Donald Trump presidente

Ganó el “malo” de la película y nos tendremos que acostumbrar a su cara, a sus modales y a su jopo. Tal vez a algo peor. Su victoria se veía venir, pero se suponía que las mujeres y los latinos iban a dar vuelta las tendencias. Pues bien, se supuso mal: las mujeres mayoritariamente votaron por Trump, por el personaje violento, machista y coleccionista de amantes de todo pelaje; los latinos también se inclinaron por el hombre que propuso levantar un muro en México, que acusó a los latinos de borrachos, camorreros y vagos. Se inclinaron a su manera: votándolo o, sencillamente, no yendo a votar bajo el prejuicio de que ellos no se meten en política, motivo por el cual ahora la política se meterá con ellos y cuando lleguen las malas noticias, a llorar a la iglesia.

El otro apoyo decisivo a Trump fue el de la gloriosa clase obrera norteamericana, la clase social que alguna vez un señor que respondía al nombre de Carlos Marx predijo que estaba llamada a liberarse a ella misma y a liberar al resto de la humanidad. Pues bien, ahora eligieron como salvador a un magnate multimillonario que promete luchar contra los estragos del libre comercio y la globalización y a la imagen del obrero pujante del realismo socialista opone la estampa del cowboy que, como el personaje de la “Historia universal de la infamia”, se jacta de sus víctimas en ardientes duelos bajo el sol, “sin contar negros y mexicanos”. Como dice el bolero: ojalá que te vaya bonito.

La derrotada de la jornada sin duda que es doña Hillary. Se dice que los votantes no le perdonaron los e-mails y que sea una funcionaria política a tiempo completo. Raro. A ella se la condena por los e-mails y a Trump le dejan pasar groserías, amenazas, insultos e incluso ignorancia. Raro. Raro pero previsible. Hillary se dedica full time a la política desde hace más de cuarenta años. ¿Está mal? ¿Qué pretenden que haga una política sino es política con todas las luces y las sombras que tiene esa actividad? Se dice que no fue una buena candidata. No lo sé. ¿Sanders era un buen candidato? Seguramente para los progresistas y la izquierda, ¿pero alguien cree en serio que en este Estados Unidos real un candidato de izquierda pueda ganar las elecciones?

Además, el candidato con retórica de izquierda ya estaba en la cancha. Se llama Trump, Donald Trump. Una retórica populista a la cual la izquierda no le hace asco; un candidato que dice enfrentar al establishment y la concentración económica y política del poder; un candidato que critica los estragos de la globalización y el libre comercio. Está bien, está bien; no es de izquierda, lo que dije fue una boutade, pero admitan conmigo que algunos vasos comunicantes están dando vuelta; sobre todo con esa izquierda populista, nacionalista y antisistema cuyos exponentes locales son por ejemplo los señores Esteche, D’Elía y el Che Boudou. Además, repito, Trump no será de izquierda pero la clase obrera lo votó alegremente. Pobre Marx. Además, nació el 14 de junio; el mismo día que nació un médico argentino llamado Ernesto Guevara Lynch de la Serna, ¡Oh ironía de dioses juguetones y caprichosos!

Hay otro derrotado en estos días cuyo nombre no se puede omitir por más simpatías que nos despierte. Es morocho, simpático, buen mozo, tiene una esposa encantadora e inteligente y se llama Barack Obama. Ella, Michelle, y algunos están animándose a decir que puede ser la candidata demócrata para las próximas elecciones. Ilusiones para el futuro. Por lo pronto, pareciera que el voto a Trump es un voto castigo contra Obama. Insisto: habrá que analizar esta hipótesis con más tiempo, pero está claro que si la gestión de Obama hubiera sido brillante la ganadora de las elecciones habría sido Hillary.

De todos modos no exageremos. Trump ganó y será el nuevo presidente, pero la mitad de la población le votó en contra. Un amigo afligido me llamó por teléfono para decirme que Hitler acababa de ganar en EE.UU. Esa manía de las comparaciones históricas. EE.UU. de 2016 no tiene nada que ver con la Alemania de 1933. Hitler en poco tiempo concentró el poder y organizó la dictadura nacional socialista; no me lo imagino a Trump haciendo algo parecido. De todos modos, y en homenaje a la memoria, recuerdo que en 1933 Natalio Botana, director del diario Crítica, el día que ganó Hitler escribió de puño y letra el titular de esa edición: “Un loco acaba de ganar las elecciones en Alemania. Peligra la paz del mundo”. Como se dice en estos casos, “cualquier relación con la realidad es pura coincidencia”.

