Las apabullantes lecciones de la semana

Amado Boudou, brindando una clase magistral en una facultad de la Universidad Nacional de la Plata; una clase alrededor de las nuevas modalidades de la dominación imperialista en América Latina constituye el episodio político más aleccionador de la semana y una sorpresiva y reveladora moraleja acerca del estado político del actual debate ideológico.

Que este señor, evaluado incluso por los árbitros más benignos y comprensivos como un arquetipo de aventurero social y procesado por ladrón, dé lecciones de antiimperialismo en la universidad fundada por Joaquín V. González es una prueba concluyente -de alguna manera devastadora- de que el debate derecha-izquierda ha perdido actualidad teórica, pero sobre todo respetabilidad política.

Es verdad que en los ámbitos académicos polemizar acerca de las posibilidades históricas del debate derecha-izquierda sigue teniendo actualidad teórica, pero en términos estrictamente políticos no deja de ser sintomático y aleccionador que sea Boudou quien zanje estos dilemas por el peor de los caminos, es decir por el de los andurriales de la banalización. O, en términos discepolianos, por la ciénaga del cambalache, el lugar donde todo da lo mismo, porque lo que se impone es la burla, la estafa, pero por sobre todas las cosas, lo anodino y lo irrelevante.

Y si algunas dudas quedaban flotando en el aire del siglo XXI acerca del anacronismo de ciertas consignas y de ciertas interpretaciones de la realidad social, esas dudas concluyó por disiparlas el señor Boudou presentándose como un sedicente abanderado de la causa antiimperialista, algo desopilante y estrafalario, pero al mismo tiempo conmovedoramente real, en tanto no le faltaron aplausos y respaldos institucionales, reacciones asombrosas que obligan a interrogarse acerca de la identidad y subjetividad de quienes en nombre de causas que merecen cierta respetabilidad, instalan como maestro de juventudes al señor Boudou, en la misma universidad cuyos estudiantes protagonizaron -incluso con anticipación- las jornadas reformistas que tuvieron como epicentro a Córdoba, la universidad que contó con guías políticos de la talla de Alfredo Palacios o Julio González, la universidad cuyo movimiento estudiantil resistió a dictadores y demagogos de todo pelaje, y que ahora irrumpe en el siglo XXI brindando tribunas a un vivillo con la tranquilidad de conciencia de quienes con ese gesto suponen que están realizando un aporte sustantivo a la causa de la liberación de los pueblos.

Que toda esta comedia se haya realizado en una facultad que dice enseñar periodismo, es otro de los escándalos espirituales de los tiempos que corren, sobre todo porque se trata de la misma facultad que otorgó honores y distinciones a personajes cuya relación con la prensa fue la agresión, la censura y la intolerancia. Y todo ello respaldado por las virtudes de la autonomía académica, cuyos personeros en el fondo la detestan como principio, como detestan todo aquello que tenga que ver con la libertad.

No es necesario forzar la imaginación para ubicar en la misma línea la visita de la Señora a Ecuador para recibir distinciones de parte del amo populista de ese desdichado país. A miles de kilómetros de Buenos Aires, la Señora nos brindó una de sus habituales clases -ya estábamos a punto de olvidar esa deliciosa costumbre- acerca de los males que agobian a la Argentina. En la ocasión, la Señora no tuvo empacho en referirse a la inflación y a la pobreza, auténticas novedades verbales de su parte porque, como todos recordamos, esos temas hasta hace nueve meses estaban prohibidos en el lenguaje oficial, temas cuyos adláteres no vacilaban en calificarlos de maniobras conspirativas y destituyentes de Magnetto.

