¿Qué responder si un extranjero pregunta qué concepto nos merece el gobierno de Macri? La primera tentación a eludir sería la de encasillarnos en las categorías de derecha o izquierda, porque ellas no alcanzan a explicar los dilemas de la política nacional. Y cuando las categorías no encajan en la realidad, lo mejor es dejarlas de lado.
Más que una identidad ideológica inasible, correspondería indagar sobre las tareas que se propone esta gestión. Lo que resulta claro es que se trata de un gobierno no peronista que asume el exigente desafío de gobernar y fundar una nueva cultura política en un país en el que ningún gobierno que no se identifique con la tradición peronista pudo concluir su mandato.
No es un problema de mezquinas pertenencias partidarias. Sin exageraciones, podría decirse que la asignatura pendiente de la democracia es la alternancia, la posibilidad de establecer un orden diferenciado de los liderazgos mesiánicos y la concentración del poder. Años de populismo han instalado el prejuicio de que los únicos garantes de la gobernabilidad son los peronistas. En el propio peronismo existe la certeza de que todo gobierno que no pertenezca a ese signo es un intruso en la Casa Rosada.
¿Qué hacer entonces? ¿Qué hacer con un sector de la oposición que no vaciló en considerarse titular de una resistencia con metas destituyentes? ¿Qué hacer con los hábitos corporativos de empresarios y sindicatos y el inveterado oportunismo de los políticos?
La respuesta tentativa es hacer exactamente lo contrario de lo que hizo el régimen derrotado en las urnas. Interesante, pero poco viable. No se sale de décadas de populismo de la noche a la mañana. Como los economistas, los políticos también deben optar por el dilema de shock o gradualismo. Sospecho que la alternativa del Gobierno es el gradualismo. No vamos a abandonar el populismo a través de un acto mágico. No solo no es posible, sino que tampoco es deseable.
El objetivo de un país normal se logra a través de progresivos avances, con sus correspondientes retrocesos. La normalidad no es una categoría clínica, sino política. Es, aunque algunos la banalicen, un alto objetivo. «Cambiemos» intenta elaborar algunas respuestas para estos dilemas. Son respuestas que pueden parecernos incompletas, pero son las respuestas posibles.
Hacer funcionar el capitalismo y atender las exigencias de las sociedades de masas, sintetizaría la tarea central del nuevo gobierno. Fácil decirlo, pero difícil hacerlo. El capitalismo argentino tiene sus dificultades, sus bloqueos. El resultado en muchos aspectos es decepcionante: baja competitividad, escasa innovación tecnológica, dependencia parasitaria del Estado, reducida capacidad de integración y reglas de juego inciertas.
Vivimos en un país cuyas demandas sociales están muy por arriba de los recursos disponibles. Gastamos más de lo que producimos, pero en las sociedades consumistas esa tendencia es muy difícil de retrotraer. Es verdad. No se puede gastar más de lo que se produce, pero en nombre de ese precepto es muy complicado convencer a la sociedad de que debe reducir su calidad de vida.
¿Macri podrá hacerlo? Lo está intentando. Quienes lo subestiman deberían reflexionar acerca de los desafíos que este hombre se ha propuesto. Por lo pronto, no es un improvisado. Hijo de un empresario paradigmático de nuestro capitalismo, él mismo se inició como empresario, aunque desde hace casi 15 años participa activamente de la vida pública: presidente de Boca, jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. No, no es un improvisado. No habría llegado al sillón de Rivadavia si lo hubiera sido.
Se cuenta que un Néstor Kirchner agobiado por algunos de sus críticos respondió muy a su estilo: «Si quieren gobernar, funden un partido político y ganen las elecciones». Es lo que Macri hizo. Esa tarea no la hace un improvisado. Sin embargo, las dudas abundan en su contra. El problema es que en más de un caso agobian con su letanía a quienes lo han votado. Otra vez la herencia populista haciendo su trabajo de zapa. El presidente pareciera que debe rendir exámenes todos los días. Llegó prometiendo ser algo diferente, pero le exigen que se comporte como lo que ya se conoce. Nos hartamos de las arengas encendidas, los discursos agobiantes en cadena nacional, pero pareciera que para hacer política hay que reducir el horizonte a la imagen estrecha del caudillo.
Macri es lo que es. No le pidamos lo que no puede ser. Tampoco le pidamos que reedite lo que fracasó y nos llevó al fracaso. Posee un estilo, una historia, una personalidad colocada en circunstancias históricas excepcionales. La política para él es un desafío y un aprendizaje. Siempre complejo, siempre incierto. Podemos ponernos en su lugar, pero nunca vamos a estar en su lugar. Nunca vamos a sentir en nuestro cuerpo el agobio de las presiones, las dudas secretas que lo acechan, el vértigo de los acontecimientos.
No es un pico de oro, no es un líder carismático. No posee el don de la palabra encendida, pero cree en la eficacia de los hechos. Es recatado, discreto, previsible, más normal, si se quiere. Con sus imperfecciones, pero también con sus virtudes, se parece mucho a lo que una mayoría de argentinos quisimos que nos gobernase en los próximos años.