peronismo en la década del noventa no fueron aconsejables, tampoco lo fue esa beligerancia cerrada contra los EE.UU. practicada por los K.

—Es muy sencillo -agrega Abel- se trata de comportarse como personas normales y como una nación normal.

—Yo a los que queman banderas norteamericanas no los entiendo, por lo menos no entiendo a los grandotes boludos que lo hacen. A los pibes se la dejo pasar porque ya se sabe que son maestros en comerse todos los amagues -enfatiza Marcial-, pero realmente quemar banderas de EE.UU. a esta altura del partido, es como bailar la danza del fuego o aprobar los sacrificios humanos… no se puede ser más retrógrado y reaccionario.

—Yo voy a seguir creyendo que los yanquis son los enemigos de la humanidad -insiste José- y que el imperialismo tiene una cabeza en el mundo y esa cabeza monstruosa es la de EE.UU.

—Lo que es muy cierto -admite Marcial- es que EE.UU. es la primera potencia del mundo, y lo es por su poderío militar, tecnológico y financiero. También es cierto que muchos que lo repudian disfrutan de su tecnología, de su confort y, cada vez que pueden, se van de vacaciones a Miami o se compran casas como lo hacen los Kirchner, Lula, Chávez y los principales voceros del antiimperialismo yanqui.

—Yo los odio -admite José.

—Te recuerdo que tu amigo Perón se cansó de chuparles las medias -replica Marcial.

—No es lo que hizo con Braden.

—No lo hizo con Braden, porque esa maniobra le resultó útil para ganar las elecciones, pero al año siguiente le otorgó al nuevo embajador norteamericano la medalla de la lealtad peronista.

—Y dale con la lealtad -chicanea Abel- los que más hablan de lealtad son maestros en la traición.

—No nos vayamos tan lejos -reitera José- yo les confieso que a mí me parece increíble explicar que los yanquis son los enemigos de los pueblos.

—Mirá José -le digo- yo creo que los yanquis no son santitos ni tienen por qué serlo, pero hoy me parece que le hacen más daño a los argentinos personajes como Lázaro Báez o Cristóbal López que un imperialismo que a esta altura del partido suena a abstracción.

—¿Acaso no les parece una vergüenza que el señor Obama nos visite justo cuando se celebran los cuarenta años del golpe de Estado genocida?

—No me parece una vergüenza -reacciona Abel-, por el contrario, creo que Obama está más cerca de la defensa genuina de los derechos humanos que el señor Aníbal Fernández, alias “el Morsa”, o que tu jefa, que se acordó de los derechos humanos para juntar votos y hacer plata.

—¿Vas a desconocer la injerencia de los yanquis en el Chile de Allende o en América Central en los años ochenta donde se especializaron en formar y adiestrar escuadrones de la muerte?

—No lo voy a desconocer y, por el contrario, lo voy a criticar -subrayo-, pero Obama no es Bush, como Carter no era Reagan ni Patricia Derian no era Henry Kissinger. Aunque te cueste reconocerlo, en EE.UU. hay contradicciones, no todos piensan lo mismo. Te lo dije el otro día: el gobierno de Carter hizo más por los derechos humanos en la Argentina que tus amigos de la URSS y Cuba, por lo tanto Obama tiene derecho a venir aquí cuando quiera y a hablar de los derechos humanos y rendirle homenaje a las víctimas de la dictadura, un derecho que no sé si lo tienen algunos de los amiguitos de tu querida Cristina.

—Yo en estos temas nunca dudé -se ufana Marcial-, estuve con Estados Unidos contra los nazis y contra los comunistas, y ahora estoy con Estados Unidos contra el terrorismo islámico. Es que como decía la amiga Alicia Moreau de Justo: prefiero ser negro en EE.UU. que obrero en la URSS. Y no le faltaba razón. No sé qué hubiera sido de la humanidad en el siglo veinte si a los totalitarismos y a la barbarie no los hubieran parado los norteamericanos.

—Y no sé qué habría sido de América Latina si los marines no hubiesen desembarcado para imponer su voluntad mediante lo que ellos mismos llamaron la diplomacia del garrote. No jodamos. Se imaginarán que no estoy de acuerdo con esas posiciones gorilas y proyanquis -replica José- yo defiendo la soberanía nacional contra todos los imperios y no creo que haya imperios buenos y malos, simplemente hay imperios.

—Una frase más y tenemos un tango llorón y compadrito -se burla Abel-, además, no se hagan los guerrilleros heroicos. Tu Señora del Calafate no sabía qué hacer para chuparle las medias a Obama, lo que pasa es que su ego la dominaba y cada vez que estaban juntos en algún encuentro internacional no se le ocurría nada mejor que hablar tres horas seguidas, victimizarse, dar consejos que nadie le pedía y, a la hora de las fotos, como una colegiala coqueta, llegar tarde para llamar la atención.

—Además no jodamos -apunto-, si es por inversiones extranjeras, en los últimos años invirtieron en estos pagos más los europeos y los asiáticos que los yanquis. Por otra parte, y si no escuché mal, todos estamos de acuerdo con que vengan inversiones extranjeras, salvo que soberanía nacional signifique tomar mate sentado arriba de una cabeza de vaca, mientras comemos charque y locro.

—Ustedes ridiculizan mi propuesta. Yo creo que no hay que regalarse con nadie, y Macri lo está haciendo.

—Tampoco creo que haya que regalarse con nadie -responde Abel-, con las naciones e incluso con las naciones imperialistas hay que saber negociar; ya no estamos en los tiempos de la diplomacia de las cañoneras y de los desembarcos de los marines; en definitiva, se trata de saber defender la causa nacional con inteligencia y sin regalarse, pero más importante es no aislarse. Y lo que es peor, aliarse con las letrinas de la política mundial.

—Lo que yo no entiendo de vos, José, es ese nacionalismo retórico y cerrado que no resulta coherente con los acuerdos leoninos, por ejemplo, que firmaron tus jefes espirituales con China, entregándole prácticamente una franja del territorio nacional para que realicen tareas de espionaje. Imaginate si algo parecido hubiera hecho Macri con EE.UU… a esta altura del partido ya habrían incendiado todas las embajadas norteamericanas de América Latina.

—No comparto -concluye José.

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