Cuando los argentinos estafamos a Belgrano

La primera vez me lo dijo en la escuela mi maestra y luego lo leí en el Billiken: después de la victoria de Tucumán y Salta, la Asamblea del año XIII lo premió a Belgrano con una suma de cuarenta mil pesos que el prócer de ojos celestes y conmovedora austeridad donó para que se crearan cuatro escuelas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Allí concluía el relato, con una moraleja humanista aleccionadora. Después se cambiaba de conversación, se daba por entendido que las escuelas se crearon o, por lo menos, alcanzaba con el gesto. La pedagogía escolar no pretendía ir más allá.

Muchos años después nos enteramos de que las escuelas no se crearon, que Belgrano jamás se dio el gusto de ver con sus propios ojos la iniciativa que alentó con tanta generosidad porque murió en 1820 y para esa fecha de las escuelas proyectadas en 1813 no había ni rastros. Pobre Belgrano. Donó una fortuna de 40.000 pesos para que construyeran escuelas y no sólo nada se hizo sino que él murió en la más absoluta pobreza y soledad, atendido por su hermana que, según se cuenta, tuvo que vender su reloj para pagarle al médico. Problemas y dramas de próceres que no se propusieron ser exitosos y que estuvieron más preocupados en hacer patria que en acumular fortunas.

Pero regresemos a la historia. La Asamblea del año XIII decidió a través de un decreto redactado el 8 de marzo de ese año destinar los célebres 40.000 pesos y un sable labrado en oro a Belgrano. Primera pregunta: ¿Por qué ese premio monetario en un momento en que al gobierno no le sobraba la plata sino todo lo contrario? Segunda pregunta: ¿Esa plata era destinada al bolsillo de Belgrano para que la gastara en lo que se le diera la gana o era para -por ejemplo- equipar al ejército?

No encuentro respuestas creíbles a estos interrogantes. Un estímulo monetario personal no me resulta creíble y hasta me parece criticable; además, no tengo noticias de que antes o después se haya hecho algo parecido. No eran monedas las que se entregaban. Según los entendidos se trataba de una fortuna para la época, algo así como el cuatro por ciento de las exportaciones del país, un cálculo tal vez arbitrario pero indicativo de que en principio no se trataba de dinerillos. Belgrano, por lo pronto estuvo a la altura de su fama. La plata y el sable fueron destinados a fundar escuelas.

En Jujuy, el 25 de mayo de 1813, ordenó la redacción de un decreto de veintidós artículos en el que se regula y se definen los medios y los fines del proyecto. Allí se habla de las escuelas, de sus fines educativos, de los sueldos que les corresponden a los maestros y de dónde obtenerlos, de las responsabilidades de los ayuntamientos y hay un particular énfasis en el rol que le compete a la educación católica. Belgrano, se sabe, era muy católico y en todo momento tiene presente lo que considera los beneficios de una educación fundada en la fe. En este caso, llama la atención su preocupación para que los chicos se eduquen de acuerdo con los principios del catecismo de Gabriel Astete, un sacerdote del siglo XVI, asistan a misa, se confiesen y honren las festividades religiosas.

El decreto incluye entre otras consideraciones los horarios de clases, los días lectivos, las tareas a realizar los fines de semana y los objetivos patrióticos. El artículo 18 es particularmente aleccionador: “El maestro procurará con su conducta y en todas sus expresiones y modos inspirar en sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimiento de honor, amor a la verdad y las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, desapego al interés, desprecio de todo lo que sea propensión al lujo en el comer vestir y demás necesidades de la vida y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al bien privado y estimar en más la calidad de americano que la de extranjero”.

Después no vinieron tiempos buenos para la patria en ciernes. A las derrotas militares de Vilcapugio y Ayohuma se sumó el retorno de Fernando VII al trono, la disolución de la Asamblea y el Triunvirato y las primeras escaramuzas de la guerra civil que en poco tiempo habrá de incendiar el Litoral. Meses después de la donación, Belgrano entregó la jefatura del Ejército del Norte a San Martín.

¿Y las escuelas? Ni noticias. A la plata nadie la vio. Se dijo que quedaba depositada en la provincia de Buenos Aires. Bien y gracias. En 1822 los gobernadores de las provincias favorecidas con estas escuelas protestaron ante Rivadavia, pero no les llevaron el apunte. Recién en 1825 se creará una escuela en Jujuy que sólo va a funcionar hasta 1828. Belgrano a todo esto hacía rato que estaba muerto.

No terminaron allí las gestiones. En 1833 el gobernador Juan Antonio Balcarce admite que el Banco de la provincia de Buenos Aires tiene una deuda con este proyecto que ya lleva veinte años durmiendo el sueño de los justos. Después llega Rosas y con el Restaurador nadie iba a seguir jodiendo con escuelitas y esas preocupaciones propias de salvajes unitarios. Hay que esperar hasta 1858 para que el gran Amadeo Jacques, el sabio francés inmortalizado por Miguel Cané en “Juvenilia”, reclame ese dinero para Tucumán. ¡Para qué lo habrá hecho! El gobierno de Buenos Aires a través de sus voceros y su prensa adicta le dio por el pelo y por la barba. Recién en 1870 Buenos Aires se digna a reconocer la deuda, pero advierte que lamentablemente el dinero no está disponible. A todo esto el proyecto de Belgrano está a punto de cumplir sesenta años y si te he visto no me acuerdo.

Paciencia porque esta historia, que ya se parece a un culebrón, recién recorre sus primeros tramos. En 1947, Perón y Evita ponen la piedra fundacional de la escuela en Tarija que a todo esto ya es desde hace rato territorio de Bolivia. La piedra inaugural quiere decir algo pero no mucho, porque la escuela recién se va a crear en 1974; o sea, a 160 años del proyecto original.

En 1976 el general Antonio Bussi promete que va a juntar la plata para construir la escuela. En 1981 se coloca la piedra fundacional y se habla de un terreno disponible en calle La Rioja al 600. La escuela recién se construirá en 1997 una fecha no muy diferente a la que se construye una escuela con los mismos objetivos en Santiago del Estero. En 2004 concluye este periplo. Ese año en la localidad de Jujuy el ministro Daniel Filmus, con la presencia aleccionadora y testimonial del Morsa Fernández, inaugura la última escuela, la 452, bautizada Legado Belgraniano.

Hasta acá los detalles históricos de un periplo que como se dijera en su momento, transforma a Franz Kafka en un previsible y bucólico escritor costumbrista. Un debate paralelo a este vía crucis patriótico es el de la plata. ¿Que pasó? ¿Qué se hizo? ¿Dónde se fue? En principio digamos que era mucha plata, pero además por disposición del gobierno de entonces se dijo que ese dinero debía rendir un interés. Pues bien, suponiendo que, tal como dijeron los peritos, la suma fuera en aquel momento de algo así como cuatro millones de pesos, atendiendo a los doscientos tres años transcurridos y con una módica tasa de interés, la plata que el gobierno argentino le debe a Belgrano suma más o menos ciento treinta y tres billones, ciento veintiún mil doscientos ochenta y un mil millones doscientos cincuenta y siete mil cuatrocientos treinta y ocho pesos. Como se dice en estos casos, si a Belgrano se le ocurriera reclamar esa plata estamos en el horno. Menos mal que se trata de Belgrano y que el pobre -ya lo demostró mientras vivía- a los argentinos siempre estuvo dispuesto a bancarnos todas, sin importarle que lo hayamos estafado en uno de sus proyectos más queridos.

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