Estación Tribunales

Después de muchos días de nubes y llovizna hoy salió el sol. Hace frío, pero con sol es otra cosa. Nosotros, por lo pronto, no modificamos nuestros hábitos: llueva, truene o salga febo, asistimos puntualmente al bar de siempre. Es lo que mejor sabemos hacer, lo que mejor nos sale y lo que más nos gusta.

—Hoy estuvo declarando Pérez Corradi -dice Abel mientras mira la pantalla del televisor.

—¿Y qué dijo?

—Que “el Morsa” es Fernández.

—Chocolate por la noticia; tanto ir y venir para terminar diciendo lo que hasta las monjas de clausura saben.

—Lo novedoso no es eso -puntualizo-, lo novedoso es que “el Morsa” siga libre.

—Si es por eso, habría que preguntarse qué hacen dando vueltas por la calle la Señora, Boudou…

—De Boudou me dijeron -informa Marcial- que se afilió al partido político de D’Elía.

—Dios los cría y ellos se juntan -acoto-, pero puesto a elegir con un revólver en el pecho, lo prefiero a D’Elía; por lo menos es más previsible, el otro es una basura humana, un trepador social que sólo en el kirchnerismo pudo hacer carrera política y llegar a vicepresidente de la Nación.

—Y pensar que ocupó el mismo cargo que en otros momentos tuvieron Vicente López y Planes, Carlos Pellegrini y ese verdadero santo del radicalismo que fue Elpidio González.

—Pero en estos días, los tribunales se convirtieron en una suerte de salón Vip de los kirchneristas: pasaron todos, o casi todos.

—Estuvo Báez, estuvo la que te dije, a la que, dicho sea de paso, la inhibieron.

—Es lo menos que le pueden hacer.

—Mirá -digo-, en este tema trato de ser práctico y moderado. No soy de los que anda por la calle gritando cárcel para todos, pero más allá de que a los ladrones hay que meterlos presos, políticamente lo que me importa es que queden escrachados socialmente de tal manera que no puedan caminar por la calle, ni por las calles de El Calafate.

—Ustedes hablan de nosotros -interviene José, que hasta el momento había guardado un sugestivo silencio- pero no dicen una palabra de los papeles de Panamá.

—No sé qué hay que decir -responde Abel.

—Que en todos lados se cuecen habas -responde José-, eso es lo que hay que decir.

—Ésa es la idea que ustedes quieren instalar -reacciona Abel-, porque como ya resulta evidente que son unos ladrones, ahora pretenden enchastrar a todos e instalar el prejuicio de que todos somos ladrones, una manera vulgar de limpiarse, la única que se les ocurre.

—Lo que ustedes deben decir -interviene Marcial- es qué pasó con sus conductores, porque no se trata de preguntar quién más roba en el mundo además de ustedes, sino explicar por qué roban o robaron.

—Además -agrego-, si Macri tenía plata en una empresa off shore, en el peor de los casos se trata de plata privada, mientras que tus jefes, José, robaron plata de la gente.

—A ustedes lo de la corrupción les viene como anillo al dedo, porque así siguen hambreando al pueblo mientras lo distraen con algún que otro robo de gallina.

—Esa gallina de la que hablás -responde Marcial- debe ser la gallina de los huevos de otro, porque los botines que les descubren nunca bajan de los cinco palos verdes.

—Lo que me parece conmovedor -intervengo- son los reclamos indemnizatorios de los señores y las señoritas de “6,7, 8”.

—A vos te podrá llamar la atención -responde Abel- a mí no, porque eso es lo que son, consumidores de las zanahorias K, pero no consumidores voluntarios, sino consumidores de altos precios.

—Habría que preguntarse -subrayo- cuántas personas como los de “6,7, 8” se quedaron en pampa y la vía después de la derrota de Scioli.

—Habría que preguntarse al revés, ¿cuánto ganaban los supuestos militantes de la causa nacional y popular? Cuánto ganaban y cuánto tuvo que ver esa recompensa para su calurosa adhesión ideológica al relato.

—Yo, por el gusto de jugar con fuego -expresa Marcial- rechazaría el reclamo indemnizatorio y, para ponerlos a prueba, les propondría que aceptaran un programa de televisión, pero esta vez para hablar a favor de Macri.

—¿Y vos creés que aceptarían?

—Tengo la leve intuición de que aceptarían, que tratarían de justificar de algún modo la cosa, ya que para eso son unos maestros, pero si el sueldo es grande yo creo que agarran y mañana los tenés comparando a Macri con Carlos Gardel y Lío Messi.

—¿Y qué me cuentan de los hijos de Báez?

—¡No se metan con la familia! -exclama José.

—No sé por qué hay que defender a una familia mafiosa; yo me opondría -afirmo- a meterme con niños independientemente de quiénes sean los padres, pero en este caso no se trata de niños ni de niñas. Son todos mayores de edad desde hace rato y si algún reproche hay que hacerle a la historia o a la vida es cómo un padre pudo embarrar a los hijos alentándolos a que sean ladrones y corruptos como él.

—No hay pruebas -reacciona José.

—Tampoco con Al Capone había pruebas -refuta Marcial- pero nadie tenía dudas respecto de su catadura, como nadie tiene dudas de la catadura moral de Báez y toda la pingüinera, empezando por los jefes, y por ese señor que se derrite como un adolescente enamorado cuando ve una caja fuerte.

—A mí lo que me llama la atención -apunta Abel- es que con tantos testimonios acerca de un gobierno que fue una máquina de robar haya pibes de buena fe que los siguen apoyando.

—Yo a esa buena fe la pondría en duda, no la negaría pero la pondría en duda, porque muchos de esos supuestos bondadosos están allí porque hicieron y aspiran a seguir haciendo plata; después están los boludos, los que se comen todos lo amagues, los alienados y fanáticos que vaya a saber uno por qué mecanismo psicológico se aferran a dos ladrones creyendo que están adorando a dos próceres.

—Quiero verlos a ustedes el año que viene -observa José-, cuando todo este circo de la corrupción haya pasado y la gente descubra que está en pampa y la vía.

—Yo creo que puede haber algunas mejorías económicas, no muchas pero sí algunas, y lo que probablemente tengamos la oportunidad de disfrutar sea de un gobierno normal dirigido por gente normal que acierta y se equivoca. Como cualquier gobierno en el mundo.

—Es como decía Illia: un país anda mal cuando tiene un presidente que se cree la persona más importante del país.

—Y me la vas a contar: la nuestra no sólo se creía la persona más importante de la Argentina sino la más importante del mundo.

—Ella puede creer lo que quiera, pero estoy convencido de que el único récord que esta mujer y su marido batieron fue el de haber sido los presidentes más corruptos de nuestra historia.

—No comparto -concluye José.

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