En la cárcel también hay lugar para los ex presidentes

No sé si la anécdota es verídica, pero muy bien puede llegar a serla. El abuelo está con el nieto mirando televisión. El chico anda por los nueve o diez años, el abuelo es un sesentón de estos tiempos que de vez en cuando es convocado por la hija para cuidar al nieto porque los viernes ella y su marido salen a cenar con los amigos. En la televisión se ven las imágenes de Báez, De Vido, López y Cristina Elisabeth declarando en Comodoro Py. Dialogan:

—¿Son funcionarios?

—No Jaimito, no son funcionarios.

—¿Son políticos?

—No Jaimito, no son políticos.

—¿Y entonces qué son abuelo?

—No tengas ninguna duda Jaimito, no son ni funcionarios ni políticos, son delincuentes.

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Cristina Elisabeth a la hora de declarar estuvo muy lejos de la autocalificación de abogada exitosa, elogio que se propinó a sí misma en EE.UU., aunque corresponde advertir que no lo hizo para ponderar sus hasta ahora ignotos conocimientos jurídicos, sino para referirse a sus logros económicos, a la fortuna que iniciaron con su marido valiéndose de una ley de la dictadura militar para desalojar a pobres gentes; consolidaron durante tres presidencias de la Nación, y extendieron los beneficios a sus hijos.

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Un viejo abogado, un amigo y un hombre digno, siempre me decía que en los Tribunales los imputados básicamente se defienden de dos maneras: como inocentes y como culpables. Un poco de calle y un poco de experiencia permite establecer la diferencia. El culpable y el inocente tienen derecho a defenderse, pero los jueces y los ciudadanos tenemos el derecho a establecer las diferencias, sobre todo cuando son tan visibles, tan groseras, diría mi abuela. Dejo a la creatividad de mis lectores distinguir a qué lote pertenecen los reos/as que esta semana desfilaron por Comodoro Py.

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Lo más notable, lo más creativo de Cristina Elisabeth ha sido su estrategia de negar lo obvio, la convicción con la que declara que no es ni amiga ni socia de Báez, una línea de defensa que muy bien podría concluir afirmando, por ejemplo, que nunca estuvo casada con Kirchner. Una afirmación no del todo disparatada sobre todo cuando escuchamos a algunos de sus colaboradores más cercanos decir que el que manejaba la plata y el que era íntimo amigo de Báez era Néstor y no ella quien, como se sabe, sus ocupaciones principales en esos años eran, según opiniones de su propio marido, pintarse como una puerta y gastar en carteras y trapos el equivalente de varios sueldos de un trabajador bien remunerado. También dijo ser una perseguida política, algo así como una suerte de payador acosado en versión Calafate. Maravilloso. Roban, saquean, estafan como vulgares delincuentes y después se escudan en la política o suponen que por haber sido presidentes están habilitados para realizar esas gestiones.

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Convengamos que la relación de los Kirchner con el dinero, con la platita, como dice Cristina Elisabeth con su habitual delicadeza, ha sido complicada, por no decir morbosa. Desde esa imagen testimonial de Néstor abrazado a una caja fuerte en estado de éxtasis, a las adquisiciones de inmuebles, terrenos, depósitos en bancos nacionales y extranjeros, hasta llegar a detalles más personales y si se quiere escabrosos, como la avidez por cobrar su jubilación y la pensión de su marido sabiendo que la ley lo prohíbe expresamente, lo que se destaca con el brillo incandescente de la evidencia es la lujuria de la pareja nacional y popular por el dinero, una avidez que se confunde con la pulsión que no reconoce ni controles ni límites.

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—¿Y por qué Cristina Elisabeth no está presa abuelito? -pregunta el nieto.

—Porque aunque ella nunca haya creído en estas cosas de derechos y libertades, en este país hay garantías, la presunción de inocencia existe y la Justicia se toma sus tiempos.

