Si bien las encuestas se empeñan en darle a Emmanuel Macron una cómoda ventaja de más de veinte puntos sobre Marine Le Pen, hay motivos para suponer que esos pronósticos merecen por lo menos matizarse o relativizarse. Dicho con otras palabras, los asesores del joven candidato de “En marcha” deberían recordarle que nunca es conveniente ponerse el traje de ganador antes de tiempo.
Los simpatizantes de Macron estiman que para la segunda vuelta es muy probable que se reedite la coalición social que en 2002 permitió juntar desde la derecha hasta la izquierda, desde troskistas hasta conservadores, contra Jean Marie Le Pen y a favor de un Jacques Chirac, transformado en el garante de la Quinta República. Como dijera un veterano periodista fogueado en las refriegas políticas de la posguerra: “La tradicional e influyente burguesía bohemia (bobo) de Francia vivió su mejor hora”.
Como se recordará, en aquel momento más del ochenta por ciento de los franceses impidieron el triunfo del Frente Nacional. La derrota fue tan contundente que prácticamente aceleró el pase a cuarteles de invierno del viejo Le Pen. Quince años después no hay razones para ser tan optimista. Hoy Macron -según las encuestas- supera el sesenta por ciento de los votos, pero precisamente son algunas de estas encuestas las que advierten que esa diferencia se está achicando, no se sabe si de manera alarmante, pero a un ritmo que cualquier político prudente debería tener en cuenta.
Por lo pronto, Marine Le Pen se muestra mucho más flexible que su padre. Oportunista o no, abre juego hacia la izquierda y hacia los partidos centristas. Que el señor Jean Luc Mélenchon no defina por quién votar -por lo menos hasta el momento de escribir esta nota no lo ha hecho- demuestra no sólo un “cambio” en ciertas corrientes, de lo que se califica como la izquierda populista, sino también un hecho social más visible, consistente en que más allá de los dirigentes políticos, sectores sociales significativos de la base social de la izquierda ya no miran como “el enemigo principal” a Le Pen.
Mélenchon en 2002 se manifestó como un dirigente decidido a jugarse el todo por el todo para impedir que Jean Marie Le Pen llegue a la presidencia. Hoy lo menos o lo más suave que se puede decir es que se manifiesta con mucho más prudencia. Y esa prudencia es una expresión -tal vez no lineal pero expresión al fin- de sectores sociales, que tampoco están del todo convencidos de que Le Pen en Francia -padre o hija- sean un catástrofe nacional.
Movimiento obrero y conservadores
No deja de ser sintomático, en ese sentido, que en el movimiento obrero Marine obtuvo el 37 por ciento de los votos, tres o cuatro puntos más que el porcentaje más elevado que en sus mejores tiempos cosechó el influyente Partido Comunista en esta clase social. Seguramente los cientistas sociales ya estarán estudiando qué pasa con una clase obrera, que en su momento votaba a candidatos comunistas y ahora un sector de ella vota sin culpas por los candidatos del Frente Nacional.
El pasado 26 de abril, Macron y Le Pen se hicieron presentes en la fábrica Whirlpool que está por trasladarse a Polonia. Según las crónicas, los dos candidatos fueron bien acogidos, pero con una diferencia: Macron recibió silbatinas, perjuicio que no alcanzó a la impetuosa Marine apoyada, según narra la leyenda, por obreros cuyos abuelos lucharon con las armas en la mano contra la ocupación nazi.
Pero no sólo hacia la izquierda Le Pen abrió juego. También lo hizo con los conservadores. Y el ejemplo más emblemático es el de Nicolás Dupont-Aignan, alcalde de la localidad de Yerres, dirigente conservador al que Marine le prometió designarlo primer ministro a cambio de algunas concesiones políticas. Dupont-Aignan no es el principal dirigente de los conservadores, pero tampoco es un político menor. Asimismo, el hecho de que se haya establecido una alianza con él, significa que entre los sectores medios urbanos las propuestas del Frente Nacional dejaron de ser considerada algo así como una catástrofe para Francia.
