Mañana de sol. El frío invita a quedarse en el bar con un café caliente, una taza de té, una copita de coñac. Qué desolada y desconsoladora sería la vida en la ciudad sin los bares; qué desamparados nos sentiríamos si no existieran estos lugares donde reunirse con los amigos a conversar de las cosas de la vida, de las pequeñas y de las grandes cosas de la vida. Dice Juan Tallón en su libro “Mientras haya bares”: “Un pueblo que pierde su capacidad para convocar a una reunión alrededor de la barra de un bar, es un pueblo muerto. Da igual que aún tenga habitantes. Como pueblo es un cadáver”.
—Estoy eufórico y al mismo tiempo estoy triste -dice Marcial.
—¿Podés explicar un poco mejor qué significa esa declaración de principios? -reclama Abel.
—Sencillo; estoy contento porque finalmente se descubre que el kirchnerismo es una asociación ilícita, una banda de ladrones decididos a saquear al Estado…
—¿Y la tristeza?
—La tristeza que tiene cualquiera que sabe que lo han robado, la tristeza de ver a un país esquilmado por estos hijos de su buena madre; la tristeza de saber que le dejamos a nuestros hijos y nietos un país en ruinas, un país gobernado por ladrones durante doce años.
—A los que hay que agregarle -digo- los diez años de menemismo.
—Con lo que muy bien podría decirse -observa Abel- que el kirchnerismo es la etapa superior del menemismo.
—Yo no lo complicaría tanto -observa Marcial- debemos admitir que en realidad hemos sido gobernados durante más de veinte años por dos regímenes cleptocráticos que, ¡oh casualidad!, encontraron en la identidad peronista el campo de orégano para hacer de las suyas.
José nos escucha hablar y hace silencio. A él mismo como peronista se le hace difícil explicar lo que acaba de suceder. Sin embargo, no puede con su genio y sale a la palestra.
—Todos sabemos que una verdad a medias es una mentira embozada -declara- y si bien es verdad que los episodios de corrupción existen, no es justo meter a todos en la misma bolsa.
—Admito que en este tema -consiente Marcial- hay que diferenciar entre los vivos y los pelotudos; porque no otra calificación merecen quienes desde la buena fe, y disponiendo de toda la información del caso, creyeron que estaban protagonizando una épica superior a la de San Martín y Belgrano.
—Y entre los vivos y los giles -agrega Abel- yo señalaría a la estación intermedia de los avivados, a los que aprovecharon la bolada para rasguñar su parte minúscula del botín, a los que los compraron con una ley menor, a los que permitieron que les alienten su resentimiento…
—Yo no sería tan duro con esa pobre gente -digo.
—Ni duro ni blando, es lo que es. Lo que en todo caso a mí me provoca admiración y, de alguna manera un leve sentimiento de culpa, es que si bien siempre me pareció que estábamos gobernados por una manga de ladrones, nunca creí que fuera para tanto, es como que en el fondo yo mismo pensaba que me dejaba llevar por mi espíritu antiperonista y perdía objetividad.
—¿Y ahora?
—Y ahora me doy cuenta que me quedé corto; que estos tipos eran mil veces más hijos de puta de lo que en mis fantasías gorilas más sofisticadas había imaginado.
—Nadie es dueño de todas las virtudes y nadie es dueño de toda la corrupción -sentencia José, quien no puede disimular que está a la defensiva- no nos olvidemos de los Panama Papers.
—Por supuesto; no nos olvidemos: no nos olvidemos, por ejemplo, que el señor Muñoz, secretario privado de tu jefe maneja una cuenta de miles de millones de dólares.
—Y de Macri qué me cuentan.
—Mirá -le digo- la bolsa que el señor López intentaba enterrar en un convento, una bolsa que para la mafia K es apenas un vuelto, suma más plata que la cuenta declarada por Macri.
—Lo dije antes y lo digo ahora: a Macri no le va a alcanzar la vida para explicar por qué es hijo de un millonario, mientras que la Señora, la hija de un colectivero según sus propias palabras, se niega a explicar cómo fue que multiplicó su fortuna en un mil por ciento.
—A mí lo que me llama la atención -agrega Abel- es que los peronistas se defienden como esos equipos de fútbol que no aspiran a otra cosa que a salir empatados. En lugar de interrogarse sobre la desvergüenza, la desvergüenza nacional que significa que a un secretario de Estado, salido de la mesa chica del kirchenrismo, lo sorprendan jugando al viejo de la bolsa, tratan de patear la pelota al córner mencionando una sociedad off shore que cerró hace casi diez años o una suma de dinero en las Bahamas legalizada y que ahora está acá. No se puede comparar una desprolijidad e incluso un error o torpeza con la labor sistemática de saqueadores profesionales que se han cagado de risa de todo el mundo, de los que los criticábamos y también de los que los apoyaban de buena fe.
—Yo condeno este episodio -se ataja José- pero no creo que De Vido o Cristina tengan algo que ver con esto.
—¿Vos sos o te hacés? -exclama Marcial- ¿qué pruebas necesitás para admitir que se trata de una asociación ilícita, cuyos jefes son Él y Ella? O ¿adónde creés que reportan Lázaro Báez, Ricardo Jaime, Cristóbal López, José López y Julio de Vido?
—Yo lo digo sin eufemismos -interviene Abel- de la única manera que la Señora puede liberarse de sus responsabilidades delictivas es que un médico la declare insana, alguien que no sabía lo que ocurría a su alrededor, declaración que de cumplirse nos colocaría ante el siguiente dilema: ¿qué clase de jefa estratégica de la causa nacional y popular es esta Señora que producto de su discapacidad no advirtió que a su alrededor todos robaban menos ella y su hijo que, como se sabe, son santos?
—A ustedes, este pequeño escándalo les viene muy bien para distraer a la gente sobre los problemas de los precios que aumentan, la inflación que no se controla, los salarios que no alcanzan…
—Algo de razón tenés -digo- pero los escándalos que estallan todos los días acerca del régimen cleptocrático que dejó el poder, además de distraer a la opinión pública la educa, la educa en el sentido de advertir hacia el futuro acerca de no dejarse engatusar por aventureros inescrupulosos, pero por sobre todas las cosas permite a la gente advertir sobre la miserable herencia recibida y las dificultades que representa para un presidente gobernar a un país saqueado.
—No comparto -concluye José.