A pesar de todo, las elecciones francesas dieron el mejor resultado posible. Y digo “a pesar de todo”, porque nunca es una buena noticia que Marine Le Pen sea candidata para la segunda vuelta. A todo esto, habría que sumar la crisis objetiva de la V República, crisis expresada, entre otras variantes, por la declinación acelerada de sus dos grandes partidos políticos: los republicanos y los socialistas.
O sea que para el próximo 7 de mayo competirán en las urnas Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Todo hace pensar que Macron será el nuevo presidente de Francia, pero ya se sabe que la última palabra en materia electoral se conoce después de que se cuenten los votos.
Así y todo, que Fillon y Hamon -uno republicano y el otro socialista- hayan convocado a sus votantes, a las pocas horas de conocer el resultado de las urnas, a votar por Macron, permite suponer que la batalla está ganada. Es lo parecen confirmar las encuestas que le otorgan al joven candidato de “En Marcha” arriba del sesenta por ciento de los votos. Si así fuera, el destino de Marine no sería diferente al de su padre en 2002, cuando toda la Francia democrática y republicana -desde la derecha a la izquierda- se unió y votó por Jacques Chirac para frenar el acceso a la presidencia de la Nación del veterano combatiente en Argelia y desenfadado propagandista de las virtudes de la “República de Vichy”, es decir el régimen colaboracionista con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En estas elecciones se sabía desde hace por lo menos un mes que Le Pen pasaba a la segunda vuelta. Se discutía si saldría primera o segunda, pero estaba fuera de discusión que sería una de las opciones definitivas, porque el único partido que hoy en Francia dispone de una base electoral consistente, sólida, una base electoral que lo viene votando desde hace por lo menos veinte años, ese partido es el Frente Nacional de los Le Pen.
La otra expectativa política giraba alrededor de quién sería su oponente. ¿Emmanuel Macron o Jean Luc Mélenchon? Fue Macron, pero por una escasa diferencia de votos, por lo que se deduce que Francia estuvo a punto de contar con uno de los escenarios más dramáticos de su historia política: elegir entre una populista de derecha y un populista de izquierda, si es que los términos “derecha” e “izquierda” aún dicen o significan algo.
Para ser más claro: Le Pen o Mélenchon en la presidencia de Francia hubieran significado los funerales de la Unión Europea y probablemente algunos otros funerales más. Le Pen y Mélenchon tienen diferencias visibles, pero también inquietantes coincidencias: su odio al liberalismo, su rechazo a la Unión Europea, su desconfianza a la democracia representativa y un concepto parecido de “nación”.
Son esas coincidencias seguramente las que motivaron que Mélenchon se abstuviera de decir a quién deberían votar sus seguidores el 7 de mayo, duda previsible, porque como Marine muy bien lo sabe, muchos de esos votantes, para quienes las distinciones entre “izquierda” o “derecha” no les dicen mucho y en algunos casos nada, estarían dispuestos a votar por el Frente Nacional.
En la campaña electoral quedó fuera de juego Francois Fillon, el candidato republicano que hasta hacía ocho meses parecía ser el favorito, posición que perdió cuando se ventilaron los “beneficios “ obtenidos por su mujer y sus hijos ocupando cargos públicos que no le correspondían y a los que nadie los vio alguna vez ir a trabajar (“ñoquis” como decimos acá), beneficios adquiridos por su exclusiva condición de parientes de primer grado.
Lo que se inició como una denuncia casi anecdótica, a lo largo de la campaña adquirió nivel de escándalo, al punto que los grandes patriarcas del partido en algún momento le dijeron a Fillon que se bajara, sugerencia que no admitió. Salió tercero, un puesto honorable de todos modos, habida cuenta de los “contratiempos” que debió soportar. Una acotación al margen, y no a favor de Fillon precisamente pero sí a favor de comparar contextos y asombrarnos si es que podemos permitirnos ese sentimiento: en la Argentina a un candidato acusado como lo fue Fillon no le hubiera despeinado el jopo.
