Los muchachos miran las imágenes de la televisión. Ya pasó la hora de los goles y los correspondientes comentarios acerca de la selección nacional y el nombre del nuevo director técnico; ahora, lo que está en pantalla son las escenas protagonizadas el domingo a la noche por los maestros y la policía frente al Congreso de la Nación.
—No sé qué van a decir ahora ante este episodio inaudito de represión -exclama José- que se aferra al pocillo de café como si fuera un amuleto.
—A mí me resulta muy desagradable -musita Abel- diga lo que se diga para ningún país es bueno que repriman a los maestros.
—Yo me voy a permitir disentir en toda la línea -interviene Marcial- en primer lugar, porque de acuerdo con lo que estoy viendo daría la impresión de que los reprimidos son los policías y no los maestros… tengo presente además que en la “salvaje” represión de la policía a los piqueteros enmascarados que pretendían convencer con cadenas y garrotes a los ciudadanos acerca de la conveniencia de adherir a la huelga, los únicos lesionados fueron los policías.
—Marcial, cortala; ya que te pongas del lado de los botones es el colmo.
—¿Y de qué lado querés que me ponga… de Baradel… de Yasky… de esos energúmenos profesionales de la huelga? Pregunto además: ¿los policías no tienen derechos?
—La policía no puede reprimir.
—¿Y quién te dijo que no pueden reprimir? ¿Para qué carajo están si no pueden hacer eso? En cualquier país del mundo insultar a los policías, agredirlos, apedrearlos es una falta o un delito… menos en la Argentina donde todos en general y los maestros en particular se sienten autorizados a arderlos a puteadas…
—Si seguís en ese tono me vas a hacer llorar… ahora resulta que los canas son unas tiernas ovejitas que soportan las agresiones de lobos disfrazados de maestros.
—No son tiernas ovejitas. Y, además, no se les paga para eso. Sobre sus cagadas ya nos hemos cansado de criticarlos y hay que seguir haciéndolo, pero ello no habilita a las patotas de Baradel hacer lo que se les da la gana.
—No son patotas, son maestros reclamando por sus salarios.
—Son maestros con comportamientos de patoteros… y te estoy concediendo mucho… porque en realidad tengo mis serias dudas que sean maestros.
—Lo son.
—Si lo son quisiera saber sus nombres.
—¿Los vas a denunciar a la cana?
—No, quiero sus nombres y si es posible sus fotos para avisarle a mis amigos que no manden a los chicos con esas bestias peludas.
—Los maestros tienen derecho a levantar una carpa blanca para hacer oír sus reclamos.
—Y los chicos tienen el derecho a que les den clases.
—No es eso lo que está en discusión en estos momentos -responde José.
—Claro… no es lo que está en discusión… es que para ustedes la discusión sobre la educación de los chicos nunca está presente… a los Baradel y compañía les gusta más jugar a los dirigentes sindicales y ensayar roscas e intrigas que preocuparse por lo que se deben preocupar.
—El punto real del debate hoy es la represión; no se vayan por las ramas.
—Y yo digo -refuta Marcial- que el Estado tiene derecho a exigir que se respeten las leyes… si no todo es joda… ¿cuesta tanto entender que por razones de orden público no se puede ni se debe permitir que de buenas a primeras los sindicalistas docentes, a los que la “compañera” María Eugenia Vidal los mandó a la lona, levanten una carpa para seguir jodiendo?
—¿Está prohibido protestar acaso?
—No, lo que está prohibido es no respetar las leyes y ordenanzas que regulan la ocupación del espacio público… no jodamos, hasta para organizar un cumpleaños hay que pedir permiso, pero resulta que los sindicalistas argentinos y sus piqueteros amigos creen que la ley vale para todos menos para ellos.
—Coincido con lo que dice Marcial -digo- Baradel y su séquito fueron derrotados por Heidi; a los muy guapos les torció el brazo y los mandó a la lona.
—Eso de la derrota corre por tu cuenta.
—No José, equivocado, todo corre por cuenta de los bolsillos de los contribuyentes, ¿o necesito explicarte que todos estos días de paro además de dejar a los chicos sin clases, salen mucha plata, un lujo demasiado caro para satisfacer los caprichos de chicos que juegan a ser revolucionarios y apuesta al retorno de “La que te dije”.
—Los maestros -responde José- no quieren ninguna revolución, quieren un sueldo digno.
—Los salarios no son buenos -digo- pero no son indignos… no jodamos… y las condiciones laborales de las maestras tampoco son indignas; lo que resulta indigno es esta gimnasia huelguística; lo que resulta indigno es dejar a los chicos sin clases.
—Gimnasia huelguística que siempre están dispuestos a practicar -digo- ahora, por ejemplo, debido a la supuesta represión del domingo a la noche, declararon otro paro.
—A esta altura del partido -murmura Marcial- sospecho con muy buenos fundamentos que estos maestros el problema que tienen no es el de los salarios y las condiciones laborales, sino que no les gusta laburar, así de sencillito… y van a aferrarse a cualquier pretexto con tal de no poner el lomo.
—Si de dar clases se trata -dice Abel- reconozcamos que los menos habilitados para hablar del tema son estos dirigentes sindicales, la mayoría de los cuales hace años que no trabajan, mientras que los más destacados se distinguen porque en su puta vida dieron clases… personajes como Baradel jamás de los jamases estuvieron frente a un aula.
—Eso que decís es infame y una verdadera injuria a los trabajadores docentes.
—Injuria, infamia y algo peor es arruinar el sistema educativo.
—Y ya que estamos en tema -pregunto- ¿alguien conoce alguna opinión de Baradel o Yasky acerca de las condiciones laborales de la maestros en el feudo o en la ínsula de Santa Cruz?
—Las ultimas declaraciones que escuché -dice Abel- son de la gobernadora, la compañera Alicia, quien después de estar escondida debajo de la cama, reconoció que la provincia está quebrada.
—¿Y quien la habrá quebrado? -pregunta Marcial- ¿será Magnetto, Lilita Carrió o el Gaucho Hormiga Negra?
—No cambien de tema…
—¿Quién cambia de tema? Estábamos hablando de la crisis educativa y por lo tanto menciono a la provincia en la que los maestros ganan chirola, son maltratados y, de rebote, los paladines de la protesta social no dicen una palabra a favor de ellos porque seguramente se trata de “maestros gorilas”.
—En esos términos los calificaron -recuerda Marcial- en los buenos tiempos de Juan Domingo, cuando por no usar el luto obligatorio o resistirse a reemplazar la frase “Mamá me ama” por “Evita me ama”, lo trasladaban al Congo o directamente los cesanteaban… sin embargo, los herederos políticos de aquellos tiempos, los mismos que ahora se quejan porque los miran de reojo, sobre esos temas no abren la boca.
—¿Hasta cuándo vamos a vivir del pasado? -se queja José.
—Yo recuerdo el pasado -responde Marcial- porque para ustedes los peronistas el pasado es un presente permanente… recordar el pasado para mí es por lo tanto librar una lucha política en tiempo presente.
—Según ustedes, los sindicatos no deberían existir, la huelga habría que borrarla de la faz de la tierra y a los dirigentes sindicales mandarlos a sembrar rabanitos a la Isla del Diablo.
—Lo que no deberían existir son estructuras sindicales fascistas.
—El gremio docente no tiene nada que ver con eso.
—Te corrijo: no tenían nada que ver, porque en la medida que se alejan de Sarmiento y se acercan a Baradel se parecen cada vez a las mafias sindicales.
—No comparto -concluye José.