Ahora bien, las garantías no son, no deben ser, coartadas para ladrones; la presunción de inocencia cede ante las pruebas concluyentes y un juicio no puede durar toda la vida. Se dice que no ayuda a la imagen del país que una ex presidente esté entre rejas. La afirmación es más una excusa de impunidad que otra cosa. Hay buenos argumentos para probar exactamente lo contrario, es decir, que la mejor imagen que debe dar un país al mundo es que puede establecer, en nombre de la igualdad ante la ley y en rechazo a todo tipo de impunidad y privilegio, que está permitido y hasta es deseable poner entre rejas a una ladrona cuya responsabilidad institucional más que una eximición de culpa debería ser un agravante.

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Más de un dirigente sostiene que lo que se impone en este tema es algo así como un “Nunca más a la corrupción”. No me parece mal. Y la asociación en este caso con el régimen militar es inevitable. Para poner punto final a los cuartelazos militares fue necesario un Nunca Más y que sus principales gestores terminaran entre rejas. Claro, para ser justos deberían haber ido a la cárcel desde Uriburu, y todos los golpistas que se sucedieron hasta 1976, pero como ya se sabe que todo no se puede, no estuvo mal que los responsables de la última asonada hayan pagado por todos y que nunca más los entorchados se dediquen al inspirado oficio del fragote. Pues bien, algo parecido hay que hacer con los gobiernos descaradamente corruptos que nos asolaron en los últimos veinticinco años: el menemismo y el kirchnerismo, las dos versiones del peronismo deberían pagar por sus delitos por la sencilla y bíblica razón que los delincuentes deben ir a la cárcel, con el añadido en este caso que la lección se impone para las futuras generaciones y, sobre todo, para los futuros dirigentes, para que sean de aquí en más que si bien no están obligados a ser santos -Dios me libre y me guarde- tampoco están obligados a saquear los recursos nacionales y enriquecerse como jeques árabes con la paz de conciencia que les da la impunidad y el argumento, tan funcional a la corrupción de todos los tiempos, que afirma que no queda bien para la imagen nacional que los presidentes y ministros terminen en un calabozo.

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En las filas del gobierno no hay acuerdo sobre qué actitud asumir ante el destino de Cristina Elisabeth. Desde la especulación política descarnada y algo cínica se sostiene que lo más aconsejable es que siga en libertad y si es posible que se presente como candidata en las próximas elecciones, candidatura que como mis sagaces lectores habrán advertido es lo que más le conviene al gobierno porque divide al peronismo y le permite al oficialismo polarizar con quien a esta altura del partido es una reconocida piantavotos. La otra versión es que para bien de la moral pública debe ir presa y el gobierno está obligado en nombre de la moral y las buenas costumbres alentar ese objetivo. En los últimos días, algunos políticos y analistas le reprocharon a Macri mantenerse neutral en el tema, es decir, sostener que el gobierno no interferirá en la justicia. ¿Está mal? No lo creo, es más, supongo que es lo que debe hacer un gobierno que pretende estar a la altura de los valores republicanos. No se trata de ser ingenuo ni de chuparse el dedo, ni de desconocer que la independencia de los poderes es tan real como relativa, pero no me parece mal que en este país intoxicado de populismo, discrecionalidad y atropellos institucionales el gobierno decida mantenerse neutral en un tema espinoso y controvertido.

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En la misma línea republicana, no me parece mal que el Congreso haya decidido poner punto final a los súper poderes, a esa atribución extrainstitucional que disfrutó el kirchnerismo y también el menemismo, y gracias a la cual no sólo pudieron gobernar a su antojo sino que la canonjía les permitió corromper y corromperse. Como nadie nació ayer, no se me escapa que los peronistas, los mismos que súbitamente descubrieron las virtudes republicanas y los méritos del control, son los mismos que hasta diciembre del año pasado votaban disciplinadamente los súper poderes, pero más allá de ese detalle, las prácticas republicanas hay que iniciarlas de una buena vez, aunque en este caso se sepa que quienes las votan no tienen nada que ver con ellas y que si mañana retornaran al poder volverían a conceder súper poderes con el mismo entusiasmo con que ahora los niegan.

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