Semana en que los acontecimientos parecen precipitarse con su carga lesiva de conflictos y contradicciones; semana intensa que condensa en pocos días las principales tensiones que acechan a la sociedad y el poder político; semana en que es muy difícil mantenerse neutral porque están en juego intereses, pasiones, valores y prejuicios; una semana interesante en definitiva.
No terminamos de asimilar la detención de Ricardo Jaime cuando, el domingo a la tarde, a la hora en la que se supone que el “músculo duerme y la ambición descansa”, llegaba la noticia de los Panama papers, en realidad la noticia de que el presidente de la Nación había integrado hasta 2008 una sociedad off shore con sede en las islas Bahamas, un clásico paraíso fiscal de ésos que se usan para evadir impuestos, ocultar fortunas obtenidas con el narcotráfico y la venta de armas, maniobrar en los negocios de importación y exportación o -¿por qué no?- eludir pretensiones de esposas ambiciosas.
Las sociedades off shore y los paraísos fiscales no son una novedad en los tiempos del capitalismo globalizado. No sólo no son novedad, sino que están legalizadas más allá de que el noventa por ciento de los economistas del mundo -y tal vez me quede corto- consideren que son una manifestación deplorable del capitalismo y que se impone establecer algún tipo de control a sus actividades.
Los paraísos fiscales son, obviamente, residencias preferidas por millonarios. Si eludimos la tentación de calificar a los ricos como intrínsecamente malvados, debemos admitir diferencias entre quienes actúan e incluso maniobran en las orillas de la legalidad y quienes no lo hacen. Previo a ello, también se debe distinguir a quienes recurren a estas alternativas para blanquear dineros procedentes del delito en sus más diversas variantes y quienes lo hacen para operar económicamente, obtener ventajas en esa zona ambigua donde legalidad e ilegalidad se difuminan o, sencillamente, proteger sus bienes de las acechanzas de la legislación de países confiscatorios o de gobiernos cuya política económica no garantiza la seguridad que todo capital reclama.
Hasta tanto exista una ley que prohíba las sociedades off shore no se puede decir que quienes hacen uso de ellas son delincuentes. También en este campo resbaladizo y viscoso, las diferenciaciones son necesarias. Capitalismo y delincuencia no son lo mismo, lo que no significa desconocer que más de una fortuna se amasó con sangre y barro. Tal vez la apuesta política más importante del siglo XXI sea la de bregar por un capitalismo que además de legal sea democrático. ¿Utopía? Tal vez, pero si alguien tiene algo mejor que ofrecer, escucho ofertas.
Volviendo al caso de Mauricio Macri, es necesario admitir que no es muy elegante que un presidente de la Nación haya integrado una sociedad off shore, pero que no sea elegante no significa que sea ilegal, sobre todo si esa sociedad no se disimuló con testaferros, fue declarada en su país, y sus directores no percibieron beneficios. Dicho sea al pasar, menos elegante, incluso grotesco, resulta el comportamiento de las murgas K que intentan aprovecharse de esta situación para declarar una suerte de “empate”: somos todos ladrones, somos todos corruptos. Gracioso, si no fuera lamentable.
Insisto, un empresario, un director de cine, un cantante, pueden estar en una sociedad off shore, pero no así un presidente de la Nación. Esto no está protocolizado en ninguna parte, pero hasta Macri llegó a darse cuenta de que esa diferencia es necesaria establecerla. Como me dijo un amigo de la noche: un prostíbulo puede estar permitido, pero -aunque no esté escrito en ninguna parte- no queda bien que un sacerdote o un pastor sean sus regentes. Y las sociedades off shore son, de alguna manera, las letrinas y prostíbulos del capitalismo globalizado. Macri es un apellido emblemático de cierta modalidad del capitalismo argentino. Mauricio es el hijo de Franco, y así como recibió algunos beneficios por esa relación, convengamos que también algunos perjuicios lo salpican. Como decía en mi columna del martes, Macri expiará hasta el fin de sus días ser hijo de un millonario, calvario que seguramente no están obligados a recorrer el nieto de un usurero y la hija de un colectivero que gracias a los beneficios del poder se hicieron multimillonarios y cuya única explicación acerca de esta asombrosa variación del destino, la brindó la Señora presentándose como una abogada exitosa.
