Si le vamos a creer a los principales comentaristas políticos de Brasil, Dilma Rousseff será destituida como presidente. La decisión corresponde al Parlamento y se ajusta a las normas constitucionales, una legalidad que Rousseff impugna porque insiste en afirmar que ella es víctima de un golpe de Estado, el argumento sostenido por el propio Partido de los Trabajadores y la mayoría de la izquierda latinoamericana que se mantiene leal al principio que afirma que representantes de este signo político no son corruptos, y que si por casualidad lo son, están disculpados gracias a las bondades intrínsecas de su signo ideológico.
Rousseff está al borde de la destitución más por ser la presidente de Brasil por el Partido de los Trabajadores que por sus propios errores. Paga por la corrupción de un partido cuyos principales líderes se iniciaron robando para la corona y luego se decidieron a continuar robando para sus propios bolsillos. En realidad, el que debería estar en el banquillo de los acusados debería ser Lula, pero si el azar o su astucia le permitieron al líder histórico del PT eludir por ahora la acción de la Justicia, ese beneficio no la alcanzó a Dilma.
El juicio político a la presidente seguramente deja mucho que desear, atendiendo en particular a la calaña política de algunos de los promotores de esta iniciativa. Dicho esto, importa señalar que esos “detestables” dirigentes fueron durante años socios privilegiados del PT, socios elegidos precisamente porque exhibían la catadura moral que ahora Lula y sus acólitos repudian con estudiada indignación.
Tomando distancia de las miserias de las rencillas internas de políticos ávidos de poder y beneficios, importa destacar que es muy probable que la recesión económica y el escándalo de Petrobras hayan precipitado el desenlace institucional. Seguramente, si Brasil hubiera recorrido el camino de la prosperidad, este juicio político no hubiera tenido lugar, fiel al principio latinoamericano que sostiene que en tiempos de vacas gordas ningún gobierno, ni siquiera un gobierno ladrón, es molestado por la Justicia.
Roussef insiste en que lo que hizo ella es apenas una inocente manipulación de las cuentas públicas, un pecadillo que cometieron todos los presidentes, pero que la “derecha” se lo hace pagar a ella porque no le perdona su filiación de izquierda. Otra vez, la idea o el prejuicio de que pertenecer a la izquierda otorga una suerte de impunidad, argumento sacado de las cloacas del chavismo o, por qué no, de las canteras del kirchnerismo, todos unidos en la consigna que dice que la izquierda no roba, expropia a los ricos, y que los millones que sus dirigentes acumulan no son más que una modesta retribución por los sacrificios desplegados durante tantos años de entrega a la causa.
En 1992, como se recordará, fue destituido Fernando Collor de Mello con argumentos no muy diferentes a los que ahora se esgrimen contra Rousseff. El partido que más promocionó aquella destitución fue el de Lula. Seguramente, Collor de Mello se merecía ese destino, pero la pregunta a hacerse en este caso es por qué lo que valió para él no vale para Dilma. ¿Porque Collor es de derecha y Dilma de izquierda? En el fondo, los militantes del PT están convencidos de que efectivamente ésa es la diferencia real y sustantiva, todo lo demás es retórica insidiosa y vacua de la derecha golpista.
Juristas y políticos han demostrado que lo que está sucediendo en Brasil es legal. Las votaciones en las cámaras de Diputados y Senadores que dieron lugar a la suspensión de Rousseff, se hicieron de acuerdo con las normas prescriptas y con la supervisión del Superior Tribunal Federal. En Diputados, 367 legisladores sobre 513, levantaron las manos contra la presidente; en Senadores, la diferencia fue de 55 contra 22. En esa mayoría hubo de todo, personajes viscosos -insisto en que muchos de ellos fueron socios del PT- pero también se sumaron a la destitución políticos honorables, algunos de izquierda y otros de derecha, una aclaración tal vez innecesaria ya que la filiación ideológica no debería ser un motivo de sospecha, salvo que, como en el caso que nos ocupa, ser de derecha sea un pecado mortal o una decisión considerada fuera de la ley.
