Cuando me entrés a fallar

Mi yerno y mi hija viajaron a Buenos Aires para participar en la marcha contra la libertad a los genocidas -comenta José.

—Qué gente divertida -responde Marcial- habiendo tantas cosas lindas para hacer en Buenos Aires.

—Cumplir con un deber cívico no sé si es lindo pero es una satisfacción.

—Habrá que ver qué se entiende por deber cívico, reflexiona Marcial.

—Yo no me voy a internar en esas profundidades -dice Abel- pero sinceramente no me gusta que los asesinos salgan en libertad o nos olvidemos de lo que hicieron.

—Pero es que el fallo de la Corte no dice que los asesinos salgan en libertad. Es un fallo que toma en cuenta el antecedente constitucional, el fallo de la Corte no obliga a la ley más benigna y actúa en consecuencia.

La consecuencia es que quedan libres.

—Quedarían libres sólo a los que les corresponda, pero además, quiero señalar dos cosas: la posible libertad no anula el delito, siempre serán criminales y en segundo lugar el fallo de la Corte no obliga a las otras instancias judiciales, no es vinculante como le gusta decir a los abogados… o sea que no jodamos ni exageremos, el fallo no es el equivalente a una apertura indiscriminada del portón para que salgan todos.

—Yo no lo tomaría tan a la ligera -digo- el fallo no salió de casualidad, salió con algunos objetivos que, a juzgar por lo que está pasando, no se van a cumplir.

—¿Por qué no se van a cumplir? -pregunta Marcial.

—Porque la movilización popular ha sido intensa, porque el Parlamento ya tiene una media aprobación de una ley que prohíbe que el 2×1 alcance a los delitos de lesa humanidad, porque las Cortes de algunas provincias ya se opusieron, porque constitucionalistas, políticos y dirigentes sociales manifestaron su disidencia… en ese contexto, el fallo está prácticamente muerto.

—Al único que beneficiaría sería a Muiña.

—Muiña está en libertad desde hace rato. Precisamente ése es un dato que hace sospechosa la decisión o la oportunidad política de la Corte de tratar un tema que no era necesario y mucho menos prioritario.

—Yo sinceramente no entiendo qué se proponían los señores de la Corte.

—Para mí es muy sencillo -responde José- querían dejar libre a los genocidas.

—Vos que estás tan preocupado por los genocidas -acusa Marcial- deberías haberle dicho a tus queridos compañeros que deberían haberse preocupado por no designar a un señor como Milani en la comandancia en jefe.

—A lo que yo agregaría -digo- el estruendoso silencio de los supuestos defensores de los derechos humanos respecto de las matanzas que el régimen de Maduro comete en Venezuela.

—Yo con Maduro no me metería -se ataja José.

—Ya me doy cuenta de que no se meten -chicanea Marcial- ustedes son un caso serio… arman un escándalo mayor por la posible libertad de detenidos cuyos delitos se cometieron hace cuarenta años y se callan la boca por los crímenes que un tipo como Maduro comete en la actualidad… y no me vengan con el cuento de la conspiración imperialista porque si Maduro se sostiene en el poder es gracias a Estados Unidos que le sigue comprando petróleo.

—Yo sinceramente creo que la Corte se equivocó, mejor dicho, se equivocaron los tres jueces que votaron a favor del 2×1 -digo.

—Yo no sé si equivocaron por el fallo o se equivocaron al medir las consecuencias del fallo y en este caso cuando digo “consecuencias” me refiero a la movilización popular que despertó -dice Abel.

—Fue tan grande -digo- que hasta el gobierno nacional, el supuesto promotor de esta iniciativa debió tomar distancia.

—Yo creo que el gobierno nacional -dice José- no es el “supuesto” promotor… es el promotor.

—Eso lo decís porque sos peronista -acusa Marcial- y suponés que los jueces de la Corte son empleados de la Casa Rosada.

—¿Vos creés sinceramente que Macri no tiene nada que ver con este fallo?

—Yo no sé qué piensa el presidente sobre ese tema, pero de lo que estoy seguro es que el presidente no levantó el teléfono para decirle a los jueces que voten de una determinada manera. Por otra parte, si lo hubiera hecho, lo más probable es que lo hubieran mandado a la mierda.

—En la vida real las cosas no son tan groseras- advierte José- estas maniobras se preparan con más tiempo, con más sigilo, en conversaciones donde se prometen y se pagan favores.

—Lo que hay que pensar -digo- es que los jueces que votaron por el 2×1 efectivamente creen en la calidad de sus pronunciamientos. Yo no creo que Rosatti, por ejemplo, sea un cómplice de los asesinos o represores… conociéndolo, tengo la exigencia moral de creer que equivocado o no, está sinceramente convencido de lo que hizo.

—¿No es un tanto ingenua tu consideración?

—Prefiero ser ingenuo y no injusto.

—Yo por mi parte voy a decir algo que no es políticamente correcto pero debo decirlo.

—Métale sin vergüenza, don Marcial.

—Pienso que los represores detenidos son personas, tienen derechos y como tales deben ser tratados; pienso que algunos deben quedarse en cana pero otros, ya sea por razones de edad o porque los juicios que los condenaron dejan mucho que desear, merecen que su condena sea reconsiderada o, más que su condena, la disminución de sus penas; creo por último que sobre este tema no puede ser que todos terminen coincidiendo con Hebe Bonafini, creo que alguna vez debe cerrarse sin necesidad de que sea el almanaque el encargado de cerrarlo.

—Vos además de pertenecer a la derecha sos un reaccionario en toda la línea -acusa José.

—Yo no sé bien lo que soy -responde Marcial- pero lo seguro es que ustedes de revolucionarios no tienen nada o, mejor dicho, de los revolucionarios se han quedado con lo peor; la violencia, la corrupción, el fanatismo…

—A mí no me escandalizan las opiniones de Marcial -digo- porque si bien no las comparto, creo que hay un sector importante de la sociedad que piensa más o menos lo mismo y en una democracia todas las opiniones en principio deben ser respetadas.

—Las de los fascistas también.

—Habría que ver en este caso quiénes son los fascistas.

—Pienso en la señora Pando, por ejemplo,

—Arreglados vamos a estar en este país si las opciones son Pando o Bonafini, dos señoras que tienen más en común de lo que ellas mismas piensan.

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