Es habitual que en Santa Fe haga calor en octubre. Sin embargo, este año pareciera que los dioses se han conjurado, no para congelarnos pero sí para mantener la temperatura agradable, como si estuviéramos en otoño. No va durar mucho, pero es novedoso. Según Abel, que se jacta de haber viajado por todo el país y el mundo, el calor de Santa Fe es superior al de cualquier parte. Exagerado o no, nadie en la mesa lo contradice.
—¿Hasta cuándo el señor Macri se va a dedicar a sacarle el cuero al gobierno anterior? -se queja José- ya es hora de dar vuelta la página; no se puede gobernar mirando al pasado.
—Te recuerdo -le digo- que los que deciden sobre la corrupción y quién va o no va preso no es Macri sino los jueces.
—Sí, los jueces de Magneto.
—Dios mío -suspira Marcial en voz baja.
—Yo admito -dice Abel- que en algún momento es necesario un punto final a estos temas, pero creo que el momento ideal para bajar el telón sería cuando haya algunas condenas, empezando por “la que te dije” y siguiendo por los miembros destacados de la mesa chica del Calafate.
—Dejen de hacer persecuciones y resuelvan los temas de la pobreza, la inflación y la inseguridad.
—Vos lo que pedís es que Macri resuelva en menos de un año todos los problemas que ustedes crearon en el transcurso de doce, y que, dicho sea de paso, los negaron sistemáticamente. Yo no quiero ser insistente José, pero tus jefes realmente tienen cara de piedra para reclamar por la inflación que crearon, la inseguridad que negaron y la pobreza que taparon.
—Sí, claro, a todos los males de la Argentina los inventamos nosotros.
—No sé si todos, pero casi todos… -refuta Marcial.
—Lo que yo les reconozco es que nunca nadie montó una estructura del robo tan amplia, tan perfecta, tan descarada… y lo hicieron desde siempre. Yo recuerdo lo de los fondos de Santa Cruz. El “compañero Centro Cultural”, como dice un periodista de Magnetto, agarró la plata, no disimuló la sensualidad que le despertaba esa suma de dinero y la metió en una cuenta personal y hasta el día de hoy no se sabe qué fue de esos 600 millones de dólares.
—Es que él no era el gobernador de la provincia de Santa Cruz, era el dueño, el patrón, el jefe, todo menos un gobernador republicano. Me acuerdo que usaban los aviones de la provincia como si fueran propios y así hacían con todo el patrimonio público…
—Y lo más grave -agrega Abel- es que luego trasladaron esas costumbres al orden nacional. Nunca se sintieron presidentes de la Argentina, se creyeron dueños, y así actuaron. Eran los patrones.
—Yo creo que “La que te dije” no entregó el poder a Macri porque consideró que era la dueña de la Casa Rosada y por lo tanto era desalojada por un intruso.
—Al único que hubiera admitido entregarle el poder era a Máximo.
—Ya sabemos -ironiza José- que nosotros somos los malos de la política, pero ¿qué me cuentan de la inseguridad… o a eso también lo inventamos nosotros?
—Ustedes no la inventaron, ustedes la negaron ¿o se olvidan cuando decían que la inseguridad era psicológica?
—Yo lo que digo es que es un problema complejo.
—Chocolate por la noticia.
—Puede que sea complejo -digo- pero se puede arreglar, no es imposible. Lo que hay que tener es la decisión de hacerlo. Les doy un ejemplo. Nueva York con Giuliani. El tema se arregló con la consigna “Tolerancia cero”: Tolerancia cero con los delincuentes a través de una fórmula muy sencilla: los que roban, matan o violan, van en cana y no salen.
—No es fácil.
—Claro que no es fácil, pero algo hay que hacer: y lo que hay que hacer es copiar lo que hicieron en otros lados y dio resultados. Así de sencillo: copiar. Ni siquiera hay que descubrir la pólvora.
—Yo estoy de acuerdo -dice Marcial- no estamos en Suiza para darle tantas ventajas a los delincuentes. A la libertad y las garantías también hay que merecerlas.
—Ésa es una reflexión peligrosa -dice Abel- y además les agrego que en Suiza, ya que dieron ese ejemplo, la policía no deja pasar una, pero claro, es una policía con índices muy bajos de corrupción, una policía bien paga y decidida a combatir a los delincuentes.
—Ya que tocan el tema -dice José- tengamos presente que se hace muy difícil combatir a la delincuencia con una policía corrupta, con una policía que se parece más a un organismo de recaudación mafiosa que a una agencia de seguridad pública.
—Tampoco en nombre de la seguridad y la mano dura se puede meter presos a inocentes.
—En eso yo trataría de ser realista. En la cárcel, no hay presos inocentes, el 99 por ciento -y tal vez más- están porque son ladrones o asesinos. O sea que la situación se presenta al revés: en la actualidad y con el garantismo a la orden del día, el peligro no son los inocentes presos sino los culpables libres.
—Insisto en que las garantías que establece la ley hay que respetarlas.
—De acuerdo, pero el respeto a las garantías incluye que los asesinos estén en libertad, que los violadores entren y salgan, que los secuestradores estén impunes. En definitiva, lo que digo o pregunto es lo siguiente: ¿garantías para los inocentes o garantías para los asesinos?
—Buena pregunta. Pero a eso, agregale para que la balanza esté completa, un sistema carcelario corrupto, jueces sinvergüenzas muchas veces cómplices de los asesinos… no es fácil, no es para nada fácil.
—Basta con eso de que no es fácil, porque con ese argumento resignémonos a ser víctimas de los delincuentes. El tema es complicado pero tiene arreglo. Yo hace un rato me refería a Nueva York; agrego además, que en esa ciudad los índices de delincuencia eran altísimos y los ingresos medios de los habitantes también eran altos, con lo que se demuestra que la pobreza no es la variable exclusiva para medir el delito.
—Yo lo que quiero destacar es que la Argentina es el único país, no sé si en el mundo pero sí en Occidente, donde el garantismo hizo tantos estragos. Acá, solamente se considera que los delincuentes son víctimas del capitalismo y hay que respetarlos…
—Respetarlos, hay que respetarlos, son personas…
—Son personas que han matado, han violado… son personas, pero personas que han cometido delitos bestiales… yo no soy abogado, ni es mi trabajo deliberar sobre las cuestiones jurídicamente técnicas, pero convengamos que un violador o un asesino no son lo mismo que una persona de bien. Y si eso es así, alguna consecuencia jurídica tienen que tener.
—Y la tienen; nadie dice que los delincuentes deben estar libres.
—No sé si nadie lo dice, pero está claro que hoy un delincuente sabe que puede matar o violar y los riesgos que corre son mínimos; de lo que se trata, y eso que lo resuelvan los legisladores, es que sus riesgos crezcan, que no crean que pueden hacer lo que se les da la gana sin pagar las consecuencias.
—Yo no quiero justificar a nadie -digo- pero convengamos que en un país en el cual la presidente, el anterior presidente, los ministros y los jefes políticos roban y se enriquecen como jeques árabes y después no pagan el precio, nadie se debe extrañar que los delincuentes de abajo quieran que con ellos pase algo parecido.
—No comparto -concluye José.