La votación se realizó en un contexto político sumamente sensibilizado por el estallido sucesivo de episodios de corrupción que comprometían a las primeras espadas del Partido de los Trabajadores, empezando por el señor Lula, un caballero íntimamente convencido de que su condición de izquierdista y de dirigente sindical pícaro y apretador lo habilitaba para hacer lo que le diera la gana con los recursos públicos, incluso enriquecerse sin límites, habilitación que sumaba la facultad de hacerse el estúpido cuando la Justicia comenzó a meter entre rejas a sus principales colaboradores, no por luchadores sociales sino por ladrones.
El único argumento que suaviza un tanto la corrupción populista del PT es que, desde una mirada histórica más amplia, resulta evidente reconocer que la corrupción no la inventaron Lula o Rousseff, que la corrupción en la política brasileña es una peste de prolongada presencia. Se suponía que un partido que se propuso cambiar a la sociedad y cambiar a la política podría eludir esta celada del poder, una suposición que lamentablemente los hechos han demostrado que estaba equivocada. El PT llegó al poder, promovió algunas políticas sociales y asistenciales interesantes -muchas de ellas iniciadas por el ex presidente Cardoso- pero más allá de su retórica populista, lo que predominó fue una lógica de ejercicio de poder no muy diferente, y en algunos aspectos más graves, que la repudiada y detestada derecha.
¿Dilma se parece a Cristina? La comparación es tentadora, pero a decir verdad la menos favorecida en esta comparación es Dilma. Las biografías de ambas mandatarias difieren en cuestiones decisivas. Rousseff efectivamente fue una militante de izquierda que padeció torturas y estuvo casi tres años presa, rigores y padecimientos que la Señora argentina nunca sufrió por la sencilla razón de que no sólo nunca fue de izquierda en su juventud -tampoco ahora- sino que, además, es muy dudoso que alguna vez en esos años juveniles haya tendido una militancia política.
En lo estrictamente personal, Dilma paga por sus socios corruptos y seguramente por lo que no hizo o dejó hacer desde el poder, pero en todos los casos hasta sus opositores más enconados admiten que no se enriqueció personalmente. Queda claro que no se puede decir lo mismo de la Señora, quien en alianza con Báez, López y De Vido -entre otros- se transformó en una de las multimillonarias más destacadas de la Argentina.
Dilma está sometida a un juicio político, perjuicio que la Señora argentina no padeció, aunque a juzgar por lo que ahora se conoce, lo hubiera merecido, incluso por causas mucho más reales y efectivas que las que ahora se imputan a la presidente brasileña. Tal vez, el rasgo en común de estas mujeres sea -además del género- haber expresado las experiencias históricas del populismo en estos tiempos. Las experiencias, pero también las miserias y ruinas de esta propuesta que como una plaga ha contaminado la política latinoamericana.
Habría que preguntarse, por último, sobre el futuro de Brasil y la Argentina luego de haber atravesado por las miserias políticas y morales del populismo. Por lo pronto, está claro que las relaciones entre estos países son tan estrechas que la crisis de uno impacta inmediatamente en el otro. El ejemplo más aleccionador de esta suerte de dependencia se da en la industria automotriz. Se sabe que el ochenta por ciento de las exportaciones de este ramo en Argentina se dirigen a Brasil. Pues bien, desde la destitución de Rousseff -en mayo de este año y hasta la actualidad-, las exportaciones cayeron un treinta por ciento.
Corresponderá a analistas políticos y económicos seguir con atención las alternativas de esta relación agobiada por la inestabilidad y la incertidumbre políticas y los correspondientes interrogantes económicos. El juicio contra Rousseff está a punto de concluir, aunque al momento de escribir esta nota aún no se conoce el pronunciamiento del Parlamento. José Serra, uno de los principales dirigentes opositores, advirtió al respecto con indisimulable tono churchilliano: “Esto recién es el comienzo del comienzo”.