A Mauricio Macri no le van a alcanzar los días de su vida para expiar la culpa de ser hijo de un millonario y portador de un apellido emblemático del controvertido capitalismo argentino. Seguramente, las explicaciones que deba dar Macri ante la opinión pública serán siempre más frecuentes que las explicaciones que deba dar la hija de un colectivero, quien gracias a los éxitos profesionales brindados por la ley 1.050, más sus prolongados pasos por la presidencia de la Nación, se hizo multimillonaria, ella, su familia y sus compañeros.
Los K de todos modos están eufóricos por lo sucedido. Para su lógica binaria ya no importa hacerse cargo que sus jefes son ladrones, sino demostrar que todos son ladrones. Con esa suerte de “empate” los compañeros se conforman porque, según este singular punto de vista del populismo, la corrupción es una invención de los neoliberales para enlodar las maravillosas transformaciones económicas y sociales que realizan sus jefes.
Comparado con los negociados de Hotesur, Skanska o Ciccone, las estafas multimillonarias perpetradas con las obras públicas, el crecimiento escandaloso de la fortuna personal de la Señora o los negociados mafiosos llevados a cabo por Lázaro Báez y Cristóbal López, la presencia de Macri en una sociedad offshore en Panamá es un episodio menor, casi una anécdota que seguramente pasará al olvido.
Patético. Mientras ministros, empresarios y secretarios de Estado del régimen K empiezan a desfilar por los Tribunales, la banca parlamentaria del Frente para la Victoria -que sobre este tema practica un ruidoso silencio- sale con los botines de punta para reclamar por una sociedad offshore cerrada hace siete años, mientras algunos dirigentes K de la “resistencia” reclaman juicio político y destitución del presidente.
De todos modos, hubiera sido mucho mejor para todos, incluso el propio Macri, que él no figurara en una sociedad offshore. No es una cuestión legal, es política. El presidente que convoca a los capitalistas argentinos a traer el dinero que tienen guardados en los célebres paraísos fiscales, el presidente que en estos momentos libra una singular batalla contra la corrupción, el presidente que convoca a la sociedad a soportar las consecuencias de un duro ajuste económico, el presidente que ha dicho que va a decir siempre la verdad, no queda bien parado figurando en sociedades jurídicas y financieras que encarnan los vicios y escabrosidades más controvertidos del capitalismo globalizado.
El talento político se pone a prueba en los momentos difíciles. Transformar una crítica o un error en una oportunidad es el rasgo distintivo de un dirigente. Esto quiere decir que lo sucedido, el escándalo de los Papeles de Panamá debería ser un excelente pretexto para afirmar valores y ganar confianzas. La sociedad quiere a un presidente hablando con los tonos certeros de la honradez y la transparencia.
No creo que Macri deba recurrir a la cadena nacional para explicar lo sucedido; no sólo porque los argentinos quedamos asqueados de ese recurso, sino porque el tema no amerita el uso lo que debería ser una herramienta excepcional de un gobierno y no una tribuna diaria para propagandizar virtudes imaginarias. Pero Macri no se puede quedar callado. O tomar el tema a la ligera. No es un empresario o un niño bien caprichoso, es el presidente de la Nación.
Visitas controvertidas
Dicho sea de paso, Macri también debe meditar acerca de decisiones que seguramente para un ciudadano común son normales, pero no así -otra vez- para un presidente de la Nación. Cualquiera tiene derecho a visitar a un amigo en su casa, incluso un presidente, pero un mandatario debe pensar dos veces sus afanes de jugar a las visitas si ese amigo es un inglés que hace negocios con el Estado y un multimillonario con inversiones controvertidas en tierras del sur. Repito: no es un empresario o el hijo de un millonario que tiene amigos millonarios y hace lo que le da la gana: es el presidente de la Nación, él decidió serlo y esa investidura exige responsabilidades que debe asumir para el bien de él y para el bien de todos.
Caprichos de ese tenor, a un primer ministro de Alemania le costaron el puesto, y algo parecido le sucedió a un presidente de Israel. Integrarse al mundo civilizado, valorar las virtudes de la república, diferenciarse del populismo y sus excrecencias, tiene sus exigencias, sobre todo para un gobierno que llegó al poder invocando la transparencia y la honradez. Dicho con lógica empresaria para que se entienda: al capital político cuesta mucho ganarlo. Macri lo sabe, pero ahora debe aprender que a ese capital se lo puede perder a una velocidad insólita, sobre todo cuando se preside un gobierno de signo no peronista en este país inficionado de populismo.
En sintonía
Regresemos a Panamá. Sorpresa y admiración por los casi cuatrocientos periodistas de setenta y ocho países que durante más de un año estuvieron clasificando la información brindada anónimamente a un diario alemán, el Süddeutsche Zeitung. Lo suyo de una manera eficaz está en sintonía con los signos de los tiempos. El mundo globalizado, las formidables transformaciones tecnológicas, los nuevos recursos e instrumentos para acceder a la información, incluso la más secreta, es el dato de la época y en caso que nos ocupa el “progreso” sirve para una buena causa como es la de desenmascarar a una de las versiones más viscosas del capitalismo.
No es casualidad que haya sido un estudio jurídico de Panamá el principal protagonista de este escándalo revelado por el periodismo de investigación. La firma Mossack Fonseca opera desde hace cuarenta años garantizando lo decisivo en estos emprendimientos: secreto y eficiencia. Pues bien: la investigación periodística tiró por la borda el supuesto prestigio de un estudio jurídico que organizaba sociedades y cuentas offshore de la que se beneficiaban políticos, empresarios actores, deportistas y narcotraficantes mafiosos.
No se falta a la verdad cuando se afirma que estas sociedades offshore se constituyen en primer lugar para evadir impuestos y realizar operaciones de lavado. Una sociedad offshore puede tener objetivos legítimos, pero no es ése su rasgo distintivo y, fundamentalmente, no se inventaron para hacer las cosas por derecha. Su legalidad no nos debe llamar a engaño. El capitalismo históricamente posee muchas virtudes, pero no son las sociedades offshore su rasgo más valorado.
Una industria nacional
No es ningún secreto que Panamá desde hace décadas se dedique a estas “saludables” actividades. Desde 1980, por lo menos operaban en estas tierras alrededor de cien bancos internacionales. El canal y los negocios que de allí se derivan, más la cercanía del dólar explican esta preferencia de Panamá por estas actividades. Hace casi cuarenta años, el dictador Manuel Noriega fue depuesto más que por un golpe de Estado por una intervención de los marines yanquis para poner fin a un régimen corrupto y venal. Sin embargo, Panamá a los pocos meses de ese insólito operativo militar, volvió a practicar lo que daría la impresión de que es lo que mejor sabe hacer. En 2015 había noventa bancos aportando el 7,5 del Producto Bruto Interno, el sexto rubro importante en la economía del país.
El presidente Macri ha dado algunas respuestas a los requerimientos de la sociedad. Lo ha hecho personalmente y lo han hecho sus principales colaboradores. Esta película todavía no ha concluido, pero en principio, y más allá de futuros desenlaces y más allá de errores visibles, la noticia adquirió estado público y el gobierno alguna respuesta dio. Esta “novedad”, la de un gobierno que explica sus actos, es lo que merece destacarse. Después de doce años de ejercicio absoluto del poder, de no brindar información y de ocultar y silenciar escándalos, esta actitud del gobierno hay que ubicarla en su justo lugar para no caer, entre otras cosas, en esa suerte de cambalache en la que pretenden enredar a la gente los operadores K, con su estrategia de hacer creer que todos somos iguales y que corromperse es la única alternativa de la política.