—Según las mediciones, el ausentismo docente en la provincia de Buenos Aires es de alrededor del 17 por ciento -comenta Abel.
—En el tren de recordar mediciones, habría que agregar que por cada puesto hay desde cuatro a cinco docentes…
—La resurrección del cinco por uno -comenta Marcial en voz baja.
—No sé adónde quieren llegar -exclama José-, conquistas nobles de los trabajadores que se lograron a través de largas luchas se quieren borrar de un plumazo.
—Yo lo único que pretendo de los trabajadores, y muy en particular de los maestros, es que trabajen… No sé si es mucho pedir.
—Nadie se opone a trabajar… -balbucea José.
—Gracias por la aclaración.
—Nadie se opone a trabajar. Lo que se discute -insiste José- es en qué condiciones se trabaja.
—Acerca de las condiciones de trabajo -digo- te recuerdo las palabras de la compañera Cristina Elisabeth: tres meses de vacaciones, estabilidad laboral, vacaciones en julio, cuatro horas de trabajo diarias…
—Ustedes no saben lo que es estar frente a un grado -reprocha José.
—Y tal como se presentan las cosas, daría la impresión de que más de un maestro tampoco lo sabe…
—Yo lo que digo -anuncia Marcial con un suspiro- es que con un 17 por ciento de ausencia no hay empresa que aguante. En el mundo privado, ese nivel de ausencia significaría la quiebra de cualquier empresa.
—De cualquier empresa menos las estatales…
—Una empresa privada tiene objetivos de ganancias, mientras que la educación pública no se sostiene con esos objetivos -aclara José.
—Todo lo que quieras, pero eso no autoriza un déficit cada vez mayor, con maestros cuya vocación decisiva parece ser la huelga.
—El argumento que sostiene que las actividades estatales no tienen objetivos de ganancias, y por lo tanto pueden perder toda la plata del mundo, más que gracioso me resulta patético.
—Es raro -dice Abel- para no ir a trabajar recurren a la coartada de los “derechos”, pero después le reclaman al gobierno como si fuera un patrón privado. Dicho con otras palabras -amplía Marcial- para vivir de arriba son estatistas, pero para reclamar pagos son privatistas.
—No jodan con los sueldos de los trabajadores; ganan una miseria…
—Podrían ganar más, pero no creo que ganen una miseria. El promedio de sueldos supera los quince mil pesos y en algunos casos más.
—Lo terrible de todo esto es que la escuela privada está superando en todos los terrenos a la escuela pública…
—Tal como se presentan las cosas, es lo más previsible… Los padres quieren que sus hijos vayan a clases, quieren que sus hijos tengan una sola maestra en el año y no tres o cuatro, porque las niñas se la pasan de licencia en licencia.
—Yo no metería a todas las maestras en la misma bolsa -digo-, hay maestras que trabajan y trabajan en serio…
—Que lo demuestren y yo las aplaudo -confirma Abel.
—Yo voy a los números -dice Marcial-, las licencias son un escándalo. Y a las pruebas me remito: 17 por ciento de faltas, mientras que en la escuela privada sólo es del cinco por ciento.
—Vos lo que querés es una escuela sin sindicatos…
—Y… tal como se presentan las cosas, me atrevería a decir que esos sindicatos docentes en vez de ser una solución son un problema… y a las pruebas me remito: están en contra del presentismo, están en contra de la evaluación a los maestros, están en contra de la evaluación de rendimiento de los chicos… están en contra de ir a trabajar.
—Eso último corre por tu cuenta.
—Ponele, pero todo lo demás es cierto.
—Insisto en los maestros con vocación…
—Sé que los hay, pero tampoco exageremos. Este sindicalismo faccioso, arribista, irresponsable ha creado un clima favorable al “Viva la Pepa”, a no trabajar. Yo reitero lo que ya dije en otros momentos: hay un divorcio entre sindicalistas y maestros, pero también hay una complicidad. Divorcio entre maestros responsables y sindicalistas irresponsables; pero complicidad entre sindicalistas que creen que con sus huelgas favorecen el retorno de Cristina, o creen que contribuyen a la revolución social y maestras que no tienen nada que ver con esas pretensiones, pero aprovechan la situación para pasarla bien…
—¿Pasarla bien?
—Sí, pasarla bien… no trabajar y cobrar… Y a todo eso lo presentan con el eufemismo de planes de lucha… ¿planes de lucha de qué? Se supone que la lucha significa una resistencia, un riesgo… Acá lo único que arriesgan estos huelguistas crónicos es la educación de los chicos.
—A mí lo que no me cierra -digo- es ¿por qué los enfermeros y policías tienen un nivel de ausentismo mucho más bajo que los maestros?… ¿o es que los policías o los enfermeros no se enferman? Lo otro que me preocupa es ¿por qué otros empleados estatales arreglaron con el gobierno de Vidal menos los sindicalistas docentes?
—¿Qué me cuentan de lo de Messi? -pregunta José, deseoso de cambiar de conversación.
—Es la peor noticia que recibí en los últimos años -se queja Abel.
—Pobre país -digo-, la peor noticia es la suspensión de un jugador de fútbol que, dicho sea de paso, creo que se la merece.
—Tanto se la merece que no faltan quienes dicen que se largó a insultar a los árbitros a propósito, es decir buscando que lo suspendan.
—Eso me parece un disparate… Es más, me resulta sospechoso que le den con cuatro fechas por la cabeza…
—Algo anda mal en nuestra Selección si todo depende exclusivamente de un jugador. Yo no niego la genialidad de Messi y la diferencia que ello significa en un partido, pero como los hechos lo demuestran, y lo demostraron en el partido con Chile, cuando el equipo no funciona, Messi tampoco funciona.
—Yo respeto la ley y a los que cometen infracciones que los sancionen como corresponde, se llame Messi, se llame Maradona o se llame Juan Pérez -sostiene Marcial.
—Yo desconfío. Messi tiene un comportamiento excelente como jugador, es más, en todos los partidos lo cagan a patadas y se las banca como un señorito. Sin embargo, por un supuesto insulto que el juez de línea no denunció, la Fifa, ejemplo de ética y honradez, le da con cuatro fechas por la cabeza… Esto no es contra Messi, es contra la Argentina -afirma Abel.
—No comparto -digo.