La Asamblea del año XIII

Se propuso dos grandes objetivos. Declarar la independencia y sancionar una Constitución. No pudo hacerlo o no la dejaron, lo cual es más o menos lo mismo. Paradojas de la historia: la asamblea convocada por lo que podríamos, con alguna licencia del lenguaje, calificar como la izquierda de la revolución, no pudo declarar la independencia que si lo hizo un organismo conservador como fue el que convocó al Congreso de Tucumán de 1816. Paradojas que dejan algunas enseñanzas respecto de las condiciones que hacen propicias las decisiones trascendentes.

Si la independencia se declaró en Tucumán, la Constitución Nacional se sancionó en Santa Fe cuarenta años después. Las cuatro décadas de diferencia dan cuenta del camino sinuoso y escarpado que era necesario recorrer para arribar a algo parecido a una Constitución. Sin embargo, en 1813 se presentaron por lo menos tres proyectos constitucionales. No fueron aprobados y algunos ni siquiera fueron tratados, pero su presentación dio cuenta del clima político e intelectual existente a tres años de la Revolución de Mayo.

La pregunta histórica a hacerse, en este caso, es por qué los objetivos propuestos no se pudieron realizar, aunque el primero, la independencia, se concretó pocos años después, pero en un contexto histórico muy diferente al de 1813. Respecto de los límites y vicios de la Asamblea, los historiadores han escrito mucho, y las diferencias han sido motivo de discordias intelectuales y políticas que se han prolongado a lo largo del todo el siglo veinte.

El revisionismo en sus diferentes variantes, no le perdona a la Asamblea haber rechazado las instrucciones de los diputados de la Banda Oriental. Respecto del conjunto de decisiones relacionadas con las libertades, los derechos, las garantías y la creación de símbolos patrios, hay acuerdos en admitirlos como positivos, aunque para algunos esas proclamas democráticas y republicanas no fueron más allá de la retórica de la época y no dijeron nada nuevo acerca de lo que ya se conocía.

En la actualidad los estudios históricos han arribado a conclusiones más consistentes y menos teñidas por la ideología o los intereses políticos contemporáneos. A la Asamblea del año XIII hay que entenderla, en principio, como una iniciativa política llevada a cabo en un contexto histórico caracterizado por los acelerados cambios que se estaban dando en el orden interno e internacional.

La asamblea inicia sus sesiones con los mejores auspicios a fines de enero de 1813, y se disuelve, sin pena ni gloria, luego de la caída de Alvear a mediados de 1815. A las pocas semanas de constituirse, los ejércitos patrios obtienen victorias militares en San Lorenzo y Salta. La Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica están en la plenitud de su actividad política y disponen de militares, sacerdotes e intelectuales capacitados para asumir las responsabilidades de una etapa de transformaciones. Los hombres que se destacan en esas jornadas se llaman José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, Francisco Planes, Juan José Paso y el propio Carlos María de Alvear, todos identificados con la causa de la revolución y decididos, con más o menos entusiasmo, con más o menos prudencia, con más o menos coraje, a declarar la independencia y constituir una nueva nación.

Para esa fecha la luz de Napoleón ha empezado a declinar, pero nadie supone que esa declinación será total. En España continúa la resistencia a la ocupación francesa, pero los españoles están convencidos de que el nuevo marco legal que regirá su vida política será el impuesto por la Constitución aprobada en 1812, la célebre “Pepa”. En Buenos Aires, Madrid o París, las ideas y mitos dominantes siguen siendo los de la Revolución Francesa. En todas estas ciudades se sigue hablando en contra de los tiranos y los déspotas, se invocan los principios de libertad, igualdad y fraternidad, y hay un amplio consenso en admitir que los procesos que están ocurriendo en América marchan por el camino de la libertad y el progreso.

Pocos meses después el escenario internacional cambia abruptamente. La estrella de Napoleón empezará a apagarse; España se liberará de la ocupación francesa, pero el poder caerá en manos un Fernando VII que se revelará como un monarca absolutista y despótico. Y en ese marco el destino de las revoluciones americanas se complicará de manera inquietante.