Fillon era el candidato neoliberal por excelencia. Para que se entienda, porque en los últimos tiempos hasta los seguidores de Keynes fueron acusados de neoliberales, el candidato de Republicanos nunca dejó de ponderar a Margaret Thatcher. Inteligente, talentoso, con algo de carisma, pero ese afán compulsivo de los hombres del poder por favorecer a sus familiares le costó su carrera política.
El candidato del sistema pasó a ser el “pibe” Macron. Tiene 39 años y un currículum que deslumbra. Egresado de la Escuela de Administración Nacional, forjadora de presidentes y algo más que presidentes. Tesis académica acerca de Maquiavelo y Hegel; colaborador de Paul Ricoeur, aficionado a la literatura y a la música, se engañaría, de todos modos, el desprevenido observador si creyera que sería algo así como un típico intelectual francés “descolgado de la realidad”.
Sus relaciones con Proust y Joyce y sus incursiones por los laberintos de Hegel y los precipicios de Heidegger, no le impidieron desarrollar una meteórica carrera financiera al lado de Rothschild. Y probar que en el escabroso mundo de las finanzas tenía “uñas pa’guitarrero”, como lo demostró dirigiendo la compra multimillonaria de una filial de laboratorios Pfitzer por parte de Nestlé, operación que fue calificada como excelente y que le permitió, dicho sea de paso, hacerse millonario.
Tal vez estos datos y estas habilidades fueron lo que motivaron a Francois Hollande para convocarlo como ministro de Economía, cargo que desempeñó demostrando que se podía ser liberal y socialista al mismo tiempo, tarea que desempeñó con tal esmero que el propio Sarkozy le propuso afiliarse al partido de los Republicanos, una boutade del político conservador íntimamente fastidiado por considerar que Macron le “robaba” el libreto.
Como para culminar con esta breve radiografía política, un dato anecdótico que a veces dice más que cualquier sesuda consideración teórica. A los diecisiete años Macron se enamoró de su profesora de literatura, 24 años mayor que él, casada y con tres hijos. Pues bien, esa profesora es su actual esposa, matrimonio que se consumó unos años después y luego del previsible escándalo que armaron los padres de Macron fastidiados porque el hijo caía en manos de “esa mujer”. El escándalo debe de haber sido importante, porque el joven Emmanuel lo mandaron a París a vivir con su abuela Germaine, quien enterada de lo sucedido se puso del lado de su nieto y operó como una eficaz Celestina. Emmanuel y Brigitte, Brigitte Trogneuax, se casaron y no sé si fueron felices y comieron perdices, pero lo cierto es que hasta el día de hoy siguen juntos y las malas lenguas afirman que ella es la que le escribe y le corrige los discursos, le advierte cuando habla de más o de menos, le señala qué debe responder en una entrevista o qué color de corbata combina mejor con el saco. Hoy Macron tiene 39 años y Brigitte 63. Exactamente el ejemplo inverso de ciertos políticos que apenas llegan al poder se divorcian de su antigua mujer y se enganchan con alguna jovencita veinte o treinta años menor que ellos. No sé si la anécdota deja alguna moraleja, pero tampoco me atrevería a afirmar que es políticamente neutra.
Por lo pronto, el debate entre Macron y Le Pen promete ser intenso. Marine insiste en que es necesario salir de la globalización que “como un elefante está poniendo en peligro nuestra civilización”. Emmanuel promete continuar en la Unión Europea, sostener los beneficios de la libertad política y económica y esforzarse por compensar las virtudes del mercado con los controles del Estado. Fácil decirlo, no tan fácil hacerlo, pero palabras más palabras menos, Macron se propone ser el candidato del centro para impedir que Francia gire hacia la ultraderecha.
¿Podrá lograrlo? Las encuestas dicen que sí, pero no olvidar que Le Pen no admitirá ser colocada cómodamente en la ultraderecha. A diferencia de su padre, exhibe más cintura política o su capacidad de oportunismo es más amplia. El 7 de mayo conoceremos el desenlace de este duelo.