Homero Manzi

La poesía y la política fueron las dos grandes pasiones de este hombre que desde muy joven decidió comprometerse a fondo en cada una de las cosas que emprendía. Sus convicciones fueron sinceras y nobles, pero convengamos que la poesía le ganó a la política. A Homero Manzi se lo recuerda por sus poemas más que por su militancia radical y luego peronista. Sus compañeros de causa siempre se lamentaron por lo que calificaron como un mal entendido. Llegaron a decir que una conspiración antinacional silenció al político y resaltó al poeta. Quienes así opinan supondrán que la poesía es un entretenimiento menor, una distracción inocente. No saben lo que dicen. A quienes así hablan habría que recordarles las palabras de un poeta norteamericano a unos legisladores: “Mis canciones populares tienen más influencia en la gente que todas sus leyes”.

Manzi podría haber dicho lo mismo. Sus tangos están incorporados a la vida de todos los argentinos. “Malena”, “Sur”, “Ninguna”, han sido cantados y tarareados en voz baja por todos. Con esos tres tangos, Manzi se hubiera asegurado la eternidad. Sin embargo escribió más de sesenta, todos buenos y, algunos, muy, pero muy buenos. La poesía de Manzi escapa a las acechanzas facilistas del lunfardo. Lo suyo es el tango, pero no necesita recurrir a esa maniobra verbal. Nostálgica y a veces melancólicamente, los poemas hablan de las cosas que se fueron, del barrio que cambió, de algún amor perdido, de personajes que ya no existen. En sus letras predominan las sombras, los fantasmas, las oscuridades. También las luces. El azul es su color preferido.

La leyenda cuenta que en algún momento le dijo a un amigo que en lugar de ser un hombre de letras prefirió escribir letras para los hombres. Frase ingeniosa, pero no justa, porque al verdadera poesía siempre está dirigida a los hombres. De todos modos su poemas dialogan con Borges, Tuñón, Girondo y Olivari. En su biblioteca se destacan los libros de Joyce, Proust, los poetas surrealistas, Federico García Lorca. No. No era un improvisado. Era un intelectual y un poeta que hubiera querido ser un dirigente político importante, pero el destino prefirió asignarle el lugar de poeta.

Su primer poema conocido es “Viejo ciego”. Ya están prefiguradas las metáforas audaces y las palabras insólitas (spleen). A es tango lo estrenó en 1926 Roberto Fugazot. Y ese mismo año lo cantó Ignacio Corsini. Noble homenaje de dos grandes cantores a un poeta que entonces sólo tenía diecinueve años, pero ya era radical yrigoyenista y ya había conocido a sus dos grandes maestros en el género: González Castillo y su hijo, Cátulo.

Cuando los militares derrocan a Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930, Manzi fue a la cárcel y además perdió las cátedras que dictaba en un colegio secundario. Cuando recuperó la libertad se dedicó de lleno a la militancia política e intelectual. En la década del treinta va a constituir con otros amigos la mítica corriente interna radical llamada “Forja”. También en esos años se destacará como glosista de programas de radio, periodista y dramaturgo. Películas célebres como “Pampa bárbara”, “La guerra gaucha” o “ Su mejor alumno” lo cuentan como guionista. Sus intereses intelectuales fueron amplios pero coherentes. Cada uno de sus emprendimientos lleva su sello.

Su relación con el cine se nota en sus poemas. “Barrio de tango” se inicia con una estrofa que posee el encanto de la imagen visual: “Un pedazo de barrio allá en Pompeya /cayéndose al costao del terraplén/ un farol recostado en la barrera/ y el misterio de adiós que siembra el tren/”. Algo parecido puede decirse de “Mano blanca” y “El pescante”. Los ojos que lo esperan en la avenida Centenera y Tabaré son los mismos que están presentes como ausencia cuando dice “Ya nunca me verás como me vieras/ recostao en la vidriera y esperándote”.

