Agustín Magaldi

Cuando era pibe me gustaba escucharlo. Era una voz triste, íntima, siempre al borde de lo sentimental. No sé por qué, pero entonces llegué a creer que su estilo encarnaba la verdadera representación del tango. ¿Motivos? Cierto anacronismo, una manera de dirigirse a su platea, esa inefable sensación de que hablaba de un mundo que ya no existía, todo contribuía a reforzar la imagen de un tango que alguna vez había sido importante.

Después crecí y seguramente también crecieron mis exigencias. Como consecuencia de ello, Magaldi fue postergado por otros cantores. Como suele ocurrir en estos casos, finalmente logré reconciliarme con él y ubicarlo en el lugar que se supo ganar en las décadas del veinte y del treinta, un lugar compartido con Carlos Gardel e Ignacio Corsini, pero unos cuantos escalones más bajos, sobre todo con relación al Morocho del Abasto.

De Magaldi, se ha dicho que compitió en calidad y fama con Gardel. Puede que en algún momento su fama haya sido parecida, pero con todo respeto debo decir que Gardel sigue siendo único y que hasta el mejor Magaldi no llega a estar al nivel del peor Gardel. Dicho esto, hay que destacar, luego, que cuando hablamos de Magaldi nos referimos a un cantor afinado, con un caudal de voz muy bueno y una singular personalidad musical. El dúo Magaldi-Noda y el Magaldi solista, constituyeron en sus mejores tiempos una presencia convocante, para un público tanguero que reclamaba con pasión su presencia en los diferentes escenarios del país.

Se dice que Gardel cantó para todas las clases sociales. Los personajes de sus tangos podían ser malevos de barrio, compadritos de los arrabales, pero también angustiados oficinistas de clase media o espléndidos bon vivant de las clases altas. Magaldi hizo y fue otra cosa. Sus personajes pertenecen exclusivamente al mundo de los pobres. Por supuesto que grabó de todo y en eso se pareció a Gardel, quien sin complejos iba de un cielito a un fox-trot y de una canzoneta a un tango, pero los temas que lo consagraron para siempre, los que ganaron el corazón de su público, fueron diez, quince a lo sumo y su rasgo distintivo es que todos tienen la marca inefable de lo popular.

Se trata de historias que narran con trazos gruesos y realistas los sufrimientos, las desgracias y las pasiones de los perdedores. Temas como “Dios te salve m’hijo”, “El penado 14”, “Consejo de oro”, son su marca registrada. Su particular manera de interpretarlos, arrancaban lágrimas de hombres poco habituaados a expresar sus sentimientos. En una Argentina donde la inmigración fue masiva, Magaldi contó con la adhesión incondicional de la comunidad italiana, tal vez porque muchas de las letras que interpretaba reflejaban los dolores y tristezas de la gente trabajadora.

Pero no sólo los inmigrantes, o sus hijos, estuvieron entre sus incondicionales. También lo acompañaron con abnegada fidelidad criollos de tierra adentro, hombres del campo y la ciudad que se identificaban con su singular estilo, con esa manera tristona de cantar historias pequeñas pero cargadas de emotividad y dolor. No tengo noticias de que Magaldi alguna vez haya viajado a Europa, pero sus viajes al interior del país fueron frecuentes. En los pueblos, en improvisados escenarios, los paisanos asistían felices al espectáculo brindado por quien ya era conocido en la Argentina como “La voz sentimental de Buenos Aires”. A Magaldi, y no tanto a Gardel, deberían haberle dicho que a sus discos no los compraban los bacanes.

Magaldi es también uno de los pocos tangueros que en su repertorio le otorga un lugar destacado a la mujer. Temas como “Levanta la frente”, “Libertad”, “No quiero verte llorar”, por citar los más conocidos, cuentan como protagonista a una mujer que si bien desempeña un rol clásico, alejado del feminismo que como causa se iniciará tres décadas después, ese rol a través de sus interpretaciones adquiere una sorprendente dignidad.

