Enrique Santos Discèpolo

Si es verdad que al artista, al creador, se lo reconoce por su capacidad para expresar un universo propio, una mirada singular y exclusiva de la realidad, Discépolo muy bien merece ese calificativo. Su labor poética, lo que merece esa designación, apenas supera los veinticinco tangos, pero ese puñado de letras se despliega como una obra, como una visión coherente del mundo, una virtud que sólo está presente en cinco o seis letristas de tango, no más.

En los tangos de Discépolo se registran las influencias de Pirandello, el dramaturgo que admiraba, Dostoievski, el novelista al que regresaba con frecuencia y su hermano, Armando, el autor de obras como Mateo, Mustafá y Stéfano, algunas de las cuales lo contaron a él como actor.

También se lo ha calificado como el Roberto Arlt del tango y algo de verdad hay en esa afirmación. Esa mirada desgarrada, algo nihilista de la realidad, ese humor ácido, esa identificación con los derrotados, los vencidos y ese lenguaje tomado del habla popular, matizado con las palabras del lunfardo pero recreado y pulido hasta la obsesión, hasta transformarlo en un objeto estético, lo aproxima a Arlt no sólo porque hablan de lo mismo y son contemporáneos, sino porque sus construcciones artísticas las elaboran con las mismas herramientas.

Hoy el nombre de Discépolo se identifica rápidamente con el tango, pero como le sucede a todos los grandes innovadores, sus letras en sus inicios fueron rechazadas por los críticos oficiales. “Que vachaché” es el primer poema que se interpreta en público. La presentación se hizo en un teatro de Montevideo y fue un fracaso total. El público no lo interpretó y los críticos lo entendieron menos aún. Esa mirada cínica y descarnada de la sociedad y de las relaciones resultaba inconcebible para quienes habían educado sus oídos con los tangos de Celedonio Flores, Manuel Romero o Pascual Contursi.

El segundo tango de Discépolo que llega al público es “Esta noche me emborracho”. Lo va a interpretar Azucena Maizani y esta vez sí será aclamado y sus estrofas se transformarán en una suerte de santo y seña de los porteños. De aquí en más las letras de Discépolo no sólo serán grabadas por los mejores cantores, sino que serán tarareadas por el hombre y la mujer de la calle, el síntoma infalible de la popularidad.

Para esa misma fecha, Tita Merello insiste una vez más con “Que vachaché” y ahora sí la aceptación llega confiada y tumultuosa. Como broche de oro a esta primera incursión en el género, estos dos tangos serán grabados por Carlos Gardel y de su mano -o de su voz para ser más preciso- llegarán a París, la capital de la consagración de todo artista.

El grotesco, la mirada humorística sobre la propia desgracia, está presente en su siguiente tango, “Chorra” o en letras como “Victoria” y “Justo el 31”, pero el grotesco está presente en la trama de sus imágenes y metáforas.

Escribir una letra de tango para Discépolo era una cosa seria. Hay letras que las trabajó durante meses. Cada palabra era minuciosamente sopesada y cada giro era motivo de reflexiones, algunas de las cuales han quedado registradas en sus apuntes. En el tango “Esta noche me emborracho” la palabra “desnudez”… “ …teñida y coqueteando su desnudez” le llevó dos meses ubicarla en su exacto lugar.

Habitualmente se ha dicho que Discépolo se inspiraba en la realidad. Decir esto y no decir nada es más o menos lo mismo. Todo escritor se inspira en la realidad, pero lo que importa es conocer cómo se transita ese camino que va de la realidad al lenguaje, además de precisar a qué zona de la realidad se refiere esa supuesta inspiración. Justamente el poema “Esta noche me emborracho”, el tango que habla del encuentro azaroso de un hombre con una mujer gastada por los años que en algún momento fue su novia o amante, la mujer por la que perdió amigos, honor y dinero, tiene un motivo de inspiración que no es ni biográfico ni nace de la historia contada por algún confidente.