Un capítulo querible es el de las milongas. Manzi escribe milongas que evocan patriadas radicales, compadritos que compiten con los de Borges y evocaciones de un pasado donde hay mulatas y negras enamoradas. Su poema en homenaje a Ramayón no tiene nada que envidiarle a los compadritos de Borges. “Resuenan en baldosas los golpes de tu taco/ desfilan tus corridas por patios de arrabal/ se envuelve tu figura con humo de tabaco/ y baila en el recuerdo tu bota militar”. Nelly Omar -para los indiscretos el amor de su vida y la inspiradora de algunos de sus mejores tangos- y Julián Centeya interpretan este tema.

“Recordando” es otra milonga poco conocida que merece “recordarse”: “Cuando se incendió el correo y los bravos de Calaza/ con cuatro bombas escasas lo pudieron detener/ cuando se abrió la avenida con fiestas municipales/ y las boinas radicales triunfaron en Santa Fe”. Su milonga “Mariana”, merece evocarse: “Mariana se fue del barrio / con traje largo color champán/ la han visto bailar el tango/ todas las noches de carnaval/ Mariana lleva melena y a veces llora si no la ven// la gente de la verbena/ dicen que es triste como un ciprés”.

A Borges se le atribuye haber inventado “la enumeración poética”. Manzi también lo hace, desde el cancionero popular, pero lo hace. El poema “tango” agota todas las posibilidades de este recurso: “ Farol de esquina, ronda y llamada/ lengue y piropo, danza y canción/ truco y codillo, barro y cortada/ piba y glicina, fuente y malvón/ café de barrio, dato y palmera/ negra y caricia, noche y portón / Chisme de vieja calle Las Heras/ pilcha, silencio quinta edición/”.

Si “Barrio de tango”, “Mano Banca”, “Sur”, “El pescante”, “El último organito”, evocan el paisaje, “Fueye” y “Che bandoneón” incursionan en el dolor desde el instrumento clave. “Malena”, por su parte, no necesita ninguna justificación. Es lo que es. Poco importa saber si se llama Elena Torterolo o Toledo. El poema vale más allá de cualquier relación con la realidad.

Un dato original en la poesía de Manzi es que el hombre no es el engañado por la mujer como se encargaron de publicitarlo tantos tangos, sino al revés. En “Fuimos”, los dos primeros versos son antológicos y al mismo tiempo, reveladores “Fui como una lluvia de cenizas y fatigas/ en las horas resignadas de tu vida”. En “Tu pálida voz” habla “de mis manos cobardes”. “Fruta amarga” tiene versos conmovedores : “Eras la luz del sol/ y la canción feliz / y la llovizna gris en mi ventana”.

Y confirmando que quien traiciona o falla es el hombre, dice luego “Sólo serás la voz/ que me haga recordar/ que en un instante atroz / te hice llorar”. Al respecto aquí también hay un error que comete más de un cantor, quien en lugar de decir “te hice llorar” dice “me hizo llorar”, alteración de una palabra que modifica todo el significado del poema. “Después” se inscribe en la misma línea. Y algo parecido podría decirse de “Esquinas porteñas” y “Ninguna”, las dos magistralmente interpretadas por Angel Vargas.

Manzi murió el 3 de mayo de 1951. En el velorio hablaron Cátulo Castillo, Francisco García Giménez y Arturo Jauretche. Fue una buena despedida, si es que una despedida así puede calificarse de buena. Homero Manzi tenia 43 años cuando murió y desde hacía por lo menos seis años venía luchando a brazo partido contra el cáncer. En 1948, desgarrado por un cáncer implacable, escribió el antológico “ Sur” que ese mismo año lo estrenó Troilo con la voz inconfundible de Edmundo Rivero. El último poema que escribió fue gauchesco. Se llama “Sosteniendo recuerdos”, nada extraño en un letrista que se jactaba de haber nacido en Añatuya.

Pocos meses antes había escrito uno de sus poemas más conmovedores dedicados a su amigo Discépolo. Fue también una despedida, una despedida para los dos. La música la compuso Aníbal Troilo y se dice que el autor le dictó la letra por teléfono. Después de la muerte de Manzi, Pichuco compondrá uno de sus temas más notables en homenaje a su amigo: “Responso”.

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