Abel desliza un comentario acerca del caso Nisman; José responde que las investigaciones continúan en curso. Silencio. Los diarios sobre la mesa y los pocillos de café recién servidos. El tema ya está largado y así lo interpreta Marcial.
—No sé hasta cuándo se va a seguir investigando.
—¿Estás en contra de las investigaciones?
—No, de lo que estoy en contra es de los enredos, de que nos tomen por giles, de que crean que nos tragamos el anzuelo de las supuestas investigaciones que se alargan, se enredan y nunca llegan a nada concreto.
—Me parece que estás simplificando un poco la cosa -digo.
—Más o menos; y si la simplifico lo hago adrede para que todo se vea más claro. Yo no nací ayer muchachos y tampoco me chupo el dedo. Conozco a esos jueces y conozco el estilo: como ahora no pueden hacerse los distraídos y poner a dormir los expedientes, se dedican a investigar y se pasan largas semanas y largos meses investigando con la esperanza de que la gente se canse o se distraiga y quede todo como está.
—Es una manera de ver las cosas -expresa Abel- tratando de ser conciliador.
—Yo creo que es la única manera de verla, como también creo que especulan con la facilidad que tiene la gente para cambiar su atención o cansarse de un tema. Son técnicas ya estudiadas y que dejan como resultado la más absoluta impunidad.
—Insisto en que estás exagerando -le digo a Marcial- después de todo estamos en un Estado de derecho y tampoco se puede salir a meter presa a la gente violando más leyes que las que una sociedad civilizada puede soportar.
—Todo eso que decís lo sé de memoria y lo respeto, pero no me tomen por tonto porque no nací ayer. En definitiva, la pregunta que yo hago y sobre la cual no escucho respuesta es la siguiente: ¿cuándo van a ir presos los jefes de esta cleptocracia que nos gobernó en los últimos doce años?
—Otra vez con las persecuciones políticas -exclama José-, otra vez atacando a los peronistas, parece que no aprenden, parece que siempre les gusta tropezar con la misma piedra.
—Acá los únicos que tropiezan en el mismo cascote de la corrupción son ustedes, por lo menos en los últimos veinte años aprobaron esa asignatura con las mejores notas.
—Medalla de oro para Carlos Saúl, Néstor y “La que te dije”.
—Medalla de oro para reconocerles la habilidad que han tenido para valerse de los recursos del sistema y no pagar las culpas: que Menem esté en libertad es una vergüenza, y que “La que te dije” ande suelta como una tierna palomita, es otra vergüenza.
—Yo creo -digo- que se hace muy difícil meter preso a un ex presidente de la democracia; si es difícil meter preso a un dictador, imaginen lo que significa meterse con quien exhibe títulos de legitimidad.
—Convendrás conmigo -responde Marcial algo fastidiado- que lo que decís es muy relativo. En Perú, Fujimori está preso desde hace rato, y contra lo que se dice habitualmente, esa decisión no significó el caos para este país, sino todo lo contrario.
—Y eso que Fujimori -dice Abel- se las ha ingeniado para transmitir su popularidad a sus hijos que no fueron presidentes de casualidad.
—Puede ser -digo- pero mirá lo bien que funciona el ordenamiento constitucional en Perú, que la hija Keiko -Keiko Fujimori- se vio obligada a decir en plena campaña electoral que si ganaba iba a respetar la independencia del Poder Judicial respecto de la libertad de su padre.
—Regreso al tema original -exclama Marcial- si pretendemos ser un país en serio, a estas sabandijas tenemos que meterlas presas; es hora de dar una señal contundente contra los corruptos, los corruptos de ayer, de hoy y de mañana, porque si no todo está muy lindo: robo a cuatro manos y después me protejo en los fueros, en los juicios y en los prejuicios.
—Yo insisto en que se debe preservar la independencia de los jueces y en el principio de presunción de inocencia -reitera José.
—A mí me conmueve hasta las lágrimas -refuta Marcial- ver a un peronista tan apegado a la ley, a la independencia del Poder Judicial y a los principios de una república; me conmuevo en serio, es algo nunca visto y por lo tanto digno de asombro.
—No contesto chicanas.
—Dejemos en claro una cosa -digo-: la justicia tiene que tomarse su tiempo, pero ese tiempo no es infinito; por otra parte, si “La que te dije” va presa, será por una decisión de los jueces, no de Macri; en una democracia que merezca ese nombre, un presidente no mete preso a nadie.
—No mete preso a nadie pero puede sugerir en voz baja -observa Marcial.
—No funciona así un Estado de derecho -dice José.
—Yo te respondo con la misma imagen: las cosas no funcionan así en la vida, yo creo muchachos en el derecho, pero más creo en el poder. Y me explico. Las respuestas del derecho son respuestas técnicas como le gusta decir a los abogados; esa técnica a veces coincide con la vida y a veces rumbea para donde mejor le parece, es decir, rumbea para el lado de los intereses y del poder.
—Un hombre de derecho no razona así.
—Puede ser, pero yo soy algo más que un hombre de derecho, soy un hombre. Y presto atención a lo que ocurre a mi alrededor. Los años además me han enseñado que las bibliotecas jurídicas son muy grandes, pero lo que ocurre en la vida es siempre un poco más grande y un poco más imprevisible; también me enseñaron que sobre un mismo drama puede haber cinco o seis salidas jurídicas, respuestas técnicas como dicen ustedes, y todas muy bien fundamentadas.
—Pero en algún momento hay una que se impone.
—Por supuesto, en algún momento hay una que se impone; entonces la pregunta que viene de cajón es la siguiente: si todas las respuestas están muy bien fundadas, ¿sobre la base de qué criterios se toma una decisión?
—Sobre la base de lo que decidan los jueces.
—Eso y no decir nada es más o menos lo mismo.
—¿Y entonces?
—Entonces, que no hay más que una respuesta: el criterio de verdad lo impone el poder y lo impone de acuerdo a las relaciones de fuerzas de cada momento histórico.
—¿Siempre es así?
—Yo establecería una relación proporcional: cuando más poderosa es la persona juzgada más gravita la cuestión del poder; ahora si se trata de juzgar a un punga o a un ladrón de gallinas, es probable que las cuestiones técnicas graviten más, pero en todos los casos la relación entre técnica y poder existen.
—No sé qué tiene que ver esto con la libertad de la compañera Cristina.
—Muy sencillo. Que si tu compañera no está presa no es por los informes técnicos sino por la batalla que se libra en torno al poder. Seamos claros, si “La que te dije” todavía no está presa no es porque sea inocente, algo que ni siquiera sus hijos a esta altura del partido se tragan, sino porque el poder la respalda, el poder simbólico, el poder real, el poder del sistema.
—O sea que su libertad no se la debe a su inocencia o a los seguidores de la causa nacional y popular.
—Para nada; está libre porque es poderosa, o por lo menos es lo que pretende ser; por el diez por ciento de las acusaciones que pesan en su contra un ciudadano normal estaría preso hace rato.
—No comparto -concluye José.