La Francia republicana y democrática finalmente se hizo ver. Las encuestas después de tantos fracasos esta vez acertaron. El centro político se impuso a la extrema derecha o, para evitar rótulos con las complicaciones teóricas que acarrean, Emmanuel Macron le ganó por goleada a Marine le Pen. Las multitudes que este domingo salieron a la calle a festejar la victoria del joven candidato, celebraban no tanto a una persona en particular como a un modo de vida del cual los franceses de una manera a veces discreta, a veces ruidosa, están orgullosos.
Para las legislativas de junio, la tercera vuelta como calificara un analista, las posibilidades de Macron se multiplican. La geografía política no deja mentir: sobre 101 distritos ganó en 99, mientras que Le Pen sólo pudo imponerse en dos: Aisne y Pas de Calais, ubicados al norte de Francia y con serios y persistentes problemas de inmigración. Conviene recordar que en la primera vuelta el Frente Nacional se había impuesto en 47 distritos, de lo que se deduce que colocados en la opción de hierro de elegir entre lo malo conocido o lo bueno por conocer, los franceses se quedaron con la primera opción, un homenaje a la sensatez y a ciertos valores que han distinguido a Francia desde 1789 a la fecha y que, de una manera a veces sinuosa a veces contradictoria, recorre el itinerario histórico de sus diferentes repúblicas.
Macron es el presidente más joven de la historia de su país. Un detalle, pero un detalle a tener en cuenta. Su juventud incluye una intensa experiencia intelectual, política y como funcionario. A sus relaciones con la banca Rothschild, su pasaje por el Ministerio de Economía convocada por Hollande, su actividad como funcionario de prensa donde se destacó por su talento, sentido del humor y capacidad para lidiar con todos los periodistas, le suma una notable audacia política y sobre todo, olfato para percibir la temperatura de cada coyuntura. Seguramente a todas esas virtudes le sumó aquella a la que Maquiavelo le otorgaba tanta importancia: la fortuna, esa azarosa e inmanejable combinación de circunstancias favorables que en la mayoría de los casos suelen decidir una carrera política.
Azar y fortuna
Como se dice en estos casos, a Macron los planetas se le alinearon favorablemente. O para ser más precisos, la impotencia política de Hollande, la crisis, tal vez terminal, de los dos grandes partidos de la V República y la inquietante acechanza del lepenismo, crearon las condiciones favorables para su candidatura. Nada de ello de todos modos habría sido posible, si Macron no hubiera sumado su talento y audacia. El azar, la fortuna, crea oportunidades, abre posibilidades, pero después todo depende del político, de lo que haga o deje de hacer.
Rastreando la biografía política de este muchacho, registro que su ingreso a las ligas mayores de la política lo hizo de la mano de ese maestro ejemplar del socialismo francés que fue Michel Rocard. Es un detalle por supuesto, pero es un detalle sugestivo. Rocard fue la mente más lúcida del socialismo francés y uno de sus políticos más sagaz, honorable y talentoso. El primero en sostener que si el mundo había cambiado, el socialismo debía cambiar. Y hasta tuvo el coraje de plantear la disolución del partido para construir una fuerza política más amplia, más actualizada, más moderna. Y esto lo hizo sin renegar en ningún momento de su identidad socialista a la que pertenecía por tradición desde hacía más de cinco décadas. Fracasó. Pero a un año de su muerte, por esas vueltas de la vida, un discípulo suyo llega a la presidencia. ¿Casualidad? Es probable, pero se me ocurre que algún eslabón de causalidad actuó en este proceso.
