Daniel Ortega fue elegido por tercera vez consecutiva presidente de Nicaragua. Obtuvo más del setenta por ciento de los votos y su compañera de fórmula es su esposa Rosario Murillo, con lo que se verifica una vez más que el populismo en la Argentina o en cualquier parte del mundo es idéntico a sí mismo, incluso hasta en los detalles de alcoba.
Cualquiera sabe que cuando un candidato saca más del setenta por ciento de los votos es porque algo anda mal en términos democráticos. Esta experiencia en Latinoamérica la aprendimos con Stroessner en Paraguay, Trujillo en República Dominicana y Somoza en Nicaragua, quien también convocaba a elecciones y obtenía resultados parecidos, incluido el coro cortesano de lo que se denomina los “partidos zancudos”, es decir partidos parásitos del régimen cuya presencia adocenada y sumisa sólo sirve para legitimar el poder del déspota.
En estas elecciones Ortega recuperó para la tribuna el discurso antiimperialista, algo que en los últimos años había colocado en un discreto segundo lugar porque lo que predominaba eran las monsergas dulzonas, místicas y narcisistas de Rosario Murillo, para muchos la verdadera titular del poder y la futura presidente de Nicaragua para el próximo período. Pues bien, ahora Ortega empezó a hablar de los “gringos”, de la intromisión imperialista. A no asustarse. Ortega no está atacando la propiedad privada de la cual él y su familia es uno de los principales beneficiarios; mucho menos pretende afectar a empresarios y burgueses, la mayoría de los cuales realizan excelentes negocios bajo su administración, al punto que el ex guerrillero retomó la clásica consigna de Somoza: “Hagan plata señores empresarios que la política la hago yo”.
No es la única coincidencia de Ortega con Somoza. Como el antiguo caudillo bananero, el líder de lo que queda del Frente Sandinista gobierna con toda su familia, es decir con su esposa y su legión de hijos, algunos a cargo de los negocios petroleros, otros controlando los medios de comunicación, las niñas dedicadas a ser árbitras de la moda. El ejercicio del poder incluye el derecho a los caprichos y al delirio. Uno de los hijos considera que es un cantante lírico genial y acondicionó el principal teatro de Managua para sus propios conciertos. Hace unos meses murió un compinche de Ortega dedicado a domesticar y corromper el Congreso. Rosario y Daniel sintieron tanto esa muerte que decidieron vía decreto que un hombre tan valioso como el muerto siguiera presidiendo el Congreso y, por lo tanto, fue designado presidente. ¡Está muerto! Un detalle. Ni a Roa Bastos ni a García Márquez, ni a Asturias se les hubiera ocurrido algo semejante para sus novelas. No se equivoca Ernesto Cardenal cuando dice que el régimen sandinista ha degradado en una versión caribeña de la dictadura coreana.
La relación de Ortega con Rosario también es de película en versión melodrama. La pareja se conoció en 1978 en Caracas y, según cuentan ellos mismos, en el acto quedaron prendados porque Dios ya estaba dentro de ellos. Murillo venía de tres matrimonios con cuatro hijos a cuesta; él combatía en la guerrilla y había pasado unos cuantos años preso. Uno de sus hermanos, Humberto, militaba con él en la guerrilla y fue luego ministro hasta que se pelearon a muerte, mientras su hermano Camilo había caído en combate.
El guerrillero y la poeta se unieron para felicidad de ellos y para desgracia de los sandinistas en principio y de los nicas a continuación. Poco a poco Rosario Murillo fue ganando posiciones de poder. La poeta se transformó en una temible operadora con capacidad para combinar las garras del poder con la poesía y los arrebatos espiritualistas. En 1998 una noticia recorrió el mundo: la hija de Rosario con su primer marido, una chica en ese momento de alrededor de treinta años, denunció que desde los once años fue violada sistemáticamente por Ortega. Según se dice fue el ataque más duro que recibió el heroico comandante y hasta llegó a pensarse que renunciaría a la política e incluso que terminaría entre rejas.
