Su nombre me llegó con el aura de la leyenda. Se decía que en Buenos Aires había aparecido un cantor de tangos que daba gusto escuchar; se decía que cantaba en las cantinas y en los comedores como antes había cantado en los cabarets de segunda categoría; se decía que estaba enfermo y la enfermedad hacía más seductora la leyenda; se decía que Tomás Eloy Martínez había escrito una novela inspirado en su historia.
La primera persona que me habló de él fue Juani Saer. Es raro. Un escritor que vivía en Francia me presentaba a un flamante cantor de tangos. Cuando supe cómo Luis Cardei había llegado a la fama comprendí por qué la primicia me la dio un escritor vinculado con ciertos intelectuales de Buenos Aires. Cardei fue un “invento”, en el mejor sentido de la palabra de intelectuales de la librería Gandhi y de la fauna que a mediados de la década del noventa merodeaba por esos sitios. Fue así como los muchachos que cenaban en algunos bodegones de la zona comenzaron a hablar de un cantor de tangos diferente, diferente en el modo de cantar y de elegir el repertorio. El caudal de su voz no era alto y la afinación era la indispensable, sin embargo tenía algo que seducía. Cardei cantaba demorando la frase, poniendo el punto y coma a cada verso y trabajando con arte los silencios. Su repertorio no incluía los hits tangueros del momento: “Naranjo en flor”, “Cambalache”, “Sur” o “La última curda”, por el contrario recuperaba letras de los años veinte y treinta a las que le otorgaba el tono justo para que las pueda disfrutar una platea de fin de siglo.
Los amigos de las observaciones sociológicas señalan que Cardei se conecta en la década del noventa con un público que recién descubría el tango y quería hallar en sus letras algunos de sus elementos más pintorescos o más estilizados. Es una opinión, que como toda opinión puede ser refutada. Otros dijeron que fue un fenómeno circunstancial que la muerte clausuró piadosamente. También es una opinión, pero una opinión que no comparto.
Es verdad, la gloria de Cardei fue breve, duró apenas seis años y sus grabaciones suman un puñado de canciones, cuatro o cinco discos y nada más. Él mismo se quejaba con su infalible sonrisa triste contra el destino que le obsequiaba la gloria casi al final del camino. Algo de verdad había en esa reflexión melancólica. Cardei muere a los 55 años. Su salud, que nunca le regaló nada, lo dejó en la estacada en su mejor momento.
Había nacido en el barrio porteño de Villa Urquiza en julio de 1944 y desde la primera infancia tuvo serios problemas de salud. A los ocho años dejó de jugar al fútbol y a los trece ya andaba con muletas y silla de ruedas. La poliomelitis y la hemofilia no perdonan. El chico que perdió la calle suplanta la pelota de trapo por la radio. Allí descubre el tango y a los primeros cantores. Es apenas un adolescente cuando se inicia en el oficio de la calle por excelencia: levantar quinielas. Canta en su casa, canta para los amigos y en algún momento se presenta a concursos donde nunca gana, siempre sale segundo.
La quiniela y los tangos cantados en piringundines de mala muerte le permiten vivir modestamente. Cuando el show del cabaret desplace al cantor de tangos, se volcará a las cantinas y las parrillas. Los boliches que frecuenta no son los más recomendables. Se trata de comedores populares ubicados en Caballito, Villa del Parque, Parque Patricios, Saavedra y su propio barrio: Villa Urquiza. Se llaman “La guitarrita”, “El rincón de los artistas”, “La esquina de Arturito”, “La Tablita”. Ya para entonces lo acompaña el bandoneonista que lo secundará hasta el fin de sus días: Antonio Pisano.
