Abel más que asombrado está consternado porque no termina de entender o de asimilar lo que todos los días lee en los diarios, escucha por la radio o ve en la televisión. Nunca fue peronista y mucho menos kirchnerista, pero lo que sucede da la impresión de que supera todas sus expectativas. Toma café, mira los diarios y habla como si lo hiciera consigo mismo.
—No perdonaron ni a las monjas -balbucea-, no sé si admirarlos o detestarlos como siempre, pero su capacidad de corromper es infinita; lo hicieron con las Madres, con las Abuelas, ahora con las monjas.
—No hay que creer todo lo que difunde Magnetto -responde José a la defensiva.
—A los que no hay que creerles es a ustedes -refuta Marcial, que acaba de llegar y Quito ya le ha servido su taza de té, porque el hombre, si bien no comparte nada de lo que dice Marcial, lo atiende como a un príncipe porque se ha enterado de que es el más rico de la mesa, y ese dato para un hombre como Quito es decisivo a la hora de definir simpatías y antipatías.
—Lo que me asombra son estas monjas -digo- porque respecto de los kirchneristas no hay nada que me asombre, pero que las monjas se presten para semejante maniobra realmente es asombroso. Yo miro las escenas del convento, la monja que abre la puerta y recibe a López con sus bolsas y sus armas y me pellizco porque me parece estar soñando o mirando una de esas películas de Almodóvar.
—Yo creo que al lado de lo sucedido, Almodóvar o Fellini son señoritos pacatos y convencionales
—Depende cómo se mire -observa Marcial-, hay antecedentes de episodios de corrupción en conventos, no son muchos pero los hay.
—Antes de que se entusiasmen con el tema -advierte José- observo una cosa: según los entendidos no se trata de monjas.
—No, son bailarinas del Maipo -corta Abel.
—No se trata de monjas porque no pertenecen a ninguna orden.
—No sé qué dirá el derecho canónico al respecto -reacciono-, pero si el obispo, el señor Di Monte, las autorizó para funcionar, tengo que pensar que son monjas.
—Ese señor sí que se murió a tiempo.
—¿De quién estás hablando?
—De Di Monte, ¿de quién querés que hable?
—Insisto en que no son monjas -reitera José.
—Es como el cuento del león -agrega Marcial- si ruge como un león, tiene melena de león, cola de león, garras de león y come como un león, hay que concluir que es un león. En la misma línea de razonamiento, pienso que si se visten como monjas, el obispo las autoriza a vestir hábitos de monjas, viven en un convento como las monjas, tengo que concluir que son monjas. Lo demás, que los teólogos lo discutan en Bizancio.
—No es tan sencillo.
—Nada es sencillo, pero está claro que esas mujeres no son impostoras, que actuaron no sólo con el aval de un obispo -con todo lo que representa esa investidura en la Iglesia Católica-, sino que además, ninguna otra autoridad de la Iglesia dijo esta boca es mía al respecto.
—Si a nosotros se nos ocurriera inaugurar un convento -razona Abel- y disfrazarnos de curas y celebrar misa, es muy probable que algún cura o alguna autoridad de la Iglesia nos denunciara por usurpación de funciones o advirtiera a la feligresía que en tal lugar hay una manga de locos que dicen ser de la iglesia sin serlo.
—Eso no ocurrió.
—De lo que deduzco -insiste Marcial- que estamos en un convento ocupado por monjas y autorizado por un alto dignatario de la Iglesia, como es un obispo; estamos ante un convento muy singular, admito, un convento visitado por devotos tales como López, De Vido, Alicia Kirchner y Guillermo Moreno, entre otras joyitas.
—Mi opinión -digo- es que más que un convento, ése era un aguantadero de los K. Para que un tipo decida llevar alrededor de nueve millones de dólares a ese lugar es porque está muy seguro; nadie lleva esa plata a cualquier lado.
—De López ya sabemos los puntos que calza -subraya Abel-, pero lo extraordinario es lo de las monjas y el convento; lo extraordinario, lo patético, lo grotesco.
—Mientras tanto -acota Marcial-, el compañero Papa no ha dicho una palabra.
—Él no está para meterse en estos menesteres.
—Claro, no está para meterse en estos menesteres, pero si está para mandarle medallitas a Milagro Sala, rosarios a Hebe Bonafini, estampitas a Guillermo Moreno.
—Lo que a mí me gustaría preguntarle al Papa -reflexiona Abel-, es cómo compatibiliza lo sucedido con todos sus discursos contra el capitalismo, las riquezas; qué opinión le merecen esas bolsas con millones de dólares en las puertas de un convento, esas sugestivas bóvedas instaladas cerca del altar.
—Les recuerdo -puntualiza José-, que Francisco siempre estuvo peleado con Di Monte, siempre cuestionó sus manejos extraños.
—Lo cual habla muy bien del Papa, pero de todos modos, Di Monte es un obispo de la Iglesia católica y algo debería decir la institución por el comportamiento de este hombre.
—No te olvides que está muerto.
—Pero su “obra” está viva, y la Iglesia debería decir algo al respecto, porque lo sucedido de una manera u otra la salpica.
—A los que salpica es a los kirchneristas -acentúa Abel.
—Esos no están salpicados, esos están enchastrados; como les gusta decir a los pibes, están hasta las manos.
—Qué bien les vienen a ustedes estos pequeños escándalos para disimular los tarifazos y todas las medidas antipopulares que están tomando. O para disimular los papeles de Panamá.
—Te recuerdo algunas diferencias: los kirchneristas roban dineros públicos; de Macri en todos los casos se trata de dineros privados; los casos de Los Sauces y Hotesur incluyen miles de millones de pesos y se trata de un botín actual que compromete en primer lugar a tu Señora; las imputaciones a Macri refieren a la integración de los directorios de dos sociedades, una creada hace casi cuarenta años; y la otra, hace ocho años, directorios en los que Macri no aparece vinculado con cuentas. Si estas diferencias te parecen poco.
—Sobre los tarifazos y la política energética de este gobierno hay mucho para opinar -agrego- pero te recuerdo una diferencia que yo por lo menos tengo con ustedes, y es que admito, por ejemplo, que el gobierno se está equivocando, no en aumentar el gas y la luz, porque esa decisión había que tomarla ya que ustedes dejaron al sistema en ruinas.
—¿Y entonces en qué se equivoca?
—En la implementación, en la comunicación de las decisiones tomadas, en girar en falso alrededor de tantas idas y venidas pero insisto, yo a este gobierno que voté lo puedo criticar sin sentirme por eso culpable, algo que ustedes los kirchneristas nunca se animaron a hacer, siempre optaron por el servilismo, la obsecuencia, la alcahuetería.
—No comparto -concluye José.