El poder administrativo y estatal es muy fuerte en EE.UU. para que alguien pueda proponerse hacer lo que se le da la gana. Trump, en ese sentido, no escapará a ciertas reglas de hierro de la política, sobre todo aquella que postula que a medida que un político se acerca al poder modera sus discursos. Algo va a cambiar en EE.UU. con Trump, pero algo, no mucho. Apuesto -y como en toda apuesta puedo perder- que no va a levantar muros, que no va a salir a perseguir musulmanes y ni a mexicanos y que no va a aconsejar que las mujeres pasen al estado de esclavitud. Con Trump adquirirán ciertos niveles de legitimidad el racismo, el sexismo y unos cuantos ismos, pero nada del otro mundo, nada que los norteamericanos no conozcan. Su discurso después de la victoria ya fue un discurso moderado, tan moderado que hasta se animó a calificar a Hillary de héroe nacional.

Vamos a ver. Escribo esta nota sobre caliente, la escribo el miércoles a la mañana, temprano, cuando todavía los republicanos están festejando en las calles y los demócratas no terminaron de secarse las lágrimas. Lo único seguro, por lo tanto, es que Donald Trump ganó y Hillary Clinton perdió. Los norteamericanos deberán esperar para el futuro que una mujer sea presidente. Hillary lo intentó dos veces y perdió. Todos afirman que era una mala candidata. Yo no estoy tan seguro. Su candidatura no salió a dedo ni ella era una desconocida. Ganó las internas demócratas y demostró oficio, cultura y corrección política. Mala suerte para ella. Mala suerte, porque lo que precisamente a los americanos se les ocurrió en estas elecciones fue impugnar la corrección política, la gran consigna, el gran dogma derrotado en estas elecciones.

Los diarios, los canales de televisión, los analistas políticos, la progresía liberal y los principales luminarias de Hollywood, también fueron derrotados. ¿Estaban equivocados? No lo creo, pero si en las elecciones hay ganadores y perdedores a los progresistas les tocó perder. La corrección política dicho sea de paso viene de tumbo en tumbo desde hace rato. Primero en el Reino Unido con el brexit, después en Colombia, donde todos los presidentes correctos del mundo incluido el compañero Papa apostaron a la fórmula perdedora. Y ahora Trump. El presidente Macri no debe entender nada de nada. Sobre todo porque no da pie con bola en eso de comportarse correctamente. Apoyó a Dilma Rousseff y así le fue; en Cartagena se vistió de blanco como el personaje de “Crónica de una muerte anunciada” y tampoco le fue bien; apostó a Hillary, y ahora deberá apelar a sus relaciones personales con Trump para remontar el resbalón; algo no muy difícil de hacer porque todos los presidentes del mundo, menos Putin, en estas elecciones apostaron por Hillary.

Habrá que ver cómo impacta esta elección en la Argentina. En principio, en la Casa Blanca, nadie pierde el sueño por lo que pase en estos pagos, pero lo que sí puede afirmarse es que la victoria de Trump si bien no es una tragedia, no es objetivamente una buena noticia para el gobierno de Macri. Habrá que ver. Estados Unidos es el imperio, su presencia en el mundo es insoslayable y por lo tanto no podrá eludir esos compromisos. Trump privilegió la resolución de los conflictos internos en un país donde una persona sabe que si nació pobre tiene un noventa y ocho por ciento de probabilidades de morir pobre. Genéricamente, Trump ha hablado en contra de la globalización, pero pronto aprenderá, si es que ya no lo sabe, que no se puede ir en contra de la ley de gravedad. La globalización aunque a Trump no le guste y a los racistas del Mississippi les fastidie, ha venido para quedarse. Podrán protestar, podrán enfadarse, podrán ganar elecciones, pero enojarse con la globalización es como enojarse porque después del domingo llega el lunes.

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