Las elecciones de octubre son legislativas, pero los votantes poseen la certeza o la sospecha de que lo que se elige a través de los cargos en disputa es una opción que la podemos expresar atendiendo sus inquietantes matices, pero cuya manifestación más visible, la que estará presente en los ciudadanos al momento de emitir el voto, puede sintetizarse en los nombres de Macri y Kirchner.
Seguramente hay otras contradicciones u otras alternativas, pero las que con sus inevitables tensiones mejor conjugan los dilemas y las paradojas políticas en juego son las que manifiestan estos dos dirigentes. O, mejor dicho, estos dos símbolos que sintetizan las posibilidades, los límites y los alcances de la política conjugada en tiempo presente.
El antagonismo no es una invención o una manipulación de políticos astutos. «Macri o Kirchner» es una contradicción que está en la calle. Algunos la padecen, otros la disfrutan, pero en todas las circunstancias lo que no puede desconocerse es su existencia, porque en todos los casos posee la textura de lo real, porque pone en disputa nada más y nada menos que el poder y las consecuencias sociales y culturales que de allí se derivan.
En términos que ya son históricos, la opción «Macri o Kirchner» es la que estuvo presente en los comicios de fines de 2015, pero sobre todo es la que se manifestó con particular virulencia en el momento mismo de conocerse la victoria del candidato de Cambiemos. Como se recordará, apenas conocida la derrota de Scioli, la «polarización», la exacerbación del antagonismo, el kirchnerismo lo transformó en consigna. Se habló de «resistencia» y de «operativo helicóptero». La tendencia se perfeccionó hasta lo sublime o lo patético en el momento de traspasarse el poder. O en el momento en el que Cristina Kirchner, luego de unas secuencia de escenas en las que el narcisismo y lo autoritario oscilaron entre el ridículo y lo sórdido, decidió no transferir el mando.
No fue un detalle. O el capricho exclusivo de alguien que consideró que la presidencia le pertenecía como una propiedad. Por el contrario, fue la respuesta coherente y si se quiere previsible de un gobierno o, por qué no, de un régimen, que se propuso ir por todo y que, como el personaje de Bram Stoker, se creía eterno.
Negarse a entregar el mando significa desconocer y de alguna manera repudiar el ritual republicano de la alternancia. Nada más y nada menos. La decisión, entonces, más que un gesto o una manifestación de neurosis, fue un programa práctico de acción política: la voluntad empecinada, conspirativa y enconada de vaciar de legitimidad al nuevo gobierno.
Un año y medio después, esta polarización es central. Guste o no, Cristina Kirchner es la figura que cosecha más adhesiones en el peronismo. Que esta expresión política sea para algunos peronistas la de los mariscales de la derrota, es algo que deberá probarse, pero lo que no se puede desconocer es que la oposición real que hoy es capaz de desarrollar el peronismo, con sus contrastes y sus sinsabores, sus pasiones y oscuridades, se llama kirchnerismo. Y Macri no tiene la culpa de que así sea.
¿Está bien o está mal? No está ni bien ni mal, es así. Es lo que está en la calle y en el debate público. Es lo que el peronismo hoy está en condiciones de ofrecer. Puede que a los seguidores de Randazzo o Massa esta polarización les desagrade, pero más allá de conveniencias y especulaciones, lo que se hace difícil de desconocer es que en tiempo presente Macri y Kirchner son la contradicción que expresa con más intensidad y plenitud los problemas vigentes hoy en la Argentina.
Importa tenerlo presente: estas contradicciones están latentes en la sociedad, pero desde el punto de vista de la política se construyen. Y tal vez el rasgo que distingue la clarividencia política de la chapucería sea precisamente el de hacer realidad la contradicción que mejor exprese la lucha decisiva por el poder.
Esta contradicción es la que seguramente percibió el macrismo, que actúa en consecuencia. Nada que reprocharle. En política, elegir el adversario y llevar esa elección hasta las ultimas consecuencias no es una falta, sino un signo de sabiduría. Maquiavelo, Pareto y Weber seguramente aprobarían esta estrategia. Justas o no, estas contradicciones nos recuerdan la capacidad de la política para establecer síntesis que expresen los puntos centrales de conflictos en una sociedad. Por supuesto, ningún antagonismo político agota la diversidad de lo real. Mucho menos es eterno. Pero en el nudo de una coyuntura, en el filo de una crisis, este antagonismo ilumina, revela y otorga sentido.
Mauricio Macri puede ser responsable de muchas cosas, pero no es justo y mucho menos verdadero hacerle cargo de la existencia del kirchnerismo. Puede que sea la consecuencia, la respuesta que la historia urdió para poner limite a esta experiencia populista, pero no es culpable de los líderes que tiene el peronismo actual. Nada que reprocharse entonces. En las pujas democráticas por el poder, los políticos intervienen participando de polarizaciones inevitables.
Conviene recordar que la democracia no niega el conflicto: lo legitima, lo elabora y lo supera, pero no lo desconoce. El disenso, no el consenso, es el síntoma destacable de la sociedad abierta, sostiene Karl Popper. Todos aspiramos a la paz, a las sociedades justas, pero no todos tenemos la misma evaluación acerca de lo que significan la paz o la justicia. Agradable o no, en el mundo y en el tiempo que vivimos las aspiraciones más justas se despliegan en un campo de disidencias, conflictos y disputas. Lo opuesto a la pulsión del conflicto permanente no es el consenso permanente, sino la actividad política lúcida capaz de transitar del conflicto al consenso. Claro que el conflicto permanente no es una buena fórmula política, pero tan grave como alentarlo es negarlo cuando es inevitable. Winston Churchill algo sabía de esto.
¿Macri o Kirchner? No sé si así será en el futuro, pero la política se conjuga en tiempo presente y es en ese tiempo que los hombres estamos convocados a tomar decisiones. ¿Y decidir qué? Decidir acerca de los dilemas más urgentes y que los nombres de Macri y Kirchner expresan -a veces de manera clara, a veces de manera difusa- democracia deliberativa o democracia decisionista; acatamiento a la ley o acatamiento al líder; división de poderes o concentración de poder; globalización o nacionalismo; ciudadanía política y social o asistencialismo y clientelismo; libertad de prensa o prensa oficialista; derechos humanos para todos o derechos humanos para algunos; Estado de Derecho o Estado populista; economía libre o economía dirigida; austeridad republicana o corrupción política.
Cada una de estas opciones incluyen sus propios registros, pero en lo fundamental expresan los antagonismos reales que estarán presentes en los comicios de octubre y, de alguna manera, abrirán los tonos y los rasgos de los dilemas presentes para 2019. En todas las circunstancias al pueblo le corresponderá decidir. De todos modos sería deseable que los dirigentes tengan presente el consejo que en su momento dio Daniel Bell a un grupo de políticos que lo consultaron en una encrucijada semejante: «El futuro es de las masas… o de quien se lo sepa explicar correctamente».