Para mi gusto, el gobierno nacional debería haberse defendido mejor. Si es verdad que desde hacía tres semanas sabía que los Documentos de Panamá aterrizaban en estos pagos, el lunes mismo debería haber hecho lo que finalmente se hizo el viernes. En tiempos acelerados, retrasar cuatro días una respuesta es dar demasiadas ventajas, sobre todo cuando se tiene al frente un enemigo -y digo bien, un enemigo, no un opositor- decidido a jugar con las armas más sucias.
Así y todo, lo poco y regular que hizo Macri, desde el punto de vista democrático y republicano representa el día y la noche comparado con un régimen cuya titular jamás dio explicaciones de nada, fiel a su consigna, reafirmada diariamente, de ir por todo. Resulta ridículo y patético ver a ciertos personajes K reclamando que Macri dé una conferencia de prensa o admita una interpelación tan mañosa como manipuladora. No dejan de ser siniestros los exaltados imbéciles organizados en murgas que salen a la calle a reclamar lisa y llanamente un golpe de Estado.
Puede que los reflejos políticos del oficialismo no estén muy aceitados -en realidad no es fácil para un gobierno con tres meses en el poder hacerse cargo de una manifiesta declaración de guerra de sus enemigos- pero lo poco que hizo alcanza para establecer diferencias abismales entre una y otra cultura política. En el caso que nos ocupa, Macri dio explicaciones como nunca antes en doce años los K se atrevieron a dar. Aceptó presentarse pacíficamente ante la Justicia, una verdadera novedad, sobre todo si se tiene en cuenta que las murgas K amenazan con un 17 de Octubre porque un juez federal convoca a la Señora para que explique por qué el país perdió cerca de sesenta mil millones de pesos con una maniobra financiera conocida como dólar futuro, maniobra que a tono con la agobiante letanía nacional y popular, benefició a banqueros, multinacionales y cerealeras.
Y mientras la sociedad asimilaba los Documentos de Panamá -una verdadera hazaña del periodismo de investigación y una manifestación emblemática del mundo que se viene en materia de información- en el aeropuerto de San Fernando era detenido Lázaro Báez. En las horas siguientes se conoció una decisión judicial de continuar investigando las rumbosas valijas de ese ejemplar militante chavista conocido como Antonini Wilson; y, para completar la jornada, se supo que el juez Norberto Oyarbide presentaba su renuncia, el mismo juez que liberó con excepcional rapidez a los Kirchner de la imputación de enriquecimiento ilícito, el mismo que se prestó a legitimar cuanto negocio sucio y venal se perpetraba desde un régimen que renunció a muchas cosas, menos a ser farsante, sórdido y corrupto.
Al momento de escribir esta nota, el compañero Fariña continuaba declarando ante la Justicia. Se dice que prendió el ventilador. Palabras más palabras menos, todos los involucrados en este sórdido culebrón policial admitirán lo que ya admitió Jaime: lo que se hizo fue cumplir las órdenes de Néstor y Cristina. Nada más y nada menos. Como se dice en estos casos, nada nuevo bajo el sol. ¿O alguien supone que estos caballeros podrían haber hecho lo que hicieron sin el conocimiento, la autorización o la orden de Ella y Él?
En todos los casos, la noticia de fondo no es tanto que dos o tres funcionarios corruptos vayan a la cárcel; la noticia de fondo, la que anima a unos y alarma a otros, no son los que hoy están presos, sino los que deberían estar presos. Como ocurre con los cuentos de Hemingway, lo más importante está debajo de la superficie. O detrás. O arriba. Y en el caso que nos ocupa, lo más importante tiene nombre de mujer.