Por lo tanto, una explicación válida para entrever el por qué del “fracaso” de la Asamblea, gira alrededor del cambio del escenario internacional. Digamos que la Asamblea se constituye para cumplir con objetivos que para fines de 1813 ya no son válidos, motivo por el cual a partir de 1814 se empezará hablar de los beneficios de una monarquía, y a pesar de que en 1813 el nombre de Fernando VII está ausente en los juramentos y documentos patrios, para el año siguiente una vez más la bandera española flameará en el Fuerte.

¿Por qué? Sencillamente porque como dice una copla española, la tortilla, se dio vuelta. Si antes había que combatir ahora hay que negociar y, si es necesario, pedir disculpas. Por lo menos eso es lo que piensan algunos dirigentes que un año atrás se comían a los chicos crudos con sus proclamas revolucionarias. El miedo, la inseguridad, las debilidades ideológicas y políticas, los compromisos e intereses y la certeza de que la hora de las revoluciones ha pasado, han corrido el péndulo hacia posiciones más conservadoras.

La Francia napoleónica ha caído, Inglaterra fortalece su alianza con España, y Roma y Viena se preparan para forjar la Santa Alianza. En Europa, el humor político está cambiando aceleradamente y los jóvenes idealistas americanos se están transformando a los ojos de los monarcas y jefes de Estado en usurpadores y delincuentes que como tales merecen ser tratados.

Para esa época se envían misiones diplomáticas a Europa destinadas a recomponer las alianzas, incluso con Fernando VII. La Santa Alianza aún no se ha constituido, pero las ideas de la restauración ya están instaladas. Las desgracias en estos casos nunca vienen solas. Los experimentos revolucionarios de América empiezan a ser derrotados y en el Río de la Plata se incentivan las diferencias internas, las luchas adquieren un marcado carácter faccioso y entre octubre y noviembre de 1813 Belgrano es derrotado en Vilcapugio y Ayohuma, lo que significará perder para siempre el Alto Perú.

En el otro frente abierto, el de la Banda Oriental, los problemas se multiplican. La disidencia artiguista se extiende a las provincias del litoral y amenaza con llegar a Córdoba y Tucumán. Sólo una noticia es estimulante en ese período: los españoles pierden la plaza de Montevideo. Buenos Aires realiza un gran esfuerzo para conquistar la ciudad oriental. Los honores del emprendimiento le pertenecen históricamente al almirante Guillermo Brown, aunque será Alvear quien se llevará los laureles de la victoria. Dicho sea de paso, la caída de Montevideo en manos de los patriotas fue uno de los acontecimientos claves de la historia nacional, al punto que para algunos historiadores esa victoria definió la suerte de la revolución, ya que el control del puerto por parte de los patriotas obligó a los españoles a orientar hacia Venezuela la invasión originalmente planificada para el Río de la Plata.

Efectivamente, la Asamblea del año XIII no pudo cumplir con sus objetivos centrales. Y a partir de 1814 los cambios políticos impactaron en su seno y por un motivo o por otro se perdió el rumbo. Sin embargo, los ideales más nobles de esa revolución que avanzaba a tientas se jugaron en ese periodo. Los ideales más nobles protagonizados por los patriotas más representativos del fervor revolucionario.

La Asamblea se declaró soberana, desapareció el nombre de Fernando VII, se suprimieron los títulos nobiliarios; el mayorazgo y la Inquisición fueron disueltos; la nueva y gloriosa Nación dispuso de un himno nacional propio, un escudo, una escarapela y una fecha para celebrar su acta de nacimiento: el 25 de mayo de 1810. No se liberaron a los esclavos, pero se prohibió la trata de negros y se declaró la libertad de vientres. A los indios se le reconocieron derechos, se prohibió la tortura y los instrumentos de apremios ilegales fueron quemados en la plaza pública. Los debates ideológicos y políticos estuvieron a la orden del día. La palabra “ciudadano” es la que se usa para designar al interlocutor. Los símbolos y ritos pertenecen a la tradición de la Revolución Francesa. También las instituciones: directorio, triunvirato, asamblea. No se declaró la independencia, claro está, pero lo que se hizo se parecía bastante a ella. No se sancionó una constitución, pero los principales derechos y garantías y las instituciones claves de un orden democrático y republicano allí se formalizaron por primera vez. Claro que hubo debilidades y errores, pero sería necio y torpe desconocer los aciertos.

