Las letras de tango parecían estar hechas para que ellas las interpretara. Es más, parecían biografías suyas. “Se dice de mí”, “Pipistrela”, “Arrabalera”, “Qué vachaché” producen esa sensación, la sensación de alguien que nos está contando su vida o dando opiniones muy personales. No era muy afinada y algunos aseguran que era absolutamente desafinada. Se dice que Gardel cuando la escuchó cantar se llevó las manos a la cabeza, como dando a entender que era un desastre. Ello no impidió que luego fueran amigos y compartieran noches y copas.
Era desafinada, pero los maestros de canto hicieron lo que pudieron y cuando regresó a las grabaciones en la década del cincuenta algo había mejorado, algo, lo bastante como para transformarse en una de las cancionistas más reconocidas y respetadas de su tiempo. Los que la quisieron dijeron que era la Edith Piaf de San Telmo. Otros la compararon con Ana Magnano, Bette Davis y Marlene Dietricht. Puede que hayan exagerado un poco, pero no mucho. De todos modos, ella siempre se jactó de ser ella misma. No imitó a nadie y nadie la pudo imitar después, salvo en algunas comedias donde Jorge Luz y Osvaldo Pacheco se divertían remedando sus modos.
A principios de los años sesenta, sus programas de radio dando consejos a las mujeres se hicieron célebres por esa combinación de sabiduría y sentimentalismo cursi. Fue su marca en el orillo. Podía decir los lugares comunes más vulgares y frívolos, pero en medio de esa retórica, de pronto, surgía alguna frase reveladora, una opinión, una sentencia y con esas “pequeñas gotitas” de sabiduría salvaba la ropa. Le dice a una periodista que le pregunta sobre el maquillaje. “Yo sé que si me maquillara, me adornara el peinado y me vistiera con el último modelo, parecería mejor… pero ocurre una cosa, tengo miedo de que me sorprenda la lluvia en la calle y me borre la cara”. Contesta a otro periodista: “Lo único que me importa es haber tenido una conducta en la vida. Me gusta el hombre de palabra. Antes, el hombre daba un cheque y si no tenía fondos se suicidaba. Hoy, el que se suicida es el que recibe el cheque”.
En los famosos “Sábados circulares” de Pipo Mancera, aparecía en el último tramo del programa y cantaba y daba sus habituales consejos iniciados con el clásico “Muchacha”, dicho con su inconfundible tono de voz. Escribía en revistas de mujeres y salía al aire en programas livianos. Esto ocurrió en sus últimos años. Era un personaje y se comportaba como un personaje. Decía trivialidades y sensiblerías, pero las decía bien. Además -insisto- a la vuelta de cualquier frase aparecían esos destellos de sabiduría, de esa sabiduría que sólo se aprende en la calle, viviendo y sufriendo, luchando y conociendo las victorias y las derrotas, que sorprendían por lo inesperadas.
Sus perros “Corbata” y “Moño” se hicieron famosos. La gente la paraba en la calle y le pedía autógrafos. Se esforzaba por ser amable, pero no era lo que mejor le salía. Una tarde un señor le dice: “¡Pero qué chiquita es usted!”. La respuesta fue instantánea: “Soy más chiquita que la puta que te parió”. Las actuaciones en el cine, el teatro y los espectáculos públicos le permitieron un buen pasar. Ganó mucha plata, pero nunca fue rica. “Además, yo he ayudado a todos los que me lo pidieron; eso lo pueden confirmar los que han necesitado de mí.Yo he dado mucho, nunca pretendí ser la más rica del cementerio”.
Su religiosidad en esos años se hizo más intensa y muchas veces cuando hablaba no se sabía si lo hacía por cuenta propia o estaba interpretando a la Madre María. Creía en Dios, rezaba y no tenía vergüenza en decirlo. Tita en realidad nunca se avergonzó de nada. Ni de lo que hizo bien ni de lo que hizo mal. “Soy insolente de nacimiento y temperamento. Y con capacidad para sostener una insolencia. No recuerdo si tuve una infancia precoz. Lo que sé es que fue muy breve. La infancia de los pobres siempre es más corta que la del rico. Era una niña pobre, triste y, además, fea. Presentí que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hacía falta ser bonita. Bastaba con parecerlo”.