El lepenismo y el futuro
Marine le Pen admitió la derrota y a las pocas horas de concluidos los comicios felicitó a Macron. Un gesto. Un gesto que, por ejemplo, no lo tuvo nuestra Señora en la Argentina, quien se negó a cumplir con el ritual republicano de la alternancia. Una de las primeras declaraciones de Marine apuntó a destacar la necesidad de reorganizar el Frente Nacional, de reconstituirlo sobre otras bases. No es tonta ni mucho menos. Los hechos le están demostrando que las posibilidades de la fuerza política construida por su padre tiene un límite que parece ser infranqueable. Por lo tanto, si lo que quiere es ser presidente de Francia, deberá abrir acuerdos hacia el centro político, cosa que intentó hacer en estas semanas sin resultados a la vista. Transformar a un partido político de derecha en centrista no será tarea fácil. El Frente Nacional es dueño de una identidad, identidad que así como se presenta como un límite para acceder a la presidencia, es también la responsable de haber obtenido más de once millones de votos. ¿Cómo compatibilizar el discurso nacionalista, antiliberal y conservador con posiciones más abiertas? No será sencillo hacerlo, pero tampoco es imposible.
Le Pen padre obtuvo en la segunda vuelta contra Chirac el 17 por ciento; su hija lo duplicó con el 35 por ciento. Cifras a tener en cuenta. Por su parte, Chirac en su momento obtuvo más del 80 por ciento, mientras que Macron no llegó al 70 por ciento, ¿esto quiere decir que, por ejemplo, en 2022 Le Pen llegará a la presidencia? Ni tan poco ni tan mucho. O, como dijera el personaje literario de Zorrilla: “A cuan largo plazo me lo fiais”.
En política el futuro no está escrito, hay que escribirlo. En condiciones normales incluyendo los errores que pudiera cometer Macron, el Frente Nacional tiene serias dificultades para sumar la mitad más uno. Incluso si lo hiciera, sus reacomodamientos deberían ser tantos que del proyecto nacionalista, reaccionario y xenófobo acuñado por el viejo Le Pen quedaría poco y nada.
De todos modos, como nada es imposible en política, el mejor consejo que se le debe dar a Macron es que gobierne bien, que le demuestre a la inmensa mayoría de franceses que la opción democrática y republicana es no sólo el mal menor sino la mejor. No olvidar al respecto, que Macron llega al poder por sus votos, pero sobre todo por los votos prestados de más del cuarenta por ciento de los franceses que más que votarlo a él votaron en contra de Le Pen.
Por ahora la opción “Yo o el diluvio” ha funcionado. A los franceses mayoritariamente les espanta el lepenismo. Y está bien que así sea. Mas no se debe perder de vista que desde su fundación a la fecha esta fuerza política ha ido creciendo. Que todos los años un porcentaje si se quiere chico de franceses emigra hacia el Frente Nacional. La república es valiosa, la democracia también lo es, pero las sociedades exigen resultados prácticos, respuestas concretas a temas concretos. Macron lo sabe, pero también Hollande y Sarkozy lo sabían e hicieron poco y nada para satisfacer esta demanda.
En Francia hay problemas y en algunos casos esos problemas son muy serios. El lepenismo es la respuesta política equivocada, si se quiere, a esos problemas y sobre todo a esa falta de respuestas a los problemas. Si Le Pen en algún momento llegara al gobierno no va a ser tanto por sus virtudes como por los defectos, vicios e impotencia de quienes tenían el deber político de defender las buenas causas.
Dicho esto corresponde otra advertencia: en Francia hay problemas como en cualquier país del mundo, pero sus logros y virtudes siguen siendo superiores. Los franceses que mayoritariamente votaron por Macron no lo hicieron por adhesión a una suerte de fetichismo democrático. Lo hicieron porque de una manera a veces consciente a veces no tanto, reconocen que esta Francia republicana, integrada a Europa, con protección social, innovación tecnológica, capacidad exportadora, respeto a la dignidad de las personas y libertades civiles y políticas merece defenderse.
Los franceses en definitiva podrán estar muy enojados con sus diferentes gobiernos, pero no dan saltos al vacío porque presienten, saben, perciben que con esa decisión es más lo que pueden perder que lo que pueden ganar.