Enrique Cadícamo

Alguna vez se dijo que el tango se hizo popular en la Argentina cuando fue aprobado en París. La afirmación hoy es opinable, pero tiene mucho de verdadera. En un país donde el arbitraje de la moda, el arte y la calidad de vida lo daba Europa y, particularmente, París y Londres, a nadie le debería llamar la atención que para las amplias y aguerridas clases medias de los años veinte el tango hubiera sido aceptado en estas playas luego que Europa le hiciera un guiño aprobatorio.

Si esta historia es cierta -y lo es en gran medida- uno de los protagonistas de esa hazaña cultural fue Enrique Cadícamo. En una entrevista hecha unos pocos años antes de su muerte, cuando le preguntaron sobre sus viajes a París en los locos años veinte, dijo con ese tono que siempre parecía estar al borde del malhumor: “En aquellos años, muchos argentinos viajaban a París a trabajar, a abrirse un horizonte artístico, a hacer plata”. “¿Y usted a qué iba?”, preguntó el periodista. “Yo no iba a hacer plata, iba a gastarla”, dijo sin que el menor atisbo de una sonrisa se dibujara en su rostro.

Iba a París a gastar plata y a escribir poemas. Los poemas los escribía en los bares o en los hoteles y pensiones donde se alojaba; la plata la gastaba en la noche, en los locales nocturnos de París, Barcelona, Roma, Londres. Fue justamente en París donde conoció a Carlos Gardel. El encuentro se produjo en el cabaret El Garrón y a partir de allí continuaron los encuentros y las despedidas. —Algo sé de tango -le dijo un día a un mocito atrevido que le quería explicar justamente a él lo que es el tango- .

“Gardel me grabó 23 poemas… ¿no te parece que algo sé de tango?”, concluyó sin sacarse el cigarrillo de la boca.

Cadícamo fue el autor al que Gardel le grabó más tangos. Todo empezó con “Pompas de jabón” y concluyó diez años después con “Madame Ivonne”, el último tango que Gardel grabó en la Argentina. Curiosos, los periodistas le preguntaban si no tenía fotos con Gardel. “Gardel se sacaba fotos con todo el mundo -aclaró mientras se acomodaba el nudo de la corbata- pero yo era su amigo y los amigos no nos sacamos fotos entre nosotros”.

Enrique Domingo Cadícamo nació el 15 de julio de 1900 y murió en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1999. Le faltaron cuatro semanas para entrar en el siglo XXI y menos de un año para cumplir los cien. No se puso dar ese gusto, pero se dio otros, tal vez los más importantes que se pueda dar un poeta. A Antonio Machado se le atribuye haber dicho que todo poeta debe aspirar a “la gloria de lo anónimo”. El gran poeta español se refería a aquellos poemas y coplas que la gente del pueblo recita, canta y silba sin saber quién es su autor. Con palabras parecidas dijo Cadícamo: “Éxito es andar por la calle escuchando que alguien silba un tango de uno” .

La presencia poética de Cadícamo en el tango está fuera de discusión. Como Flores, Discépolo o Manzi, no se podría escribir la historia del tango sin incluir su nombre. Todos los cantores, todos sin excepción, incorporaron al menos un poema a su repertorio. No construyó una “obra” como Discépolo o Manzi, tampoco incursionó en la vanguardia como Expósito o Castillo. Lo suyo se lo podría comparar con Celedonio Flores, pero con una diferencia: su registros, sus recursos poéticos fueron más amplios. Cadícamo escribió sobre lo pintoresco y lo trágico, sobre la soledad y la nostalgia, sobre la seducción de la noche y la luminosidad del barrio, sobre la vida y la muerte. Todos los registros posibles del tango estuvieron en su repertorio. No todos sus poemas son buenos, pero yo por lo menos he contabilizado alrededor de cuarenta que son constitutivos de la historia del tango.

Cadícamo tenía una sólida formación literaria. Había leído a Verlaine, Baudelaire, Rimbaud y Darío. Conocía la poesía de Lugones, Olivari y Girondo. Leía mucho y bien, y le sobraba talento. Sus versos están incorporados definitivamente al imaginario popular. “Hoy vas a entrar en mi pasado”, no necesita mayores presentaciones. Lo mismo puede decirse de “Vuelvo amargado a la casita de mis viejos”, “Hasta que entonces llegó un argentino y a la francesita la hizo suspirar”, “Un juego de calles se da en diagonal”, “Es la tarde cruel y fría que a mi gris melancolía la trabaja de emoción”, “Pobre mina que entre giles se creyó Mimí Pinsón”, “Más para qué vamos a hablar de cosas viejas si vos has perdido muñeca el corazón”, “Ninguna escena ningún llanto, simplemente fue un adiós inteligente entre los dos”.