Se dice que Discépolo había viajado a las sierras de Córdoba y allí conoció a una mujer enferma de tuberculosis que, como ocurría en aquellos años, estaba internada en ese sanatorio ubicado a pocos kilómetros de Cosquín y que Arlt inmortalizó en su extraordinario cuento llamado “Esther Primavera”. La reflexión acerca del paso inevitable de los años, de la vejez que consume la belleza, del sinsentido de la vida que inevitablemente conduce a la muerte, lo llevaron a crear esa escena de un hombre parado en una esquina de Buenos Aires a la madrugada que ve salir a una prostituta ajada por los años a la que reconoce como la hermosa mujer que diez años antes amó hasta la locura.

Discépolo es uno de los escritores que con más conciencia poética trabaja sus versos. Sabe que necesita contar una historia en tres minutos y que esa historia debe estar trabajada no sólo con palabras sino con un singular ritmo musical. El autor de “Cambalache” no había estudiado música, no sabía tocar ningún instrumento, pero tenía un excelente oído para las melodías. Los que lo conocieron recuerdan que tarareaba la melodía y tocaba algunas teclas del piano con dos dedos tratando de arrancar algún sonido que le sirva.

De Discépolo se ha dicho que sus letras expresan el clima enrarecido y corrupto de la Década Infame, la desesperanza del hombre agobiado por un sistema político injusto y explotador. Los reduccionismos de políticos e historiadores para poner a su servicio a los grandes poetas pueden haber servido para la propaganda o la justificación ideológica, pero no sólo que carecen de entidad intelectual, sino que en la mayoría de los casos falsean de una manera grosera la realidad.

Un tango emblemático de este autor, “Yira yira” es considerado el gran manifiesto contra la Década Infame, hasta que se descubre que fue escrito en 1929 o tal vez en 1928, es decir, en pleno gobierno de Yrigoyen, por el cual, si fuéramos coherentes con este razonamiento, Yrigoyen sería el responsable de un orden político que deja a los hombres “ sin yerba de ayer secándose al sol”. Colocados ante la dureza irreversible de las fechas, a los apologistas no se les ocurre nada mejor que decir entonces que “Yira yira” fue un tango profético, un tango que anticipaba la Década Infame. Ante semejante versatilidad teórica no queda otra alternativa que el silencio.

Con el tango “Que vachaché” se sienten más cómodos. La letra fue escrita en 1926 y por lo tanto es un manifiesto contra Alvear. Populistas como Ramos, Galasso o Salas suelen caer en esos torpes errores porque los ciega la tentación de la manipulación política. El proceso creativo de Discépolo es mucho más complejo que una lineal relación entre sistema político y poesía. En la Argentina de los años veinte y treinta había angustia, sensación de derrota, no porque los gobiernos fueran malos o buenos, sino porque la época era difícil y porque hasta en los sistemas más populares, personas como Discépolo deambulan con sus pesadumbres.

La soledad, la angustia, el fracaso, el miedo a vivir, son pasiones que funcionan más allá y más acá de la política. Los personajes de Discépolo transitan por cualquier sistema; su sensibilidad no está atada a las opciones políticas en boga. Su pasión, su universo creativo funciona con independencia de sus propias opciones políticas. Discépolo creyó en el peronismo, pero sus mejores tangos no tienen una relación directa con sus creencias políticas. Tal vez por eso, en ese hermosa letra de despedida que Homero Manzi le hace poco tiempo antes de morir, le dice: “No ves que están bailando, no ves que están de fiesta, vamos que todo duele viejo Discepolín”. El baile y la fiesta que menciona Manzi es una metáfora, no una descripción vulgar de la realidad. En el universo mítico del tango no hay lugar para fiestas políticas, movilizaciones colectivas apasionadas, sus personajes son solitarios, tristes, derrotados. Pueden gustar más o menos, pero el tango se hizo con esa madera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *