El líder religioso de la iglesia maronita libanesa, el Patriarca de Antioquía monseñor Bechara Boutros Rai, responsabiliza a Occidente por las guerras en Medio Oriente y afirma que es el colonialismo el autor de las tragedias que se viven en la región. El hambre, las guerras, las persecuciones religiosas, el fanatismo provendrían, según la perspectiva de monseñor, del infame Occidente, conclusión que curiosamente es muy diferente a las que sostienen, con las variaciones del caso, los principales líderes islámicos.
Lo sorprendente de las declaraciones de este religioso, muy vinculado al Papa Francisco, no es tanto lo que dice como lo que calla. Ni una palabra sobre los regímenes despóticos, corruptos y criminales, ni una palabra sobre el fanatismo islámico, tampoco ni una modesta frase sobre las masacres de cristianos perpetradas en nombre de Mahoma. Como se dice en estos casos, con amigos así Occidente no necesita enemigos.
Según Boutros Rai, ha sido el colonialismo occidental el responsable de las desgracias de los cristianos en Medio Oriente. Lo notable del caso es que este obispo no podría dar un ejemplo de soldados ingleses, yanquis o franceses que hayan asesinado en estos tiempos a dirigentes cristianos o al más modesto asistente a misa, pero su Eminencia ni siquiera se atreve a insinuar sobre alguna responsabilidad del fanatismo islámico. Es más, esas dos palabras: “fanatismo islámico”, no parecen estar presentes en su vocabulario. Y al respecto, para curarme de salud sobre presuntas islamofobias: ¿es necesario explicar una vez más las diferencias entre un creyente del Islam y un fanático islámico, entre un hombre de fe y un hombre que asesina en nombre de la fe?
En algún tramo de sus declaraciones, Monseñor menciona a Irak y la intervención norteamericana. Y también en este caso hay un silencio absoluto acerca de la dictadura criminal y genocida de Saddam Hussein. ¿Las atrocidades de Saddam Hussein justifican la intervención norteamericana? Supongo que no, pero una evaluación sobre esa realidad no puede omitir la presencia de un dictador sanguinario y corrupto.
¿Por qué un líder religioso cristiano se expresa en estos términos? Hay posiciones ideológicas asumidas sin duda, pero con todo respeto, observo que en algún punto esas ideologías adquieren el tono de la alienación. El odio o el rechazo a la modernidad occidental conducen a estos escabrosos callejones sin salida. En principio, las posiciones de Boutros Rai no son solitarias, las divagaciones enajenadas de un curita de aldea. Por el contrario, y con los matices del caso, un sector significativo del pensamiento, curiosamente occidental, reproduce estas posiciones.
En el caso cristiano, estas posiciones no dejan de ser paradójicas. En primer lugar, porque en Medio Oriente los cristianos son unas de las principales víctimas del fanatismo islámico. Asimismo, esta afición de líderes católicos por denostar al colonialismo parece olvidar el protagonismo de esta religión en este proceso.
Al respecto, es imposible omitir el rol de líderes religiosos de signo cristiano en la expansión colonialista -la cruz y la espada no sólo funcionó para América- pero asimismo una reflexión histórica responsable no podría excluir los esfuerzos y testimonios de muchos líderes religiosos por humanizar las relaciones sociales, lo cual deja abierto para futuros debates el carácter complejo del fenómeno colonialista, un hecho histórico con sus luces y sombras, pero que en la actualidad es usado como una coartada para justificar la barbarie del terrorismo.
Uno de los argumentos preferidos para disculpar al terrorismo es el de la pobreza de los terroristas, pobreza que sería una consecuencia de la expansión colonialista de los siglos XVIII y XIX. Por este camino, los terroristas, los degolladores de niños, los incendiarios de templos católicos, los mutiladores de clítoris, los asesinos de periodistas, políticos, artistas, devendrían, “en última instancia”, en víctimas de Occidente, en almitas desoladas martirizadas por ese Occidente ateo y materialista.
Los jeques y emires multimillonarios, los príncipes corruptos y viciosos, los monarcas absolutos y dictadores totalitarios, no tienen ninguna culpa por la pobreza de las masas árabes; también están liberados de culpas los líderes religiosos que alientan el fanatismo y reproducen una práctica social que los condena a vivir hundidos en la miseria.
Lo más curioso de todo esto es que la biografía de los terroristas no coincide con este balance desolador que elaboran desde Occidente personajes tan diversos como Thomas Piketty y el Papa Francisco. En esa sugestiva cruzada de la culpa se suman la izquierda y las diversas versiones del populismo. Lo de la izquierda marxista adquiere tonos patéticos, ya que la victoria de “los compañeros terroristas con los que no coincidimos pero hay que entender”, significaría su aniquilación política y física. Notable esta izquierda, para quien la consigna de Marx: la religión es el opio de los pueblos, parece que sólo tiene valor para la Iglesia Católica, porque en el caso del Islam, el fanatismo religioso sería una versión “creativa” de la lucha antiimperialista.
¿Es entonces el terrorismo una consecuencia de la pobreza? Lo será para los prejuicios y las alienaciones, porque las evaluaciones hechas por el Banco Mundial y algunas universidades afirman que más del noventa por ciento de los terroristas que optaron, por ejemplo, por el Estado Islámico, no conocieron un día de pobreza en sus vidas. Por ejemplo, de los cientos sesenta reclutas franceses a la causa del Emirato Islámico, las dos terceras partes pertenecen a las clases medias. Un balance hecho por la Universidad Erasmo de Rotterdam, afirma que menos del dos por ciento de los terroristas son analfabetos.
Las mediciones en ese sentido no dejan lugar a dudas: se trata en todos los casos de personas con estudios secundarios y universitarios. No, no han sido el hambre o la pobreza las causas que han lanzado a estos caballeros a los operativos de terror o a los emprendimientos suicidas. Los que demolieron las Torres Gemelas -unos cuantos años antes de la invasión yanqui a Irak-, el asesino y degollador del director de cine Van Gogh en Holanda, los exterminadores de los periodistas de la revista Charlie Hebdo, el autor del degüello del padre Jacques Hamel, no fueron motivados por cuestiones sociales sino culturales.
Los terroristas, no sólo los islámicos, no eligen ese noble oficio por culpa del hambre. Carlos el Chacal, era hijo de un abogado millonario de Venezuela; Abimael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, era profesor de filosofía y su tesis universitaria fue sobre el pensamiento de Heidegger; Pol Pot, el genocida de Camboya, estudió marxismo en París y su esposa se licenció en literatura inglesa; las Brigadas Rojas de Italia estaban integradas por amorosos chicos de clases media y alta. ¿Alguien puede creer sinceramente que al joven play boy saudita Osama bin Laden fue la pobreza lo que lo lanzó al terrorismo?
Decía que la alienación ideológica conduce a estas posiciones que objetivamente son exculpatorias del terrorismo. No hay otra explicación racional para entender por qué dirigentes de Occidente elaboran coartadas tan “perfectas” para liberar de culpas a los terroristas y, al mismo tiempo, maniatar culturalmente a Occidente para luchar contra enemigos que le han prometido su destrucción.
En ese punto, en esa actitud donde la culpa se combina con la impotencia y cierta complicidad, es que las posiciones actuales de algunos líderes de Occidente mantienen cierta semejanza con el “munichismo” de los años treinta del siglo pasado, es decir, con la decisión de los jefes políticos de Europa para darle luz verde a Hitler con la excusa de no enojarlo o de no precipitar otra guerra. Como en algún momento les dijera Churchill a estos personajes: “Tenían que elegir entre la guerra y el honor; renunciaron al honor, pues bien, tendrán la guerra”.
Esperemos que las opciones contemporáneas no sean tan radicales y trágicas, pero más allá de las diferencias históricas entre una época y otra, la culpa y sobre todo la alienación ideológica no suelen ser buenos consejeros a la hora de defender la libertad en batallas que por definición son siempre complicadas.