Sin embargo, y contra todos los pronósticos, el hombre salió fortalecido de la crisis. ¿Que pasó? Lo impensable, la madre de Zoiloamérica, la amantísima Rosario no tuvo empacho en acusar a su hija de mentirosa, perversa y ambiciosa. La denuncia no convenció a los más atentos, pero sembró confusión y le permitió a Ortega tomar aire. Finalmente la Justicia decidió considerar que la causa estaba prescripta y a otra cosa mariposa.
No concluyeron allí los escarceos entre romance, política y religión. En 2006, Ortega ganó las elecciones y asumió la presidencia. Esta vez se ocupó de que no le pasara lo mismo que en 1990 cuando Violeta Chamorro le ganó las elecciones y tuvo que peregrinar casi quince años en el llano, peregrinaje que dicho sea de paso fue dulce, porque antes de dejar el poder Ortega y sus compinches saquearon los recursos nacionales, una verdadera orgía de corrupción que se conoció con el nombre de piñata.
Por lo pronto, el hombre se ocupó por mejorar sus relaciones con el mundo empresario y religioso. Abrazos y besos sonoros con su antiguo rival, el empresario Arnoldo Aleman; más abrazos y bendiciones con el cardenal Miguel Obando y Bravo. Nada se hizo gratis por supuesto. Los empresarios nicas, incluidos los somocistas, encontraron luz verde para sus negocios. El acuerdo con la Iglesia Católica merece un capítulo aparte. En 2005 Rosario y Daniel se casaron y el sacerdote que bendijo el matrimonio que hacía treinta años vivía bajo el mismo techo y ya tenía siete hijos, fue Miguel Obando y Bravo. No terminaron allí las concesiones. Ortega se pronunció en contra del aborto, en contra del matrimonio homosexual y en contra de toda investigación científica que habilite la sospecha de manipulación genética o algo parecido. Como frutilla del postre Obando y Bravo fue declarado “prócer de la reconciliación y la paz”. Cosas veredes Sancho. Cuando yo estuve en Nicaragua en 1984, Obando y Bravo estaba colocado a la derecha de Satanás; ahora, con sus primeros noventa años cumplidos, el cardenal emérito se declara amigo personal de la parejita. Maravillas del realismo mágico.
El régimen de dominación de los Ortega reúne todos los requisitos del perfecto populismo latinoamericano: concentración del poder, acumulación de riqueza por parte de sus titulares, clientelismo político y social en un país que compite con Haití en pobreza y retórica mística que a veces se inclina a la izquierda, a veces a la derecha, y en todos los casos se dedica a halagar a Daniel y Rosario.
Sus relaciones con el mundo son muy coherentes. Amigo de Putin, de los ayatolas de Irán, solidarios incondicionales con el chavismo, manifiesta simpatías por la causa nacional y popular del kirchnerismo. Un detalle elocuente de su sensibilidad antiimperialista y popular: el embajador de Nicaragua en Uruguay es Mauricio Gelli. ¿Suena el apellido? Sí, claro, el hijo de Lucio Gelli. También están los negocios faraónicos. El más espectacular es el canal que transformaría al Canal de Panamá en una inocente zanjita. ¿Cómo se financia? No se sabe ¿Quiénes se benefician? No se sabe, pero se sospecha.
Capítulo aparte merecen los viejos sandinistas algunos en el exilio y otros padeciendo las amarguras del exilio interno. Todos coinciden en señalar que la mala de la película, la perversa y siniestra es Rosario, una observación que pareciera liberar de responsabilidades a Daniel, aunque cuando se ocupan de él lo más liviano que le dicen es violador, corrupto y traidor. La comandante Dora Téllez recuerda que siempre fue un mediocre pero con muchas ambiciones de poder; Gioconda Belli afirma que se siente asqueada; algo parecido sostiene el escritor Sergio Ramírez que en algún momento, en los años de la euforia revolucionaria, fue uno de los puntales del sandinismo.
Quejas más, quejas menos, los próximos cinco años Ortega continuará siendo presidente de Nicaragua. El país es pobre, desgraciado y desigual, pero sus cuentas públicas cierran tan bien que Ortega cosechó un impensable aliado: el FMI, quien dictaminó que sus políticas de ajuste son buenísimas. Lo que ya dije: maravillas del realismo mágico.