Impresiona como un torpe juego de palabras decir que la Asamblea del año XIII se gestó en el año XII. No se trata, por supuesto, de una obviedad cronológica sino de una suma de coincidencias políticas o de acontecimientos que se fueron produciendo hasta alcanzar un resultado. La caída del Primer Triunvirato -calificado por algunos historiadores livianos como golpe de Estado -olvidando que entonces no había Estado-, abre el espacio político para la convocatoria por parte de los sectores más radicales de la revolución a una asamblea que se fijará objetivos ambiciosos, aunque luego los hechos o la vida se encargarán de demostrar que eran de muy difícil cumplimiento, por no decir de imposible concreción.

Sostener que el Primer Triunvirato era de derecha y el Segundo de izquierda, es una exageración o una simpleza rayana con la tontería, pero está claro que la lógica de los acontecimientos empujaban hacia decisiones más radicalizadas, la misma lógica que un año más tarde empujará en una dirección inversa y, en más de un caso, transformará en conservadores y monárquicos a quienes hasta meses atrás se jactaban de su condición de republicanos y revolucionarios. Las luchas facciosas en el interior de la revolución poseían sin duda un componente ideológico, pero reducir a la ideología las diferencias sería el modo más cómodo de equivocarse o de no comprender el proceso histórico.

En esa aldea porteña de 1813 -con una población que arañaba los cincuenta mil habitantes- se tejían intrigas, ambiciones menores, disputas entre clanes familiares, e incluso perspectivas políticas diferenciadas por los roles que se desempeñaban en la sociedad. No era similar la mirada la del tendero que empezaba a ser desplazado por el comercio inglés, que la del ganadero que descubría los horizontes de su actividad, o la de los jóvenes que se iniciaban en la promisoria carrera militar, o la de los intelectuales siempre decididos a ir más allá de los límites de lo posible o a suponer que la inteligencia y la razón alcanzan y sobran para tomar decisiones políticas acertadas.

Si la caída del Primer Triunvirato preparó las condiciones para la convocatoria a la Asamblea; a través del Segundo Triunvirato, la llegada al puerto de una nave inglesa -en marzo de 1812- fue el anticipo de los cambios que se avecinaban. Llegaron en la ocasión -como muy bien las litografías escolares se encargaron de divulgarlo- varios personajes llamados a desempañar un rol importante en la política criolla. Por ahora nos referiremos a dos de ellos: José de San Martín y Carlos María de Alvear. No tenían la misma edad San Martín era algo mayor- pero ambos eran jóvenes, talentosos, y en nombre del deber o en nombre de la ambición, estaban dispuestos a meterse de lleno en las jornadas revolucionarias. Los muchachos se habóan conocido en Cádiz, donde se iniciaron en las logias masónicas, y es muy probable que en aquel clima haya germinado su vocación de libertadores.

Tanto Alvear como San Martín desempeñarán roles importantes en los acontecimientos que concluirán con la caída del Primer Triunvirato, roles que se extenderán luego a la convocatoria y participación de la Asamblea, participación que no excluirá duras disputas internas, al punto de que en poco tiempo los amigos derivarán en enconados enemigos.

La Logia Lautaro, organizada de acuerdo con los ritos, ceremonias y objetivos de la masonería, práctica política que -insisto- era mayoritaria entre los revolucionarios de 1810, será uno de los centros de conspiración de aquellos años. La otra institución clave será la Sociedad Patriótica, la entidad que nucleaba a los morenistas y que contaba con el liderazgo de ese personaje tan apasionante como contradictorio, tan valiente como peligroso, que se llamó Bernardo de Monteagudo, el mismo que una vez constituida la Asamblea será titular del diario de sesiones llamado “El Redactor”.

La Asamblea inició sus deliberaciones el 31 de enero de 1813. El discurso de apertura estuvo a cargo de ese maestro de la intriga, la componenda y la sobrevivencia política que fue Juan José Paso. Los diputados se reunieron en la sede del Consulado. Por reglamento se estableció que las sesiones públicas se harían los días martes, miércoles y viernes, mientras que los lunes y jueves habría reuniones secretas. Allí también se fijó el quórum para iniciar las sesiones y las dietas de los legisladores. Según se estableció, las provincias elegirían dos diputados; y las ciudades, uno. Supuestamente las provincias y ciudades de esos territorios que todavía no eran la Argentina, estarían representadas, pero no bien se echara una ligera mirada a la lista de los nombres de los diputados, se arribaría rápidamente a la conclusión de que esa convocatoria a las provincias era más nominal que real. ¿Egoísmo porteño, como dicen los revisionistas a la violeta? Puede ser, pero no es la única explicación.

