Vivir de arriba
No sé si Gustavo Arribas, el actual titular de la AFI es inocente o culpable, pero convengamos que las apariencias y algo más que las apariencias no lo ayudan. Tampoco lo ayudan las declaraciones de Horacio Rodríguez Larreta recurriendo al argumento de que todos somos inocentes hasta tanto se demuestre lo contrario. ¿Pero no es acaso lo que dice la Constitución? Claro, lo dice la Constitución, pero en el ajetreo político cotidiano esa garantía básica orientada a proteger a los ciudadanos se ha transformado en la coartada preferida de los corruptos y sobre todo de los corruptos vinculados al poder. “Se es inocente hasta tanto se demuestre lo contrario”, puesto en boca de un funcionario político, es en el más suave de los casos una obviedad, un lugar común y los lingüistas saben muy bien que los lugares comunes son las trincheras donde se refugia el poder. En tiempos de Illia, sin ir más lejos, este principio se salvó diciendo que cuando en cuestiones públicas se involucra a funcionarios, son ellos los que deben demostrar su inocencia y no al contrario. Se trataba del caso de enriquecimiento ilícito, pero la relación vale para el caso que nos ocupa. Arribas está complicado. Como se recordará, el que tiró la piedra fue el cambista brasileño arrepentido Leonardo Meirelles. Habrá que controlar sus denuncias, pero en principio no creo que lo haya denunciado al actual titular de la AFI para sabotear al gobierno de Macri. Arribas dice que es víctima de una mentira o un error. Si todo está tan claro no sería muy complicado despejar las dudas. Los kirchneristas imputados no lo hacen. ¿Macri es lo mismo? Creo que no. Pero ésta es una excelente ocasión para demostrarlo.
Semillas de maldad
En medio del debate acerca de la imputabilidad de los menores, la Justicia decide que uno de los responsables del asesinato de Brian sea liberado y trasladado a Perú, para que allí pueda seguir robando y matando. Misión cumplida, dirán los garantistas apadrinados por Zaffaroni. Lo que más llama la atención en este caso es la sugestiva celeridad de los jueces en un país en el que se han escrito libros acerca de las virtudes de la lentitud de la Justicia. El tema, lo admito, es complicado y dejo a juristas y legisladores la tarea de hacerse cargo de esa complejidad. Pero, en principio, reclamo una respuesta más o menos clara a la siguiente pregunta: un pibe de quince años que asesina ¿sabe o no lo que está haciendo? Agregaría luego otra pregunta: el principio legal y bíblico “No matar” ¿vale o no vale? Mal debemos andar en estos pagos y en estos tiempos para retornar a preguntas que se suponía que desde los tiempos del Código de Hamurabi estaban resueltas. Se dirá que hay que ubicar el contexto. Chocolate por la noticia. Y pensar que los que dicen semejante obviedad se presentan como creativos y originales. Nada de lo que pasa en este mundo ocurre al margen de un contexto. El Código Penal atendiendo a este principio establece graduaciones, atenuantes, pero ninguno de estos matices logra disimular lo que importa: matar es un delito y el crimen se paga. La imputación no es para todos los argentinos; es exclusivamente a los que matan, a los que asesinan. La cárcel no resucita al muerto, se ufanan los amigos de Zaffaroni. El argumento se presenta con algo de mala fe, algo de cinismo y una alta cuota de alienación ideológica. ¿Adónde quieren llegar? Si la cárcel no resucita al muerto y pretendemos ser lógicos hasta las últimas consecuencias, procedamos a reclamar por la libertad de todos los asesinos. Se dirá que a los jóvenes hay que contenerlos, entenderlos, comprenderlos, ayudarlos. Totalmente de acuerdo. Y es más, diría que el mismo principio vale para todas las personas. ¿O acaso a los mayores no hay que comprenderlos, ayudarlos y entenderlos? Hasta un límite, por supuesto. Como todas las cosas en esta vida. Podemos comprender, entender, pero el que asesina va preso. El Papa Wojtyla perdonó a su agresor, pero Alí Agca siguió entre rejas. Después veremos cómo se reintegran, después discutiremos si existen instituciones y funcionarios capacitados. Pero lo que está fuera de discusión es que el crimen paga. Lo reclama la ley, el mandato religioso para los creyentes, lo reclama la convivencia social, lo reclaman las víctimas, las personas que habitualmente en estos debates son las que no suelen ser tenidas en cuenta.
