El frío no afloja, pero no es lo único que no afloja en esta Argentina. Todos los días salta un episodio de corrupción, todos los días en un ministerio, en una secretaría de Estado, en un despacho oficial salta la suciedad, la mugre que nos asfixió durante doce años. Para colmo de males, Argentina volvió a perder la final y la volvió a perder otra vez con Chile. Y por si eso fuera poco, Messi anuncia que no juega más en la Selección. La mesa está de hacha y tiza. El fútbol y la política. La política y el fútbol. Más argentinos que el asado, las empanadas y el dulce de leche.
—Yo no puedo creer que Messi haya errado ese penal -descerraja Abel.
—Cualquiera se puede equivocar, incluso Messi.
—Es que Messi no es cualquiera, es Messi, si él se equivoca qué podemos pedirles a los otros.
—Habrá que acostumbrarse a que él se puede equivocar y no por eso es el fin del mundo -sentencia José.
—Por primera vez en mucho tiempo voy a estar de acuerdo con vos -admite Marcial-, no entiendo por qué tanto ruido por lo de la Selección. Encima que estamos hasta la coronilla de problemas nos agregamos el tema de Messi… a mí, muchachos, qué quieren que les diga: Messi me tiene harto, hay cosas más importantes en la vida de qué ocuparse, que de un pibe que nunca vivió en la Argentina, que gana millones para jugar al fútbol y cuando llega una final, erra los penales.
—Yo no estoy tan de acuerdo con vos -digo-, no voy a las canchas de fútbol pero a los partidos de la selección los sigo, y más allá del fútbol, lo de Messi pone en evidencia nuestras mejores virtudes y nuestros peores defectos como argentinos… y ése es un tema que va más allá del fútbol.
—No te entiendo.
—Sencillo, el fútbol también puede ser pensado como un campo en donde se manifiestan aspectos importantes de nuestra cultura. El esfuerzo, la voluntad de competir, jugar o no jugar limpio, asumir las responsabilidades, son tópicos que están presentes en el fútbol y expresan algo más que una habilidad deportiva.
—Yo no quiero ser tan complicado -dice José-, pero estoy con esta Selección y el pasado domingo me fui muy amargado a la cama.
—Yo estoy con esta selección y estoy con Messi -confirma Abel.
—Yo no quiero hacerme el complicado, pero es importante que los argentinos aprendamos algunas lecciones. Por ejemplo: en un país decadente como el nuestro, el rol de la Selección es un ejemplo de que las cosas se pueden hacer bien si hay voluntad, disciplina y calidad. No estamos obligados a ser campeones, pero sí a actuar de la mejor manera posible y la Selección nos demuestra dos cosas: que se pueden hacer las cosas bien y que no es necesario ser siempre el primero para estar satisfechos.
—A mí me hubiera gustado ganar.
—A mí también -respondo-, pero no creo que sea una tragedia perder por penales.
—No es una tragedia, pero si siempre perdemos por penales, algo anda mal -reconoce Abel.
—Puede ser, pero lo que a mí me preocupa es ese espíritu autodestructivo, catastrófico de algunos argentinos… Messi es el mejor jugador de fútbol del mundo y, sin embargo, un error y ya le estamos pidiendo la cabeza -dice Abel.
—Para ser justos, hay que decir que la mayoría de los argentinos está al lado de Messi, que es lo que corresponde, pero hay que decirlo, porque si no pareciera que somos todos unos energúmenos -insisto.
—A mí me interesa lo que se dijo respecto de pensar al fútbol como un espejo de una manera de ser de los argentinos -dice Marcial-. No voy a la cancha ni miro los partidos por la televisión, pero ahora se me ocurre que el fútbol, los jugadores y las hinchadas son algo así como un laboratorio de nuestra vida social, de nuestras virtudes y vicios, sobre todo vicios.
—Lo objetivo -agrega José- es que el fútbol hoy es la única pasión que moviliza a los pueblos. En la Argentina y en la mayoría de los países del mundo. Es una pasión popular y los sociólogos algunas consecuencias deberían sacar de esta manifestación cultural.
—¿Cultural? -pregunta Marcial.
—Sí, claro, cultural; lo cultural no son solamente las exposiciones en las salas de arte, también las conductas sociales, incluso las más atávicas, merecen ser calificadas de culturales.
—Yo no me metería en esos vericuetos teóricos -digo- pero no creo descubrir la pólvora si digo que en la actualidad el fútbol es algo así como un termómetro de las sociedades, y en un plano más elevado podríamos decir que es la exclusiva manifestación pública de lo que se llama el patriotismo.
—Tanta razón tenés -agrega Abel- que se ha llegado a decir que gracias al fútbol los sentimientos nacionales ya no se expresan a través de la guerra, sino de la pacífica competencia deportiva.
—No tan pacífica.
—Bueno, convengamos que siempre es más pacífica que la guerra abierta.
—Yo acepto todas las disquisiciones que quieran hacer -anuncia Marcial-, pero no me van a sacar de la cabeza que el fútbol por lo general expresa las peores pasiones argentinas: la violencia, el racismo, las pasiones irracionales y encima los negociados escandalosos, porque no nos olvidemos de que mientras los chicos corren detrás de una pelota, unos señores que de inocentes o ingenuos no tienen nada, se hacen multimillonarios con los negocios del fútbol.
—¿Te referís a los dirigentes de la AFA y a los Fútbol Para Todos?
—Entre otros.
—Yo no sería tan concluyente como Marcial -digo-, el fútbol arrastra muchos problemas, pero no es justo meter a todos en la misma bolsa.
—No seamos concesivos -responde Marcial-, por lo general en las canchas se expresa lo peor de una sociedad.
—Evidentemente hay cosas que Marcial no entiende o no quiere entender -dice José-; el fútbol no es un convento de carmelitas descalzas, pero es el lugar popular por excelencia, el lugar donde se expresan los sentimientos nobles de la gente.
—Yo no estaría tan seguro -dice Abel.
—Yo en lo personal, no lo tengo del todo claro -digo-, pero lo cierto es que este fenómeno de masas no se puede desconocer, está allí y en ese sentido, en ese exclusivo sentido, Messi merece ser rescatado como un símbolo valioso…
—Sobre todo porque como símbolo es lo opuesto a Maradona; más modesto, más educado, más gente en definitiva.
—A Maradona no me lo toquen -advierte José.
—Yo no te lo voy a tocar al Diego, como le dicen, pero ya que mencionaste a las carmelitas descalzas, te recuerdo que efectivamente, tal como se presentan los hechos de esta semana, daría la impresión de que ha habido más cordura, decencia y decoro en una cancha de fútbol que en un convento, de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que un tal señor López conocía muy bien.
—No comparto -concluye José.