En principio, no todas las ciudades disponían en esos años de intelectuales en condiciones de ejercer el papel de legisladores. De allí se derivará otro hecho curioso: los pocos letrados provenientes de esas lejanas y polvorientas ciudades, cuando se instalen en Buenos Aires se sentirán muy reconfortados de participar en los grandes debates políticos e ideológicos de su tiempo y en algún momento terminarán siendo más leales a la lógica de la institución que los reconocía que a los mandatos de sus caudillos de tierra adentro.

Uno de los datos más resonantes de la Asamblea fue el rechazo de los diputados enviados por la Banda Oriental. En realidad el rechazo fue a las “Instrucciones” y no a ellos; mucho menos al derecho de la Banda Oriental a mandar diputados, derecho que meses después ejercerán cuando otro de los centros de poder enfrentado con Artigas elija a sus respectivos representantes.

Los problemas con la Banda Oriental no eran diferentes a los planteados con el Alto Perú, Tucumán e incluso con Córdoba, que, por ejemplo, estuvo representada por Larrea y Posadas, un porteño y un español. Sin duda que las ciudades del interior tenían muy buenas razones para desconfiar del centralismo porteño, pero asimismo Buenos Aires tenía también muy buenas razones para recelar de las provincias y, sobre todo, para confiar en sí misma y en las virtudes del centralismo para desarrollar las tareas de la revolución.

En ese sentido, las contradicciones con algunos centros de poder o algunos caudillos ya se presentaban como irresolubles. La tarea de organizar una nación y construir un Estado no iba a ser tan sencilla como lo imaginaban algunos de los inspirados iluministas de 1813. Los problemas de la unidad política trascendían a las personalidades de los caudillos y jefes revolucionarios y en muchos casos obedecían a tendencias de media y larga duración que se resolverían en otras circunstancias y en escenarios históricos muy diversos del existente en 1813.

La relación de Buenos Aires con Artigas nunca funcionó bien y alguna culpa han tenido los porteños al respecto, pero admitamos también que Artigas nunca pudo establecer acuerdos estables con nadie, algo que se demostrará luego cuando rompa alianzas con López y Ramírez, pero sobre todo cuando sea traicionado por los principales caudillos de la causa oriental.

El rasgo distintivo de la Asamblea fue que desde su inicio se declaró soberana y que en sus actas se omite por primera vez el nombre de Fernando VII. El carácter soberano de la Asamblea creará dificultades políticas e institucionales que hasta el día de hoy los historiadores continúan debatiendo. Por lo pronto, los legisladores deberán jurar por una institución que de alguna manera será reivindicada como nacional y por lo tanto estará por encima de las embrionarias provincias. Ese “detalle” ha despertado suspicacias y enconos. Asimismo, el carácter soberano colocaba en un plano subordinado a la institución que era la representativa del Poder Ejecutivo: el Triunvirato.

Todos esos dilemas se fueron resolviendo por el peor de los caminos a lo largo de 1813. Para principios de 1814 el Triunvirato se disolverá y se creará el Directorio, cuyo primer titular será Gervasio Posadas, tío de Alvear. Un año después y en un contexto internacional contrarevolucionario, asumirá la titularidad del Directorio, Carlos María de Alvear. Para entonces San Martín ya estaba en Cuyo. Es que uno de los actos trascendentales de esa Asamblea fue la de haber creado la gobernación de Cuyo atendiendo a las solicitudes de San Martín, decidido a cumplir con su destino histórico.

Alvear durará tres meses en el poder. Su gestión será lamentable desde todo punto de vista. A las derrotas políticas se sumará, como telón final, la rebelión del Ejército del Norte y su renuencia sin pena ni gloria luego de haber intentado gestionar la sumisión a Inglaterra. Para esa fecha se disolvió de hecho la Asamblea del año XIII, aunque en realidad ya hacía más de un año que era un espantajo.

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