Manteros y otras yerbas
Los manteros. Un conflicto que pone en evidencia las complejidades que agobian a la sociedad y a los gobiernos. El rasgo más destacado del conflicto es que todos parecen tener razón pero al mismo tiempo sus intereses están en contradicción. En la superficie del fenómeno, vemos a gente pobre que trata de ganarse la vida como puede. También los comerciantes establecidos tienen razón cuando afirman que ellos pagan impuestos, sueldos, alquileres y servicios para que otro tipo se instale prácticamente en su puerta a vender lo mismo. Y al Estado no le falta razón cuando afirma que el espacio público debe ser protegido. Hasta aquí un recorrido sobre la superficie del tema, porque ni bien prestamos atención a lo que sucede aparecen otras cuestiones que no son menores y en algún punto decisivas. Los pobres existen, pero también existen las mafias que viven de los pobres. Mayoristas que explotan mano de obra semiesclava; facinerosos que extorsionan. ¿Qué debe hacer el Estado en este caso? ¿Reprimir a los que venden mercadería trucha y robada? Es probable, pero no alcanza. No pertenezco al bando de los que creen que no debe haber represión, pero tampoco formo fila del lado de los que suponen que todo se arregla con represión. ¿Hizo bien o hizo mal el gobierno? Creo que intentó hacer las cosas de la mejor manera posible. Está tratando de recuperar la calle, pero el mundo de los pobres es un mundo cruel, impiadoso, trágico a veces, injusto casi siempre. El hampa tiene sus leyes y allí no hay derechos ni garantías ni compasión; los explotadores vienen de abajo, se forjaron en la mugre y se abrieron paso asesinando, oprimiendo y saqueando. Detrás del pobre vendedor callejero o de la pobre mujer hay mucho dolor, mucha suciedad, a veces mucha humillación y sangre. No es fácil. Los ricos de Cambiemos están intentando hacer lo que los multimillonarios y saqueadores del kirchnerismo no sólo no hicieron sino que en más de un caso fueron cómplices y verdugos.
Pampa gringa
La pampa gringa, la región evocada por Pedroni y registrada en ese excelente libro escrito por Ezequiel Gallo, está otra vez inundada. Los tamberos, los sembradores de maíz, soja y alfalfa están arruinados o con serios problemas económicos. En un año, dos inundaciones es demasiado. Incluso para nuestra aguerrida pampa gringa donde la cultura del trabajo es un emblema, un orgullo y una actitud de vida. Se dice que nada se puede hacer ante las agresiones de la naturaleza. No estoy tan de acuerdo. En 2007, me decía un colega, llovieron 500 milímetros en dos días y efectivamente se produjo un desastre. Diez años después llueven 500 milímetros a lo largo de casi un mes y el desastre es el mismo. No es por ser pesimista, pero ese dato exclusivo nos dice que en lugar de mejorar hemos empeorado. Liberemos de culpas a San Pedro y preguntemos qué culpas hay en el orden público. Los perjudicados por el desastre no vacilan en responsabilizar a los gobiernos de por lo menos los últimos veinte años por no hacer las obras necesarias para impedir o atenuar los estragos: ni los gobiernos peronistas ni los gobiernos socialistas. Por lo menos es lo que dicen. ¿Y el gobierno nacional? También cae en la volteada. Otra vez los grandes dilemas sin resoluciones aparentes. Hay plata para los piqueteros, los manteros y los jerarcas sindicales, pero no hay plata para quienes en la Argentina son casi un paradigma de la cultura del trabajo.