Como para contribuir a la confusión general, el Observatorio de la Deuda Social Argentina (Odsa) confirmó que la pobreza llega al treinta y dos por ciento de los habitantes y la indigencia supera el seis por ciento, lo que traducido a números más efectivos significa algo así como doce o trece millones de pobres, un porcentaje que revela un pobre cada tres habitantes, ecuación que excede el profético cinco por uno, promesa que alguna vez los argentinos tuvimos la satisfacción de escuchar pronunciada desde los balcones de la Casa Rosada por un señor amigo de Trujillo, Stroessner y Somoza y cuyo apellido designaba calles, pueblos, ciudades y provincias.

No concluye allí el informativo del Odsa. Para zanjar debates innecesarios se advierte que el noventa por ciento de esa pobreza se gestó durante la denominada década ganada, es decir en el mismo país y en el mismo tiempo en el que la Señora y sus secuaces anunciaban que la pobreza apenas llegaba al cinco por ciento y que del tema no era aconsejable hablar porque, según Kicillof significaba una estigmatización, para no mencionar las palabras vomitadas por “el Morsa” Fernández anunciando que en la Argentina la pobreza era inferior a la de Alemania, afirmación que en su momento los periodistas consideraron un chiste, otra de las manifestaciones del proverbial y exquisito sentido de humor del “Morsa”, hasta que la expresión irascible y adusta del caballero los convenció de que nunca había hablado tan en serio.

El informe del Odsa señala que la pobreza también ha crecido durante la gestión de Macri, un dato que hasta la mirada más distraída de la realidad puede apreciar. El debate acerca de si la pobreza crece porque es un resultado inevitable de la herencia recibida que dicho sea de paso- nunca es pasiva sino que continúa actuando sobre la realidad, o si, por el contrario, es la consecuencia previsible de un plan económico orientado a empobrecer y hambrear a las clases populares, está abierto. Más allá de las posiciones legítimas que cada uno sostenga al respecto, hay un principio que no merece subestimarse, un principio que pude parecer obvio pero que traza una gruesa línea divisoria significativa. Me refiero a que mientras el kirchnerismo durante años se ocupó de ocultar estas afirmaciones, el actual gobierno las admite como reales, una admisión que incluye sus propios límites y hace visible sus errores. En síntesis, dos actitudes ante la misma realidad, dos actitudes que definen una posición respecto de la política, la relación con la sociedad y las responsabilidades de los gobernantes.

Aprovechando la tribuna levantada en Ecuador, la Señora pretendió convencernos de que los pobres son responsabilidad exclusiva del señor Macri, ya que, como cualquiera puede apreciarlo, durante su gobierno los pobres no existían, como tampoco existía la tristeza, las desventuras amorosas y el malhumor en la medida que todos -salvo los seguidores de Magnetto- en la Argentina K eran felices.

Entusiasmada por el tenor de sus afirmaciones, la Señora consideró que durante su gobierno los pobres no salían a protestar a las calles, sino que quien llenaba avenidas y plazas con su ruidosa presencia era la clase media y alta, supuestamente ofendida por su manifiesta política de justicia social.

Es verdad que la clase media y alta se movilizó de manera beligerante en su contra, verdad que en lugar de satisfacerla debería preocuparla porque ningún gobierno en la sociedades contemporáneas puede darse el lujo de contar con esa oposición, pero aunque no le guste lo cierto es que los piquetes abundaron, un dato instalado en las calles de manera evidente para todos menos para ella, encerrada en su suerte de torre de marfil.

Admitamos de todos modos de manera provisoria que los líderes piqueteros e incluso sindicales tuvieron con ella una paciencia que Macri desconoce, por la sencilla razón de que no es peronista. Pero si se presta debida atención, esta verdad no hace otra cosa que arrojar una espesa sombra de sospecha sobre dirigentes piqueteros y burócratas sindicales colmados de favores económicos y dedicados a proteger a un gobierno cuya relación con los pobres se expresa en la desoladora y dantesca imagen de villas miseria e indigencia en contraste con el escenario de cajas fuertes atiborradas de dólares, bolsas colmadas de billetes, bóvedas y “militantes” contando fajos en los aguantaderos del poder.

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