A Podestá lo conocí en 1975 en un local nocturno que funcionaba en el subsuelo del viejo bar Cabildo. Esa noche lo escuché cantar por primera vez el tango “Dame tiempo” y “Percal”, para muchos de sus seguidores su mejor interpretación junto con “Alma de bohemio”. Yo era muy joven entonces y me impresionó como un hombre mayor, un tanguero de traje cruzado, pinta varonil y un dejo de tonada sanjuanina. Esa noche, un amigo me invitó a sumarme a la mesa en la que estaba él. Terminaba de cantar y lo noté algo cansado, hablaba poco, pero se esforzaba por ser amable. En algún momento se interesó cuando alguien le dijo que Carlos Gardel había estado en Santa Fe en 1933 y se había alojado en “La pequeña Bolsa”, ubicado exactamente al frente de donde nosotros estábamos tomando unas copas a esa hora de la madrugada.
Podestá nos contó entonces que cuando él tenía diez u once años tuvo la oportunidad de verlo cantar a Gardel en una sala de San Juan, el Cine Teatro Cervantes, si mal no recuerdo. “A mí cuando era pibe me decían Gardelito”, comentó como al pasar.
Estos episodios, breves y ocasionales, vividos en una mesa del viejo Cabildo nunca los he olvidado. Se trata, de episodios que seguramente a Podestá se le confundirán con otras tantas noches vividas por alguien que recorrió durante setenta años los locales nocturnos del continente cantando tangos y compartiendo mesas con amigos, pero que para mí fueron muy importantes. Podestá entonces ya era un veterano del tango, un testigo privilegiado de la generación del cuarenta, dato que adquiere una singular relevancia cuando se sabe que Podestá aún sigue subiendo a los escenarios e interpretando algunos de sus temas clásicos, como, por ejemplo, “El bazar de los juguetes”, del cual él es uno de los compositores.
Un crítico musical decía que la biografía de Podestá se confunde con la historia del tango y muy en particular, con la de esa década notable que fue la del cuarenta. Con apenas quince años, el joven Alejandro Washington Ale llegó desde San Juan con la esperanza de triunfar en la noche del tango. Ya para esa fecha contaba con un breve pero honroso curriculum que incluía algunas breves presentaciones en LV5 Radio Los Andes con la orquesta de Alberto Igarzabal. Se dice que fueron los humoristas Buomo y Salvador Striato, quienes lo convencieron para que probara suerte en la gran ciudad. Uno de los hombres que le dio una mano apenas llegado a Buenos Aires fue Hugo del Carril, pero su contacto tanguero decisivo, el que de alguna manera habrá de marcar su vida, fue con los hermanos Caló, Roberto y Miguel Caló. El encuentro se produjo en el Paradise, un clásico local bailable de aquellos años con sus dos funciones diarias a la caída de la tarde y a la madrugada. El pibe Ale era conocido entonces como Juan Carlos Morel y cantaba en el matiné por razones de edad. Allí se conoció con Roberto Caló, quien lo somete a un riguroso examen que el muchacho aprueba con las mejores calificaciones, motivo por el cual ingresa a la orquesta en reemplazo del cantor Mario Corrales.
El debut con la orquesta de Miguel Caló se produjo el 13 de diciembre de 1939 en el cabaret Singapur de calle Montevideo casi esquina Corrientes. Allí conoció a los grandes músicos de su tiempo: Raúl Kaplun, Domingo Federico, Osmar Maderna y Enrique Mario Francini. El flamante cantor debe de haber sido bueno, porque en algún momento el representante de Carlos di Sarli le propone incorporarse a la orquesta del maestro. Es lo que hace a fines de 1941. Es allí cuando Di Sarli le propone que cambie su nombre artístico, motivo por el cual a partir de entonces será conocido como Alberto Podestá, el apellido de su madre. También es en esa ocasión que le da las breves pero sabias lecciones de canto. De todos modos, esta primera incursión con el autor de “Bahía Blanca” no fue del todo feliz. La estrella de entonces era Roberto Rufino, por lo que las noches del Marabú fueron para Podestá una sucesión de pequeñas pero dolorosas humillaciones, ya que el público era seguidor incondicional de Rufino, motivo por el cual en 1943 abandonó a Di Sarli y se incorporó a la orquesta de Pedro Laurenz, según Podestá, el mejor bandoneonista de su tiempo y el hombre más elegante de la noche porteña. Con Laurenz instala por primera vez en público “Alma de bohemio”.
Para 1945 se incorpora a la orquesta típica de Enrique Mario Francini y Armando Pontier. El adolescente de la primera época de Caló ya es un joven experimentado que luce sus habilidades en el Sans Souci y el Tibidabo, con la calificada con justicia como “Orquesta de las estrellas”. De esa época pertenecen entre otros tangos, “Margó”, “Sin palabras” o “Qué me van hablar de amor”.
A partir de esa fecha, Podestá además de ser un cantor consagrado, inicia su tiempo de retorno con sus viejos maestros. Es lo que hizo con Di Sarli en 1944 y 1947; con Francini en 1949 y 1956; con Caló y Pontier en 1955 y 1956. A ello se suman presentaciones con los maestros Edgardo Donato, Juan José Paz y Cristóbal Ramos. En 1951 debuta por primera vez como solista. Como Charlo, la carrera artística de Podestá se despliega por los más diversos locales tangueros del continente. Siempre regresa a la Argentina y a Buenos Aires. Aníbal Troilo por lo menos en dos ocasiones le propuso sumarse a su formación musical. No pudo ser. La primera vez estaba en Uruguay en gira con Di Sarli; en la segunda ocasión estaba en Chile. En un caso, el sitio de honor con Troilo lo ocuparon Edmundo Rivero y Floreal Ruiz; en el segundo caso, el “premio” lo ganó Raúl Berón. Sus biógrafos aseguran que en algún momento estuvo a punto de integrar la orquesta de D’Arienzo. Incluso se hizo presente en el Chantecler y conversó con Héctor Varela para arreglar las condiciones de su ingreso a la orquesta del “Rey del compás”, trámite que no pudo cumplirse, porque para ese momento ya estaba convocado Héctor Mauré.
En la actualidad Podestá es una suerte de honorable reliquia tanguera. Sanjuanino, como Miguel Montero es tucumano, Argentino Ledesma santiagueño, Agustín Magaldi santafesino o Rubén Juárez cordobés, demostrando que el tango es del Río de la Plata, pero a esta altura de los hechos es también argentino.
Con casi noventa años, Podestá ha recibido todos los honores del caso. Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, convocado para participar en películas, Gustavo Santaolalla lo hizo grabar en el “Café de los Maestros”, quienes tienen el privilegio de conversar con él pueden evocar a través de un testigo privilegiado los momentos y los protagonistas decisivos de la historia. Podestá habla como al pasar de las noches del Tibidabo o las tertulias tangueras del Viejo Almacén y Caño 14, de los difusos comedores y parrillas de Buenos Aires donde en tiempos difíciles se presentaba para “parar la olla”. Ese itinerario de orquestas, giras por el mundo y recorridas por locales nocturnos le otorgan una experiencia intransferible, una singular percepción de la vida.
Después, estamos quienes disfrutamos de sus interpretaciones, de temas como “Ave de paso”, “Bajo un cielo de estrellas” “Garúa” “La capilla blanca”, “Pedacito de cielo”, “No nos veremos más”, o cualquiera de las quinientas grabaciones que ya pertenecen a la historia del tango.