La historia de esa amistad merece ser contada, porque es en sí misma una letra de tango. Cardei conoce a Pisano en una peña tanguera que funcionaba en el porteñísimo barrio de San Cristóbal. Después de cantar en una parrilla un amigo lo invita a la peña Homero Manzi. Cardei nunca dice que no, porque siempre en esas tenidas aparece algún contrato, alguna invitación que le permite llevar unos pesos más a la casa. Para su asombro descubre que la peña funciona en una funeraria. Las visitas pasan por un salón donde abundan los sarcófagos, salen a un patio y atrás de todo, en un improvisado galpón están los integrantes de la peña. El bandoneón que anima esas noches es el de Antonio Pisano. En ese primer encuentro se entendieron para siempre con un tema que luego será un clásico del dúo. “El bulín de la calle Ayacucho”
Importa detenerse en esos detalles, en esa historia de vida, porque cuando Cardei sea descubierto, primero por los intelectuales y después por el gran público, llevaba casi treinta años caminando la noche, cantando en bodegones de mala muerte, acostándose a la madrugada y definiendo un estilo, un estilo casi a media voz, que algunos intentarán sin demasiadas pruebas comparar con el de Angel Vargas,
Este personaje, que a veces no podía estar parado cinco minutos porque le dolía todo el cuerpo, que tenía serias dificultades para subir al escenario, cautivará con su estilo a un público que descubre el tango y descubre una manera de “decir” sus letras. A muchos les llamó la atención que nunca grabara tangos de Discépolo, sobre todo porque su historia trágica parecía salir de la poesía del autor de “Yira yira”. Sin embargo, Cardei daba sus razones para no cantar esos tangos y una de ellas es que él no tenía nada que ver con los héroes discepolianos.
¿Es así? Es así. También en el mundo de los perdedores hay diversidad. El perdedor de Discépolo es el hombre que alguna vez ha creído y los desengaños de la vida lo han llevado a la desilusión y el fracaso. Se trata del hombre que alguna vez fue fuerte, alguna vez fue guapo, alguna vez tuvo una familia y una mujer que lo quiso y de pronto perdió todo. Lo de Cardei es diferente, porque Cardei nunca fue guapo, nunca fue ganador, siempre estuvo asediado por la desgracia y la mala suerte y, por lo tanto, cada pequeña sorpresa que le brindaba la vida lo hacía sentir feliz. Cardei era un perdedor, pero un perdedor agradecido de las mínimas felicidades que le ofrecía el destino.
Curiosamente, este personaje humillado, salido de la pluma de Víctor Hugo o Dostoievski, es llevado de la mano del éxito por los intelectuales. Después el boca a boca, las crónicas de Página 12 de aquellos años, terminan por proyectarlo al estrellato. Cardei será la gran estrella del Club del Vino, situado en el corazón de Palermo. Pino Solanas lo convoca para la película “La nube”. Luego vienen las grabaciones. Su primer disco es “Madrugada”, el título de un formidable tango que en su momento consagrara Miguel Montero y cuya letra pertenece a Fernando Rolón. También en esa placa, Cardei resucita joyas como “Tan sólo por verte”, “Dónde” “Alma de loca”, “Carnaval”, “La novia ausente” y lo que será uno de sus grandes éxitos: “Como dos extraños”. En más de la mitad de los temas lo acompaña Pisano; los otros están a cargo del cuarteto de Luis Borda,
En 1996, y editado por el Club del Vino, graba “Tangos de ayer” con las guitarras de Carlos Peralta y Ernesto Villavicencio. Allí se destacan “El ciruja”, “Siga el corso”, una nueva versión de “Como dos extraños” y otro de sus grandes éxitos: “Ventarrón” un tango de 1933 con música de Pedro Maffia y letra de José Horacio Staffolini.
En 1998 graba “Simplemente Luisito” y en 2000 su último logro “¿Qué te pasa Buenos Aires” En estas dos placas lo vuelve a acompañar Pisano y merecen destacarse creaciones como “Me quedé mirándola” “Trasnochando” , “Bajo Belgrano”, “Tarde gris” y una interpretación extraordinaria de “Ivette”.
La última actuación de Cardei fue en Opera Prima, en pleno corazón de Recoleta. Según Pisano se descompuso en el escenario mientras cantaba “Los cosos de al lao”. Pisano le había dicho que no cantara, que no se esforzara, pero parece que Cardei no podía decirle que no al pedido de una dama. Estuvo internado varios días y muchos pensaron que una vez más saldría del sanatorio, que una vez más le haría una gambeta a la muerte. Esta vez no fue así. El 18 de junio de 2000 días antes del inicio del invierno, Cardei marchó al silencio.