Magaldi murió joven y su muerte fue llorada por muchos tangueros. En algún momento se pensó que su tragedia desplazaría a la de Gardel, pero no fue así. Por el contrario, con el paso de los años fue perdiendo vigencia hasta convertirse en una suerte de fetiche nostálgico de viejos tangueros leales al culto de “la voz sentimental de Buenos Aires”. A diferencia de Gardel, pero no sólo de Gardel, no supo vencer el paso del tiempo. Demasiado pintoresco para los tradicionalistas, demasiado cursi para la vanguardia, fue desapareciendo lentamente de los sellos discográficos hasta degradar en el anacronismo, una voz que se puede escuchar en algunas circunstancias especiales para tener una idea aproximada de cómo se vivía el tango hace más de setenta años.

El balance puede ser duro, pero es así. Se podrá decir que no se merecía ese destino o que contaba con interesantes recursos vocales, pero convengamos que, más allá de la nostalgia y los afectos, decididamente no está incorporado como un clásico. En estos temas, siempre es riesgoso elaborar pronósticos, pero no es temerario decir que dentro de algunas décadas los nombres de Gardel, Charlo, Rivero, Goyeneche, Ruiz, Vargas o Sosa, serán recordados, mientras que Magaldi seguramente sobrevivirá como curiosidad.

Se asegura -pero la opinión no es unánime- que Agustín Magaldi nació en Casilda, provincia de Santa Fe, el 1º de diciembre de 1898. Allí vivió su infancia, pero antes de los diez años ya estaba en Rosario. Al conservatorio musical y a Caruso, los descubrió en esa ciudad. A partir de ese momento, la influencia de la canción lírica será evidente. De todos modos, y luego de alguna que otra incursión en el género, pronto se volcará hacia la música popular, que a inicios de los años veinte ya era el tango, aunque acompañado por canciones camperas, cielitos, vidalitas, milongas, cuecas y zambas.

Su primer dúo fue con Héctor Palacios. Luego su acompañante será Nicolás Rossi. En 1923 se radica en Buenos Aires decidido a ganarse un lugar como cantor popular. Gracias al apoyo de Rosita Quiroga empieza a grabar en el sello Víctor, pero el punto de partida de su verdadera carrera profesional se produce en 1925, cuando constituye el dúo con Pedro Noda, acompañado por las guitarras de Enrique Maciel y José María Aguilar al principio. Éstos luego serán sucedidos por Genaro Veiga, Rosendo Pesoa, Diego Centeno y Angel Domingo Riverol.

El dúo Magaldi-Noda durará diez años. Para muchos magaldianos, éste es el mejor momento del maestro. La presencia en los escenarios porteños se extenderá luego a las principales ciudades de las provincias argentinas. En 1935, el dúo se disuelve. Noda se irá con Carlos Dante y Magaldi como solista será acompañado por las guitarras de Centeno, Ortiz y Francino y el arpa de Félix Pérez Cardozo.

Para esa época, Magaldi ya es una estrella de la radio, de las radios que en diversos momentos funda ese pionero del medio que fue Jaime Yanquelevich . Es probable que para esa época haya conocido a Evita, pero ese encuentro no tuvo ninguna importancia en su carrera profesional. Su primer escenario será Radio Nacional, luego Radio Belgrano y finalmente Radio Splendid. En Belgrano, su programa fue un verdadero suceso de popularidad. Magaldi y la Gomina Brancato se constituyeron en una marca registrada.

Agustín Magaldi murió antes de cumplir los cuarenta años. Una operación de vesícula en el Sanatorio Otamendi se complicó y lo llevó al silencio el 8 de septiembre de 1938. Una multitud lo acompañó al cementerio de la Chacarita. Años después, su hijo recorrerá los escenarios de la Argentina imitando al padre. El muchacho logra despertar algunas expectativas porque los viejos tangueros están dispuestos a dejarse ganar por la nostalgia. El fenómeno no duró mucho… Una vez más, el principio, “nunca segundas partes fueron buenas”, se cumplió al pie de la letra.

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