Tita Merello nació en 1904 y murió en el 2002. Vivió casi cien años. Los últimos fueron algo lamentables, pero su experiencia de vida estaba más allá de la cronología. Como se dice en estos casos: Tita tuvo noche y calle. No hacía falta que lo dijera, se le notaba. Bastaba con oírla hablar, verla caminar o hacer algún gesto para saber que a personajes como las de “Arrabalera” o “La morocha” los conocía íntimamente, no se los habían contado.
Aprendió a leer a los veinte años. A esa edad, ya había visto y había conocido todo lo que se puede conocer en una vida marcada por las necesidades y el sufrimiento. “Yo conocí el hambre. Yo sé lo que es el miedo y la vergüenza”.
Nunca tuvo reparos en decir que era la hija de una planchadora y un cochero. Jamás renegó de su origen. “Tuve muchos defectos, pero nunca, nunca cambié mi casillero. Yo nací donde nací. Nací de gente pobre, muy humilde y ahí me quedé. Yo no fui a un conservatorio, no pisé un colegio y no lo pisé porque no me mandaron. Nunca se lo reproché a mi madre. No soy de los hijos que cuestionan a los padres. Y mi casillero estuvo siempre del lado de los más, y los más son los que laburan”.
Tampoco se avergonzó de decir que en los años malos hizo la calle, es decir, que trabajó de prostituta. Una noche en un programa de televisión le preguntaron si había cantado en un cabaret. Su respuesta hizo reír y sonrojar. “Yo en el cabaret no cantaba, contaba”. Contaba fichas que le daban los clientes que atendía en la barra o en algún reservado, claro está.
Ni la calle, ni la noche habrían alcanzado si al mismo tiempo no hubiera tenido talento. Fue una gran artista, una gran artista en el cine y el tablado. Filmó la primera película sonora del cine argentino. Se llamaba “Tango”. Después filmó con Romero, Demare, Hugo del Carril y Carrera, entre otros. Trabajó con Jorge Salcedo, Arturo García Buhr, Alfredo Alcón… Algunas de sus películas están incorporadas definitivamente a la historia del cine nacional: “Mercado de Abasto”, “Filomena Marturano”, “Los isleros”, “Para vestir santos”, “La morocha”, “Los evadidos”. Dos obras de teatro la consagraron. “Filomena Marturano” y “Hombres de mi vida”.
En el teatro, en el cine, en la revista, en la feria y el circo, donde también actuó en épocas duras, el tango fue siempre lo suyo. Era tanguera para hablar, para caminar, para reírse y para llorar. Cantó con las orquestas de Francisco Canaro, Héctor Varela, Carlos Fígari y Mariano Mores. El maestro Osvaldo Pugliese le dedicó el tango “Para Tita”. Algo parecido hizo Cacho Castaña. Recibió honores y reconocimientos públicos antes de morir. Plazas, establecimientos públicos, fueron bautizados con su nombre. Los agradeció, pero se notaba que no les importaban demasiado.
Los amigos dijeron que era una Discépolo en versión femenina. No sé si la calificación le gustó y si le hubiera agradado a Discépolo. Lo que se sabe es que con Tania nunca se llevó bien, como tampoco tuvo buenas relaciones con Libertad Lamarque ni con su competidora en las revistas, Olinda Bozán. “Se dice de mí” escrito por Ivo Pelay es su tango más famoso y el último que graba con más de ochenta años con Nacha Guevara. Ella, de todos modos, admitió que hubo dos tangos que fueron importantes en su vida. Uno es “Hotel Victoria” de Carlos Pesce y Feliciano Latasa. El otro se llama “Llamarada pasional”. Está muy bien interpretado. La letra es de ella y la música de Stamponi. El poema es un homenaje a su gran amor, al hombre más importante de su vida, un dato a tener en cuenta en una mujer que nunca negó que en su vida hubo muchos hombres. Se trataba de Luis Sandrini, con el que tuvo una relación apasionada durante más de seis años, “hasta que tuve que dar un paso atrás”. La responsable de ese paso al costado fue Malvina Pastorino. De todos modos, nunca negó ese amor y lo dijo a su manera: “En mi vida tuve un solo amor que llevo en la cartera… que es una manera de llevarlo en el alma”.