—¿Qué me cuentan sobre lo que pasó en Córdoba? -pregunta Abel.
—¿Alguna cagada de De la Sota o de Mestre? -repregunto.
—No… no… no siempre son los políticos los que hacen desastres en este bendito país.
—Entonces no sé de lo que estás hablando.
—De lo que ocurrió en la cancha de fútbol, creo que en el estadio Kempes.
—Lo que yo sé -interviene José- es que jugaba Belgrano con Talleres y un hincha de Talleres estaba confundido entre la barra de Belgrano, lo descubrieron y lo tiraron de la tribuna, con tanta mala suerte que el pobre tipo cayó se golpeó en la cabeza y se murió.
—Equivocado -sentencia Abel.
—¿Y se puede saber por qué?
—Porque si bien es cierto que jugaban Talleres y Belgrano, como Belgrano hacía las veces de local la única hinchada permitida era la de ese club.
—¿Y entonces qué hacía ese muchacho entre la hinchada de Belgrano?
—Estaba allí por la sencilla razón de que era hincha de Belgrano desde toda su vida.
—Entonces no entiendo.
—Muy sencillo… un hijo de mala madre, es decir el tipo que hacia cinco años había matado a su hermano, lo empezó a insultar y no se le ocurrió nada mejor que acusarlo, con toda la mala leche del mundo, de ser hincha de Talleres, motivo por el cual le empezaron a pegar como en bolsa. El tipo, Emanuel Balbo se llamaba, desesperado empezó a correr para zafar de la paliza, llegó hasta una especie de baranda y allí los tiernos muchachos lo empujaron y lo tiraron al vacío… cayó sobre una escalera, se golpeó la cabeza y unas horas después murió.
—Lo que digo siempre -suspira Marcial- las canchas de fútbol son el estercolero de la sociedad, el lugar donde todas las bajas pasiones se expresan.
—Vos no podés condenar al fútbol por eso.
—Yo no condeno al fútbol, al deporte en el que 22 tipos corren detrás de una pelota, lo que condeno son las pasiones de la multitud, me da lo mismo que sea un partido de fútbol, una manifestación política o una procesión religiosa…. en todos los casos ese hábito de la sociedades de masas de juntarse como jauría a insultar, a gritar o a llorar como energúmenos produce resultados parecidos porque ese estado despierta en las personas lo más vil de ellos mismos.
—Yo no sería tan concluyente -digo- pero convengamos que en los estadios de fútbol hay problemas desde hace rato y el deporte como tal no es responsable, sino la gente.
—Lo que pasó con ese muchacho Balbo no tiene nombre -se queja Abel-; prácticamente, lo lincharon porque se sospechaba que era hincha de Talleres.
—¿Y si lo hubiera sido qué? -pregunto- ¿o ir a la cancha y sentase en una tribuna supuestamente equivocada significa que te condenen a muerte?
—Insisto: son bárbaros, canalla social…
—Pero son una minoría.
—No sé si son una minoría, sinceramente no lo sé… por lo que veo en el video todos hacen cola para pegarle, patadas, puñetes, escupitajos… incluso algunos lo hacen sin saber de qué se trata.
—Y lo más lindo de todo -agrego- es que ni siquiera es la barra brava oficial, estos tipos son hinchas “normales”, tipos que consideraban perfectamente justo tirar de una tribuna a un tipo porque se sospecha que no es de Belgrano sino de Talleres.
—Lo más escandaloso -observa Marcial, que habla con el diario en la mano- es que no sólo lo tiran al vacío, sino que cuando el tipo queda en el suelo sin conocimiento van y le chorean las zapatillas… ese detalle los pinta de cuerpo entero, eso es lo que son, ésa es el alma popular que tanto se pondera.
—No tomes agua -responde José- esos delincuentes no tienen nada que ver con el pueblo.
—Ah no… ¿y se puede saber con quién tienen que ver? ¿O son acaso intelectuales, a aristócratas, burgueses…?
—Yo corrijo -digo- en la cancha de fútbol hasta el más educadito y prolijo se transforma en una bestia. Creo que hasta es un lugar común recordar al tipo que durante la semana trabaja, lleva a sus hijos a la escuela, obedece a su mujer, saluda a los vecinos, ayuda a los cieguitos a cruzar la calle, pero cuando va a la cancha se convierte en una bestia.
—Yo no los entiendo -protesta José- ¿qué quieren proponer… suspender los partidos de fútbol?
—Eso no se puede hacer y, además, sería peor porque esas pasiones que se vomitan en la cancha las vomitarían en la calle, en los lugares de trabajo, en la propia casa. Como lo han probado los sociólogos, estos espectáculos son la excusa perfecta para que la gente se saque toda la mierda que acumula en la semana.
—La gente va a ver un partido y quiere verlo en paz; no tiene nada que ver con esas inadaptados.
—Vos perdóname, pero en una cancha de fútbol el inadaptado es el manso, el que cree que está en una sala de concierto… lo que digo es que muchos de los que creen que van sinceramente a ver un partido de fútbol en realidad van a vomitar, a liberar sus pasiones, complejos y resentimientos… no digo que haya que prohibir el fútbol, digo que no perdamos de vista nunca que el espíritu de horda es siempre perverso y siniestro.
—Lo tuyo me suena a medio elitista.
—Puede ser, pero prefiero un elitista dueño de su inteligencia y de sus actos que un supuesto “popular” transformado en una fiera.
—Yo no estoy de acuerdo con todo lo que dice Marcial -digo- pero sí creo que todo esto podría controlarse si los directivos de los clubes, los políticos y los sindicalistas no se valieran de esa gentuza para ganar votos, ganar elecciones en los sindicatos o mantenerse como directivos en un club… las barras bravas existen porque el poder las consiente y el poder las consiente porque las necesitan.
—Todo muy lindo -responde Marcial- pero resulta que los hijos de mil putas que mataron a Balbo ni siquiera estaban en una barra brava… lo hicieron porque son así…
—Perfecto… pongamos que son así… pero admitime también que la sociedad entera los condenó…. los ñatos que salen en el video están en cana y el famoso Sapito también está en cana… por su parte, el club pidió disculpas, condenó lo sucedido, y por su fuera poco, la sanción que le van a aplicar a Belgrano será ejemplar… o sea que no todo es impunidad…
—Yo creo que la reacción de la sociedad y la respuesta de las instituciones han sido buenas… pero lo que una vez más quiero destacar es que las multitudes, las masas movilizan lo peor de la gente… ya sé que su presencia es inevitable y a veces funcionan como válvula de escape, pero siempre les digo a mis hijos: vivan socialmente de tal manera que crean sin duda alguna que más de tres personas a su alrededor significan ya una multitud… vivan como individuos no como rebaño… prefieran la soledad o la compañía de muy pocos a la horda….
—No comparto -concluye José.