Balance de seis meses

Una cuota de verdad poseen los cada vez más acongojados y afligidos kirchneristas cuando sostienen que los sucesivos escándalos de corrupción perpetrados por el sedicente gobierno nacional y popular les vienen como anillo al dedo a Macri para aplicar lo que consideran las detestables políticas de ajuste, entrega y hambre.

Lo que los seguidores de la Señora no se atreven a decir, o se niegan a admitir, es que los episodios de corrupción que instalan en el banquillo de los acusados a los jefes y operadores kirchneristas, no los inventó el actual oficialismo, sino que fueron una genuina creación de ellos, al punto que hasta el militante camporista más candoroso debe admitir a regañadientes que los affaires de La Rosadita y el Convento tienen como actores principales a prominentes operadores de la célebre “pingüinera”, salvo que por esas extrañas y sorprendentes acrobacias de la política -a las que el peronismo nos tiene tan acostumbrados- nos enteremos de pronto que López es de la Coalición Cívica, De Vido de la UCR y el compañero Báez un aguerrido militante de base del Partido Obrero.

Si bien en las sociedades modernas resulta inevitable que los medios de comunicación se ocupen de hacer su trabajo, sobre todo con políticos y funcionarios que revolean valijas con millones de dólares en un convento o cuentan fortunas en oficinas emblemáticas o compran estancias y mansiones, convengamos que el mérito principal del mal momento K no es el de los periodistas o el oficialismo sino del propio kirchnerismo, cuyos dirigentes no se privaron de nada a la hora de proponerse fundar el régimen más corrupto de nuestra historia.

Habría que agregar, además, que muy a pesar de quienes protestan contra una suerte de persecución política a la Señora, en realidad lo que se le debe reprochar a la mayoría de los jueces es haber hecho durante casi diez años la vista gorda, es decir, archivar y dormir expedientes, mirar para otro lado y garantizarle a los corruptos la más descarada impunidad.

Se sabe que en política las consecuencias no caen en el vacío y, por lo general, lo que perjudica a unos beneficia a los otros. La corrupción kirchnerista sin duda favorece a un oficialismo que debe lidiar con un ajuste que, como tal, resulta social y políticamente desagradable, aunque sería aconsejable advertir que en la Argentina que vivimos la euforia popular contra la corrupción no será eterna y, más temprano que tarde, la gente evaluará al actual gobierno por lo que hace en tiempo presente y no por los desaguisados que hizo el anterior. Esta percepción no impide observar que hoy, más que el gobierno, es una sociedad indignada la que reclama a políticos y jueces que juzguen y condenen a los ladrones.

Mucho más interesante, en términos de poder, que evaluar el destino de un kirchnerismo calurosamente defendido por Hebe de Bonafini y Diego Maradona, es interrogarse acerca del futuro de un peronismo cuyos principales dirigentes no saben qué hacer para tomar distancia acelerada de un régimen al que hasta hace unos meses apoyaron con el mismo entusiasmo y sinceridad con el que en la década del noventa apoyaron a Menem. Si como dijera Winston Churchill, en política, a diferencia de la guerra, es posible la resurrección, debemos resignarnos a admitir que en un futuro cercano el peronismo logrará presentarse con nuevos atuendos y encajes, aunque en este caso habrá que preguntarse si lo podrá hacer a tiempo, un dilema que se resolverá históricamente no en el campo de las abstracciones sino en el escabroso y áspero terreno de la práctica política.

Los escándalos kirchneristas y la consecuente fractura del peronismo, le han permitido a Cambiemos disponer de espacios y tiempos indispensables para estabilizarse en el poder e, incluso, asimilar sin grandes costos errores cometidos que, dicho sea de paso, no fueron pocos. Seguramente, con el tiempo, historiadores y cientistas políticos debatirán si los rigores que hoy padece la sociedad provienen de la insensibilidad macrista o del despilfarro y la corrupción kirchnerista; si lo sucedido es una consecuencia de la calamitosa herencia recibida o, por el contrario, los efectos inevitables de políticas neoliberales de la derecha en el poder. De más está decir que cada uno tiene una opinión formada al respecto, pero lo que importa destacar es que la dilucidación de estos antagonismos se resuelve con política, una verdad a tener en cuenta sobre todo por un oficialismo algo reacio a admitir la gravitación de la política a la hora de ganar y sostener adhesiones.

Los interrogantes que pueda suscitar el devenir de los acontecimientos no impiden anticipar que a los seis meses de iniciada la actual gestión, el kirchnerismo está dejando de ser el principal antagonista del gobierno, al punto que más de un dirigente peronista le reprocha al oficialismo alentar artificialmente esta contradicción que lo favorece. En efecto, a juzgar por los resultados prácticos, en estos seis meses el macrismo se impone al kirchnerismo en toda la línea; el discurso frontal y abiertamente provocativo y desestabilizador de los seguidores de la Señora pierde credibilidad y consenso y no se observa por el momento un discurso opositor alternativo, motivo por el cual es lícito suponer que Cambiemos va ganando la partida, aunque naturalmente esta afirmación recién será convalidada o no en las elecciones de 2017, un período demasiado prolongado para una Argentina con tiempos políticos que se manifiestan intensos e inciertos.

Tal como se presentan los hechos, el destino del kirchnerismo será, en el mejor de los casos, el de una minoría intensa, sin descartar desde luego la posibilidad de que corran la misma suerte que el menemismo, es decir, la desaparición como fuerza política liderada desde la ínsula santacruceña. Sobrevivirá seguramente una izquierda peronista a la que le llevará bastante tiempo recuperarse luego de haber apostado ciegamente a una pareja de farsantes. Incluso, admitiendo la hipótesis catastrofista, es decir el fracaso de la gestión de Cambiemos, es muy difícil que la sociedad le renueve el crédito político a quienes cuentan como principales referentes a personajes tales como De Vido, el Morsa Fernández, Amado Boudou, Guillermo Moreno y Ella, Ella por supuesto.

El peronismo, mientras tanto, se prepara para beneficiarse a través de lo que mejor sabe hacer: la negociación política y la presión corporativa, valiéndose para ello de su poder territorial y su poder sindical. Intendentes, gobernadores, sindicalistas, políticos profesionales negocian con un gobierno nacional que ha demostrado una sorprendente capacidad para aprovechar debilidades, fracturas y vicios de su adversario, pero recurriendo en primer lugar a un eficaz uso instrumental del poder estatal en orden a establecer reglas del juego, imponer condiciones y hacer las concesiones del caso…

De todos modos, ni el oficialista más entusiasta puede desconocer las dificultades que se le presentan a Macri en términos de gestión económica e institucional, dificultades que en muchos casos entrañan incertidumbres acerca de un futuro que nadie está sinceramente en condiciones de predecir, entre otras cosas, porque la realización de los proclamados objetivos depende de una suma de imponderables. Pero así como no es aconsejable sostener un optimismo ciego, sería necio desconocer que con las dificultades visibles, el actual gobierno ha logrado conducir la nave del Estado con mano segura. Y al respecto no son exageradas las evaluaciones de quienes sostienen que, atendiendo a la bomba de tiempo recibida, lo que se ha hecho no es poco. Sobre todo si se tiene en cuenta que no sólo los kirchneristas, sino también opositores más moderados e, incluso, algunos que votaron por Macri, suponían sin beneficio de inventario que el destino que nos aguardaba era la hiperinflación, la quiebra económica y el estallido social.


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Sábado 09 de julio de 2016
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