Balbín, desaforado y a la cárcel

Todo empezó en Rosario. Fue con motivo del Congreso Nacional Agrario celebrado por el radicalismo el 30 de agosto de 1949. La reunión concluía con un acto público en el hablaría Ricardo Balbín, presidente del bloque parlamentario de la UCR y el dirigente más reconocido de una oposición que se distinguía entonces por contar con talentosos dirigentes políticos.

Según se cuenta, Frondizi le había advertido al caudillo radical que controlara sus palabras porque estaban enterados de que el gobierno montaría una provocación destinada a desaforarlo y meterlo preso. Incluso, Frondizi sabía que tres o cuatro policías habían sido destacados para grabar sus palabras para iniciarle una causa judicial. Le recordó, por último, que ya había habido problemas con sus discursos en Trenque Lauquen, Pergamino, Mercedes y General Villegas, ciudad está ultima donde, según se decía, había pronunciado ofensas irreparables contra el ministro Borlenghi.

Balbín le contestó a su correligionario que se quedara tranquilo, que sería más prudente que nunca, pero una vez subido a la tribuna y ante el requerimiento de un público que pedía palabras duras, Balbín se despachó con uno de sus mejores repertorios en contra de la dictadura peronista y, entre otras bellezas, convocó a la juventud a realizar una verdadera revolución social.

Al otro día, el diario El Tribuno de Rosario publicaba los principales párrafos del discurso. Esa misma semana el juez federal santafesino, Alejandro Ferraronz, reclamó el desafuero parlamentario ante una demanda presentada por el diputado peronista Luis Roche, asesorado por el abogado Carlos García Montaño. Los nombres merecen mencionarse, aunque más no sea por una atención a sus titulares, ya que si no hubiera sido por este episodio la mayoría de ellos se habrían hundido en el anonimato más absoluto.

El trámite judicial se inició con un expediente de 28 fojas, Balbín estaba acusado de desacato y de violar el artículo 244 del Código Penal. No eran tiempos para quedarse tranquilo. Para esa época ya habían sido sancionados los diputados radicales Eduardo Sammartino y Agustín Rodríguez Araya, y poco tiempo después correrían la misma suerte Mauricio Yadarola y Atilio Cattáneo. Con la dictadura peronista no se jugaba. Esa verdad la estaba aprendiendo en carne propia Cipriano Reyes, uno de los promotores del 17 de octubre, y que en pago a los servicios prestados sería detenido, torturado y encerrado en la cárcel hasta 1955.

Los radicales sospechaban que el bloque parlamentario peronista perpetraría alguna maniobra, pero no previeron que el desenlace sería tan rápido y brutal. El jueves 29 de septiembre, el último día de sesiones ordinarias, el diputado oficialista Ángel Miel Asquía presentó la moción para que se iniciara el desafuero. Alfredo Vítolo, por el radicalismo, mocionó que el trámite debía tratarse en la Comisión de Asuntos Constitucionales. No hubo caso. Los peronistas nunca fueron amigos de detenerse en delicadezas y, además, estaban apurados para cumplir con las órdenes superiores.

El diputado Vicente Magnasco habló de injurias, ofensas y descréditos contra el general Perón. El legislador se refirió a las reiteradas transgresiones de Balbín y, como par fortalecer sus argumentos, no vaciló en calificarlo de “hábil orador”, calificación si se quiere extravagante en boca de un parlamentario cuya tarea, como la misma palabra de la institución que representa expresa, consiste en hablar o parlar.

Vítolo calificó a la maniobra como una verdadera emboscada política. Su moción fue apoyada por el legislador conservador Reynaldo Pastor. Al momento en que Vítolo estaba haciendo uso de la palabra, el legislador peronista José Astorgano levantó la mano para solicitar una moción. “Ahora van a pedir que se cierre el debate”, le dijo Frondizi en voz baja a un colega. Y efectivamente eso fue lo que hizo el diputado Astorgano.

La moción fue inmediatamente apoyada por el presidente de la Cámara, el dentista Héctor Cámpora, un hombre que se distinguía por su obsecuencia, calificativo que él mismo se atribuía sin sonrojarse; un hombre del cual se podrían haber adivinado diferentes futuros, pero que nadie, ni siquiera su mamá, lo hubiera imaginado veinte años después como presidente de los argentinos, apoyado por la llamada izquierda peronista. Mucho menos se hubiera podido pensar que en el siglo XXI algunas facciones juveniles lo reivindicarían como una bandera de lucha.