En general, la campaña de Macron se esfuerza por presentar al Frente Nacional como la extrema derecha, el fascismo racista antiislámico y antijudío en cualquiera de sus versiones. Lo que sucede es que a diferencia de su padre, Marine no está decidida a dejarse colocar en ese lugar. Convencida o no, asegura que no es de ultraderecha, y que más allá de encasillamientos ideológicos su principal preocupación es salvar a Francia de los “horrores” de la globalización y de sus consecuencias deseadas o indeseadas: las inmigraciones masivas, la desocupación y el terrorismo islámico.
Respecto de la inmigración y el terrorismo, se ha preocupado por racionalizar al máximo su discurso, despojándolo hasta donde le resulta posible hacerlo de calificaciones racistas o xenófobas. Incluso, los dirigentes más comprometidos con el negacionismo o las simpatías con los nazis, han sido prudentemente colocados en un segundo o tercer plano. Nada de ello impidió no olvidar que el lepenismo es el lepenismo -y en eso no hay vuelta que darle-, que en algún programa periodístico calificara con palabras tibias e incluso complacientes a la Francia de Vichy, declaraciones que los operadores de Macron se ocuparon de reproducir por todos lados para probar que efectivamente siguen siendo fascistas, afirmaciones entusiastas y tal vez sinceras, pero que un historiador podría relativizar observando que la Francia de Vichy fue más popular de lo que los franceses democráticos de hoy en día estarían dispuestos a aceptar.
¿El mal menor o el lobo feroz?
Si viviera en Francia y estuviera en condiciones de votar, sin duda que lo haría por Macron, más allá de las dudas que me despierte el candidato. La opción por el mal menor en Francia es una institución política que goza de buena salud, fortalecida además por el régimen de ballotage que habilita ese tipo de voto.
Dicho esto, digo a continuación que Macron no se confíe en las encuestas o que una vez más se repetirán los alineamientos de 2002. Por el contrario, puede haber sorpresas y sorpresas desagradables, porque no de otra manera merecería calificarse una victoria de Le Pen. Que esto ocurra no es lo más seguro, pero un político no puede descartar esa posibilidad y actuar en consecuencia.
La elección tiene como toda elección un componente ideológico, pero para una mayoría nada despreciable de votantes las opciones fascismo-antifascismo, libertad u opresión, globalización democrática o nacionalismo xenófobo; Estado o mercado, no les dice absolutamente nada. El francés medio, como la mayoría de los votantes en las sociedades democráticas, vota atendiendo a sus prejuicios, miedos, deseos, resentimientos y necesidades inmediatas: empleo, salarios, calidad de los servicios públicos y seguridad.
Muchos franceses que no son fascistas ni racistas, simpatizan sin embargo con Le Pen y recelan y repudian a lo que califican como la burocracia política y particularmente la burocracia de la Unión Europea. Ni los socialistas ni los conservadores republicanos les despiertan confianza. Y Macron, justamente, es el emergente de esa crisis de confianza dentro de la tradición republicana.
En ese sentido el Frente Nacional de los Le Pen es presentado como el mal a evitar y algo de razón hay en esa advertencia. Lo que sucede es que después de veinte años de advertir contra la llegada del “lobo feroz”, sectores sociales amplios empiezan a acostumbrarse a la presencia del lobo y hasta sospechan que no debe de ser tan malo como lo pintan, sobre todo cuando advierten que el pastor además de haberse enriquecido es mentiroso.
Se dirá que el lobo siempre es el lobo y que los pueblos que han desobedecido esa advertencia han pagado un precio muy caro. Puede ser. Pero convengamos que todo esto se relativiza cuando quienes deben asegurar paz, orden y beneficios no lo hacen como corresponde y además han perdido afecto y credibilidad. Como alguna vez dijera Tocqueville, la responsabilidad de ciertos desastres sociales no siempre deben atribuirse exclusivamente a los “malos”, sino que más de una vez la culpa es de aquellos que defendiendo las causas buenas lo hicieron mal y dejaron abiertas todas las puertas para que llegara lo peor.