Cadicamo incorpora las preguntas sin respuestas o sin respuestas aparentes: “¿Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy, el Pardo Augusto, Flores y el Morocho Aldao?” o “¿Dónde andarás Puente Alsina, dónde andarás Balmaceda…?” o “¿Qué habrá sido de esa barra…”? Y, tal vez, uno de los poemas bajo signo de interrogación más lindo de su obra. Me refiero a una estrofa de “La novia ausente” : “¿Qué duendes lograron lo que ya no existe? ¿Qué mano huesuda fue hilando mis manos?”. Y ese final de conmovedora belleza: “¿Y qué mano altiva me ha hecho tan triste, triste como el eco de las catedrales?”.

Según sus propias declaraciones, Cadícamo no se tomaba muy en serio su labor de poeta. Decía que muchos tangos los había escrito en un rato y que si se hubiera demorado más los habría arruinado. Con todo respeto, no le creo. Es verdad que la poesía popular tiene sus reglas y sus exigencias que a veces conspiran contra la creación poética, pero en Cadícamo hay poesía. O hay como decía el famoso jingle publicitario del “Glostora tango club” : “Gotitas, muy poquititas gotitas de Glostora para un peinado brilllante todo el día”. Esa gotitas de poesía alcanzaban y sobraban para improvisar tangos perdurables.

“Garúa por ejemplo tiene un verso notable. “Corazón vencido con tristeza de tapera”. Cualquier improvisado no escribe “Nieblas del Riachuelo “, “Nostalgias” “ Rubí”, “Rondando tu esquina”, “La luz de un fósforo”. Algo parecido puede decirse, por supuesto, de “Los mareados” y ese gran tango, que Charlo estrenó con su habitual inspiración, que se llama “Ave de paso”

Los tangos picarescos, burlones también son importantes como muy bien lo sabía la Negra Bozán: “Che Bartolo”, “El que atrasó el reloj” o “Dos en uno”. “Al mundo le falta un tornillo”, compite con “Cambalache”. Capítulo aparte merecen aquellas composiciones que aluden a la noche, al cabaret y a las prostitutas, un ambiente en donde Cadícamo siempre se sintió cómodo. Me refiero a “Muñeca brava”, “ Che papusa oí”, “Callejera”, “Santa Milonguita”, “Pompas de jabón”. O “Palais de Glace” interpretado por Ángel Vargas como sólo él sabía hacerlo. En la misma línea, el “Ruiseñor de las calles porteñas” incluye “Tres esquinas”, “A pan y agua”, “A quién le puede importar” o “El aristócrata”, conocido antes de la censura como “Shusetha”.

Julio Sosa se lució con “Madame Ivonne” y “Che papusa oí”. Y con ese otro tango que relata una historia perfecta entre hombres: “Pa mi es igual”. Goyeneche interpretó para la historia de todos los tiempos “Los mareados “, y “Garúa”, por mencionar sólo a los que más me gustan. Edmundo Rivero incluyó a “Muñeca brava”, Héctor Pacheco a “Nostalgias”, “Rondando tu esquina” y “La casita de mis viejos”. Alberto Marino a “Tres amigos”, Rubén Juárez a “Cuando tallan los recuerdos”. Por su parte, Floreal Ruiz cantó “Por la vuelta” y Francisco Fiorentino “Pa que bailen los muchachos” .

Cadícamo vivió casi un siglo y estuvo lúcido hasta el final. Recibió todos los honores en vida pero, como se dice en estos casos, nunca se los creyó. No era simpático ni complaciente. Era un duro salido de alguna letra de tango o de alguna novela de Raymond Chandler. Hablaba poco y se reía menos. Sus anécdotas de un Buenos Aires que se fue recorrida por hombres y mujeres que ya no estaban eran sabrosas y ocurrentes. Como Bustor Keaton se divertía él y divertía los oyentes sin reírse. Estaba convencido de la muerte del tango, por lo menos de los poemas tangueros. Consideraba que ellos respondían a un irrepetible clima de época. “El tango ya se quedó -decía-. es imposible hablar de un tango que venga”. No estaba del todo equivocado, pero me hubiera gustado discutírselo.

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