Nunca un trámite parlamentario de desafuero fue tan rápido y tan poco preocupado por los procedimientos legales. La única chance que se le dio a la oposición fue la de permitirle a Balbín usar de la palabra. El discurso no alcanzó a la hora. Habló sin papeles, pero pocas veces la bancada peronista escuchó con tanto silencio las palabras de un dirigente opositor. Ya para entonces “el Chino”, como le decían, era un orador formidable, con un inusual talento para manejar los tonos de la voz y construir frases que llegaban a la sensibilidad de la gente. Sus palabras podían ser aprobadas o rechazadas, pero transmitían sinceridad, coraje, afecto y sobre todo, convicciones, convicciones republicanas.

“Yo no tengo la culpa de mi lenguaje -explica-, a mi me lo enseñó la adversidad”. El hombre que hablaba tiene más de veinte años de trayectoria pública y se las sabía a todas. Como buen discípulo de Yrigoyen, había caminado pueblo por pueblo, se había subido a todas las tribunas y participado de todas las asambleas radicales. Era lo que había hecho y es lo que seguiría haciendo hasta el último día de su vida.

Su concepción de la política era la lucha, las palabras duras contra los promotores del fraude y la violencia. Así lo expresó aquella tarde de septiembre de 1949. “Yo prefiero el lenguaje popular y llano para que el pueblo entienda con rudeza las cosas rudas de la nación. Aprendí a hablar este lenguaje desde 1930. Lo utilicé durante la dictadura de Uriburu y lo fui usando durante el largo fraude que imperó en mi provincia, donde a veces dejamos de hablar para romper urnas”.

Después, mirando a la bancada peronista, dijo: “Algunos de los que han de votar en mi contra esta tarde me aplaudían cuando usaba este lenguaje contra Uriburu. Muchos de los que han de votar esta tarde eran mis amigos en la lucha contra el fraude. ¿Qué culpa tengo yo si sigo creyendo lo de antes y ellos han cambiado lealmente sus convicciones?” Nadie contestó, a nadie se le ocurrió interrumpirlo con las estrofas de la “Marchita”, como solían hacer en esos casos.

Balbín fue acusado de ofender al presidente ¿Al presidente de la Nación o al presidente del partido? fue la pregunta que se hizo, una pregunta sin respuesta porque para el peronismo esa diferencia no existía, una pregunta que posee una inquietante actualidad. El jefe radical se dirigió en todo momento a Perón, no les prestó atención a legisladores cuya única virtud residía en levantar disciplinadamente la mano. Allí señaló que Perón jugaba con cartas marcadas, porque “para ofender adopta la posición de líder y para procesar, la de presidente”. Y recordando viejos y nuevos insultos dijoe: “¿Cómo quiere que respondamos nosotros, cuando él dice que somos la antipatria, o traidores al país?”

Balbín sabía invocar su propia historia e identificarla con un apostolado. Es lo que le habían enseñado Alem e Yrigoyen. “Yo vengo desde lejos. No he aprendido todo lo que puede hacer un oficialismo desbordado, pero estoy resuelto a sufrirlo todo para que no lo tengan que sufrir las futuras generaciones. Nosotros tenemos sentido de futuro, no barriga de presente…A veces es necesario que en un país entren algunos libres y dignos a la cárcel, para conocer dónde irán después los delincuentes de la república. No me detendré en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de nadie, pero estaré sentado en la vereda de mi casa para ver pasar los funerales de la dictadura”. Y luego, este final a toda orquesta: “Si éste es el precio por haber presidido el bloque, que es una reserva moral del país, han cobrado barato. Fusilándome estaríamos a mano”.

La sesión parlamentaria concluyó a las 15,40. La votación fue previsible: 109 a 41. Balbín aceptó el resultado pero rechazó la oferta de indulto por parte de Perón. También declinó la sugerencia del exilio. Sabia que lo esperaba la cárcel y marchó a su destino. El 12 de marzo de 1950, el día de las elecciones en provincia de Buenos Aires, donde fue candidato a gobernador contra Mercante, fue detenido en La Plata. El fiscal pidió doce años de cárcel, pero lo condenaron a cinco. El martirio de Balbín trascendió las fronteras. Su foto en la cárcel fue todo un símbolo de la resistencia a la dictadura. Conciente de que la decisión le provocaba más perjuicios que beneficios, en 2 de enero de 1951, Perón decidió indultarlo.

 

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