La letra pertenece a Celedonio Flores y la música a Guillermo Barbieri. Se supone que fue escrito en 1935, motivo por el cual Carlos Gardel no lo pudo grabar. Yo lo escuché cantar por primera vez muchos años después en una versión de Raúl Berón y la orquesta de Miguel Caló. Luego me llegaron las grabaciones de Roberto Goyeneche y Edmundo Rivero: las dos son formidables. Una con la orquesta de Troilo, la otra con la de Mario Demarco. Después disfruté de otras grabaciones: Osvaldo Pugliese con Abel Córdoba y Alberto Echagüe con Juan D’Arienzo. De todos modos, y sin menoscabar a nadie, mis preferidos son Goyeneche y Rivero; me parecen que son los que le otorgan a la letra el tono justo, la insinuación precisa.
“Pa lo que te va a durar” es un poema que reitera uno de los temas clásicos del tango: el muchacho calavera. Todo tanguero que se precie ha disfrutado de poemas como “Muchacho” de Celedonio Flores, interpretado por Angel Vargas; o “Mis consejos” de Héctor Marcó grabado con guitarras por Rivero en 1954; o “Cómo se pianta la vida” de Carlos Viván, el mismo autor de ese tango que tanto le gustaba a mi padre: “Hacelo por la vieja”, interpretado, si mal no me acuerdo, por Oscar Larroca. “Cómo se pianta la vida”, pertenece por mérito propio a Roberto Goyeneche, pero hay una versión muy buena de Héctor Mauré.
Los tangos referidos a los muchachos calaveras tienen algunas constantes y, por supuesto, algunas diferencias. Se refieren en todos los casos a jóvenes que se han lanzado de lleno, con todo el vigor juvenil, al vértigo de la noche. A estos muchachos les gustan todas: las mujeres, el naipe, los caballos, el whisky y algunas cositas más. Les gustan todas y, además, se proponen ser ganadores en todas.
Por lo general, los poemas privilegian como punto de vista la mirada de un hombre mayor, alguien que “está de vuelta” y les recuerda lo efímero de la vida y lo equivocado que están. Alguien que, seguramente, cuando tuvo esa edad fue como ellos, y alguien que a pesar de la severidad del reproche no alcanza a disimular la admiración que le sigue despertando ese tipo de vida
En la mayoría de las letras predomina la actitud paternalista de ese observador o la reflexión crítica y despiadada a una vida agotada en placeres y excesos que lo han dejado con las manos vacías. Hay un tango que se llama “Medianoche”, escrito por Héctor Gagliardi, musicalizado por Aníbal Troilo en 1944 e interpretado por Aldo Calderón, que alude a esa vida precipitada y al balance final, cuando ya no hay tiempo de volver atrás. El personaje habla en primera persona. Está internado en el hospital, seguramente con alguna enfermedad incurable y, justo cuando el reloj del pabellón da la medianoche, imagina a sus amigos en la mesa del café conversando o jugando al billar. Habla también de su madre y de la novia que ya no lo viene a visitar. Está solo, enfermo y vencido. En cierto momento recapitula y dice; “Las minas, las copas, las farras, los bailes, yo triunfé en todo esto y aquí está el final”.
Las letras sobre los muchachos calaveras pueden ser críticas no contra ese tipo de vida, sino contra personajes que no están a la altura de ella, pero bueno es insistir en que de una manera a veces confusa, a veces disimulada, no ocultan la admiración que despierta ese tipo de vida. En otros casos la mirada intenta ser más que crítica, burlona . El muchacho calavera puede ser el gil, el que pretende ser calavera y no le da el cuero. Es el caso del tango de Félix Villa, interpretado por Mario Bustos, “Che fulano” o “Muchacho rana”, de Tita Merello, o “Niño bien” de Víctor Soliño y Roberto Fontaina, interpretada también por Tita Merello. O el caso de “Muchacho”, a quien le dice que “si tenés sentimientos, los tenés adormecidos, pues todo lo has conseguido, pagando como un chabón”.
En todos estos casos, el observador, el punto de vista, es despiadado con ese “tonto que se cree vivo”, o ese farsante que exhibe una condición que carece. A modo de síntesis, podría decirse que en algunos casos la crítica huele más a resentimiento que a crítica, pero a no fastidiarse, porque esas “virtudes” constituyen también un atributo en el largo poemario tanguero.
“Pa lo que te va a durar”, es a mi criterio, junto con “Mis consejos” y “Cómo se pianta la vida”, la mejor versión de este subgénero de muchachos calaveras. El ritmo de los versos, las imágenes, son de excelente factura, una calidad a la que Celedonio Flores nos tiene acostumbrados con letras como “Corrientes y Esmeralda”, “Cuando me entrés a fallar”, “Canchero”. “Mala entraña”, “Audacia”, “Margot”, “Tengo miedo”, “Milonga fina”, “Malevito”. por mencionar los más conocidos.
Los trazos que van dibujando al protagonista de “Pa lo que te va a durar” son certeros y precisos. “Estás cachuzo a besos, te han descolao a abrazos, se te ha arrugao la cara de tanto sonreír, si habrás ensuciao puños en mesas de escolaso, si habrás rayado alfombras muchacho bailarín”. Ya en la primera estrofa, el poema no pude ocultar la simpatía, la admiración, incluso el cariño que le despierta el personaje.
Se trata de un ganador, pero de un ganador en serio, un ganador que se las aguanta. El muchacho vive al límite y daría la impresión de que todo le sale bien, entre otras cosas porque tampoco le importaría demasiado si le fuera mal, porque lo que valora en todos los casos es esa capacidad para vivir los excesos, para jugarse, secando la cartera en Palermo o haciendo temblar a Griselda en los carnavales cuando su voiture llega a marcar 120 kilómetros por hora, en un tiempo en el que ya era imprudente andar a 80 kilómetros por hora.
El punto de vista, el hombre que dice la letra del tango, le advierte en el estribillo que esa vida de triunfos, éxitos, hazañas no le va a durar mucho, que tarde o temprano se va a dar cuenta de que vivió una vida vacía, una vida que se agotó en aprontes y partidas y entonces…“Muchacho…te quiero ver”. Pero el joven muy bien podría decirle a este veterano sentencioso y amargo que nadie le va a quitar lo bailado y que al futuro lo va a torear cuando llegue y no antes.
El propio veterano admite que el muchacho merece ser admirado: “Vos sos el que no tiene temores cuando juega, vos sos a quien ninguna mujer lo despreció, vos sos el que no pide, vos sos el que no ruega, vos jugás por derecha habiendo banca o no”. Esta estrofa es bellísima. Nuestro héroe no es un tonto, un vulgar niño bien, un fanfarrón, algo así como un Isidorito Cañones. Hay en él un coraje, un valor, algo en definitiva que merece ser reconocido.
Y efectivamente el poeta lo reconoce en la última estrofa y, muy en particular en los últimos versos, cuando le dice. “Y por noble y derecho vas dejando a pedazos, en esta caravana tu amable corazón, en esta caravana de envidias y fracasos, donde taureás tu vida de criollo y de varón”. Final perfecto, digno de la mejor mitología tanguera. Prestar atención a la manera, al modo, con que Goyeneche y Rivero pronuncian la palabra “taureás”. El personaje en este final adquiere dimensión de héroe, de héroe trágico. El muchacho es algo más que un tarambana o un vicioso: es noble y derecho, tiene corazón y al concluir la letra ha dejado de ser el muchacho bailarín y ha devenido en criollo y varón. ¿Qué más se puede pedir?