La lluvia y la poesía mantienen una larga y leal amistad. El tango por lo tanto no podía mantenerse alejado de esa relación. Urbano, nocturno, melancólico, su relación con la lluvia es íntima y difícil, afectiva y dolorosa, pero por sobre todas las cosas, poética.
Si el cafetín, el bar, es un lugar emblemático del tango, el lugar desde donde se contempla al mundo y se lo sufre, el lugar de la soledad y la amistad viril, la lluvia es su compañía inevitable.
En “Café de los Angelitos” Cátulo Castillo dice; “Cuando llueve la noche su frío, vuelvo al viejo rincón del pasado”. Y en “Café la humedad”, ya en el primer verso se evoca la humedad, la llovizna y el frío, mientras luego el personaje admite que “aunque sé que nunca vuelve, siempre que llueve voy corriendo hacia el café, y sólo cuento con la compañía de un gato que al cordón de mis zapatos los desata con placer”. Rubén Juárez es la voz indicada para disfrutar de este poema. Como Susana Rinaldi es la gran intérprete de “Café de los Angelitos”
También está solo el personaje del “Último café”: “Miro la garúa y mientras miro, gira la cuchara del café”. Pero incluso en el poema más clásico que es “Cafetín de Buenos Aires”, si bien la lluvia no se nombra de manera directa está insinuada “la ñata contra el vidrio en un azul de frío, que luego fue viviendo igual al mío”.
En “Claudinette”, el tango de Julián Centeya, musicalizado por Enrique Delfino, está presente el café, París y la lluvia, como le hubiera gustado a César Vallejos: “Medianoche parisina, en aquel café concert, como envuelta en la neblina de una lluvia gris y fría te vi desaparecer”.
La lluvia está presente en muchos tangos que ubican la escena en París. Sin ir más lejos, es lo que ocurre en este tango de Héctor Pedro Blomberg y Enrique Maciel que interpretó de una vez para siempre Ignacio Corsini. Me refiero a “La que murió en París”. “La lluvia de otoño mojó los castaños, pero ya no estabas en el bulevar”. La lluvia, la niebla, el frío y la nieve, el escenario ideal para el drama que prepara Blomberg y que dicen las malas lenguas, se inspira en un hecho de la vida real que personalmente le tocó sufrir.
Hay más de un poema donde a la lluvia no se la nombra directamente pero se la sugiere. Es el caso, por ejemplo, de “La última curda” cuando dice: “Cerrame el ventanal que arrastra el sol” O, “No ves que vengo de un país que está de niebla siempre gris tras el alcohol”. Algo parecido ocurre con el tango “Después” de Homero Manzi: “Después, la luna en sangre y tu emoción, y el anticipo del final en un oscuro nubarrón”. Acá es indispensable escucharlo a Rubén Juárez.
¿Y qué decir de uno de los versos más bellos de la poesía tanguera escrito por Manzi? Me refiero al inicio de “Fuimos”: “Fui como una lluvia de cenizas y fatigas en las horas resignadas de tu vida”. O cuando Estercita, la heroína de “Milonguita” sale del cabaret a la madrugada. “Cuando sales por la madrugada, Milonguita de aquel cabaret, toda tu alma temblando de frío, dice ¡ay! si pudiera querer” La lluvia en esta escena no está nombrada, pero es casi evidente, como también resulta evidente que a ese tango hay que disfrutarlo con la voz de Roberto Rufino.
La niebla, la garúa, la llovizna o la lluvia aluden poéticamente a lo mismo: a la tristeza, a la melancolía y a un confuso regocijo en ese dolor que la lluvia parece activar.
El gris y el azul, pero sobre todo el gris, es uno de los colores preferidos de los tangos que recurren a la lluvia “Si eras como la calle de la melancolía que llovía, llovía sobre la calle gris”, dice Cátulo Castillo en “María”. Pero en otros momentos del poema la lluvia está sugerida, es, de alguna manera, la que hace explícito el dolor del recuerdo, el paisaje que contiene la emoción o la expresa. “Pero hace mucho tiempo fuiste hondamente mía, en un pasaje triste desmayado de amor”. Para decir luego: “Un otoño te fuiste mojando de agonía, tu sombrerito pobre y el tapado marrón”
Recursos parecidos emplea Luis Rubistein en “Charlemos”: “Charlemos soy feliz, la vida es breve. Soñemos en la gris tarde que llueve” o en “Tarde gris”, musicalizado por Juan Bautista Guido “La tarde gris, tan gris como mi pena”.La imagen es mucho más directa en ese otro tango que se llama “En esta tarde gris”, escrito por José María Contursi y Aníbal Troilo: “Qué ganas de llorar en esta tarde gris, en su repiquetear la lluvia habla de ti”, dice Julio Sosa.
La lluvia en la poesía, y en la poesía tanguera en particular, se conecta con la soledad, la tristeza, el recuerdo de un amor perdido, el momento definitivo de la separación. Es lo que ocurre en “La noche que te fuiste”, cuando José María Contursi escribe: “La lluvia castigando mi angustia en el cristal”.
Otro poema que alude a la lluvia y que la historia sólo se puede entender en un escenario de lluvia es “Sólo se quiere una vez” de Claudio Frollo. “La lluvia de aquella tarde nos acercó unos momentos”. Alberto Marino y Floreal Ruiz lo interpretan muy bien a este tango.
Un hermoso poema de amor escrito por José María Contursi y musicalizado por Armando Pontier, donde la lluvia no cae sobre la ciudad sino en otro paisaje, es “Lluvia sobre el mar”. “Lluvia sobre el mar, que va encrespando las aguas al golpear” dice con su impecable vocalización Héctor Pacheco.
Enrique Cadícamo es un poeta que recurre con frecuencia a la lluvia para expresarse. En “Por la vuelta”, uno de los tangos más bellos de su repertorio, el poema se inicia presentando a la lluvia: “Afuera es noche y llueve tanto”. La lluvia en este caso no se conecta con la soledad o los recuerdos de un amor perdido, sino con el reencuentro. “Quedate siempre me dijiste, que afuera es noche y llueve tanto, y comenzaste a llorar”.
En “Rubí” habla de que “aquí el ambiente es tibio y afuera está lloviendo”. O dice: “Después, la noche con su frío y con su lluvia pondrá un broche sobre mi corazón”. ¿El nombre de un cantor para escuchar este poema?: Horacio Molina.
En ese tango bello y despiadado que se llama “Nieblas del Riachuelo”, Cadícamo escribe; “Llueve sobre el puerto mientras tanto mi canción; llueve lentamente sobre mi desolación”. Y en “Garúa” la protagonista es la lluvia y la ciudad, el frío y el cansancio, la calle y la pena. La imagen de un hombre solo caminando por veredas desiertas, por calles de adoquines donde levemente alcanzan a reflejarse las luces de los faroles y los letreros, es triste, conmovedora. El poema concluye refriéndose a eso: “Garúa, tristeza, si hasta el cielo se ha puesto a llorar”. Goyeneche ha hecho de este tango una de las interpretaciones más interesantes de su repertorio. El otro poema valioso de Cadícamo donde la lluvia es indispensable es “Cuando tallan los recuerdos”. “Llueve, llueve en el suburbio, y aquí solo en esta pieza” Alberto Marino y Rubén Juárez compiten por la pertenencia de este tango.