Innecesario agregar más adjetivos respecto del atentado terrorista cometido por el extremismo islámico en la localidad de Manchester el lunes pasado y que provocó alrededor de 22 muertes con un número indeterminado de heridos. ¿Qué más se puede decir al respecto que ya no se haya dicho? En todo caso, lo que hay que preguntarse es qué es lo que se debe o se puede hacer, una pregunta que no es tan ingenua o sencilla como parece.
Repasemos. Por lo pronto, apenas se produjo el atentado, la mayoría de la gente supo que los responsables eran los terroristas islámicos. Previsible y repetitivo. El extremismo islámico hoy es el único en el mundo que comete atentados de estas características. No hace falta, por lo tanto, convocar a Hércules Poirot o miss Marple para arribar a esa conclusión. Efectivamente, horas después, se supo que el suicida era un joven de ascendencia libia con antecedentes de militancia extremista, él y su familia.
Respecto de la eficacia de los servicios de inteligencia, una a favor y una en contra. A favor, que a diferencia de la Argentina, por ejemplo, antes de las 24 horas estaba identificado el criminal y algunos de sus principales cómplices. En contra, que conociendo al personaje no hicieron nada para controlarlo; o si intentaron hacerlo, el sistema garantista impidió que se avanzara con más eficacia.
La tragedia se produjo. Los muertos esta vez fueron niños y adolescentes. Manchester y de alguna manera Inglaterra vive el duelo como puede. Al respecto, en los diferentes espacios públicos, desde celebraciones religiosas a estadios deportivos, se cumplió con el consabido minuto de silencio en solidaridad con las víctimas y sus familiares. Todo bien y correcto, siempre y cuando se tenga presente que la acechanza del terrorismo islámico no se lo combate con minutos de silencio.
¿Cómo combatirlo? Por lo pronto conviene destacar lo que no se debe y no se puede hacer. No se debe ni se puede meter a todos los musulmanes en la misma bolsa o suponer que esto se arregla expulsando a los musulmanes que, dicho sea de paso en el Reino Unido superan los cuatro millones de personas, un número que obliga necesariamente a hacerse cargo de que con esta comunidades se debe convivir y el debate abierto en todo caso es acerca de las modalidades, alcances y límites de esa convivencia.
Tampoco se puede impedir que “un loco” decida inmolarse. Esta tarea es imposible en las sociedades abiertas donde se respetan las libertades y se vive bajo el imperio de la ley. Ahora bien, puede que sea cierto que no se puede evitar que un tarado se inmole y mate indiscriminadamente, pero interesa destacar que los llamados “lobos solitarios” no son tales. Que existe una acechanza, que hay algo así como una “militancia terrorista” que incluye a combatientes que se sacrifican, clérigos que los alientan, millones de dólares que los financian y redes sociales que alientan a que “el loquito” realice su faena.
Sería deseable por otra parte que la comunidad musulmana ejerza una conducta más firme o más beligerante contra los terroristas que asesinan en nombre de Alá y Mahoma. Es verdad que muchos musulmanes condenan el extremismo islámico, pero no son pocos los que se expresan con un llamativo silencio. No sé qué se puede o debe hacer al respecto, pero está claro que si la comunidad musulmana mantuviera una conducta más firme en este tema, una gran parte de estos problemas podrían solucionarse o empezar a solucionarse.
El diagnóstico también es importante. Por razones tácticas o de prudencia los principales líderes de “Occidente” se resisten en calificar de islámico al terrorismo. La justificación de esta conducta es que se corre el riesgo de involucrar a todos los musulmanes o, peor aún, volcarlos a todos a la causa del extremismo.
No comparto o no estoy seguro de las bondades de esta estrategia. En principio, porque el diagnóstico, nos agrade o no el resultado, debe ser verdadero. Y en ese sentido no se puede desconocer la filiación islámica de los terroristas. Que existe en el Islam un costado, un fragmento o una veta que habilita y justifica estas conductas fanáticas y criminales. Como existe en todas las religiones, pero que en la actualidad se expresa con más virulencia en el interior del Islam. Como se dice en estos casos: no son todos, pero son.
Por otra parte, y en homenaje a la sinceridad y la modestia, debo decir que no soy quién ni somos quiénes para negarles identidad islámica a quienes viven, matan y mueren en nombre del Islam. Guste o no, el Isis, los talibanes, Al Qaeda, los señores de Hezbolá, los Hermanos Musulmanes, son islámicos. Por supuesto, hay otras maneras de relacionarse con el Islam, como hay otras maneras de ser cristiano, evangélico, o judío. Pero si nos equivocamos con el diagnóstico, las posibilidades de equivocarnos con las soluciones son mayores.
El otro error que es necesario despejar es el que estima que la pobreza es la responsable de estos crímenes. En principio, la biografía de los terroristas despeja esta suerte de justificación o coartada. En su inmensa mayoría estos buenos muchachos no pertenecen al mundo de los pobres, muchos de ellos han accedido a estudios y a posiciones económicas consistentes y no son pocos los que ni siquiera pertenecen a la tradición islámica, por lo que hay motivos para pensar que su decisión responde más a cuestiones ideológicas y culturales que a imperativos sociales.
Por otra parte, si efectivamente la pobreza tuviera alguna influencia, no se deduce que “automáticamente” la respuesta sea el extremismo islámico. Por lo tanto, lo más justo es decir que los terroristas islámicos son personas que “eligieron”, que han decidido hacer lo que hacen. Tal vez la única elección “libre” de su vida.
Debatir acerca de su psicología, si sufrieron en la infancia el maltrato de los padres o de la tía o si sus relaciones con su novia o su hermana fue conflictiva o frustrante, es un ejercicio teórico banal desde todo punto de vista. Banal e impotente. Y lo más grave aún, una coartada que por un camino o por otro termina justificándolos.
Mucho más interesante resulta abrir un debate acerca de los “complejos” de la clase dirigente de las sociedades abiertas. Por ejemplo, la suerte de culpa respecto del colonialismo. La expiación en este caso deja abierta una puerta y a veces un portón para justificar el terrorismo islámico.
Desde este punto de vista, los crímenes de Manchester o de Charlie Hebdo, serían una respuesta tal vez exagerada, -tal vez algo injusta- a las atrocidades del colonialismo. Con semejante razonamiento, no nos debería extrañar que los terroristas estén chochos de la vida. Equivocados o no, sus crímenes son “en última instancia” justos para los tribunales de la historia. Asesinan a inocentes, pero están justificados.
Responsabilizar al colonialismo de los siglos pasados por las atrocidades de Manchester es tan injusto, paralizante y disparatado como justificar los crímenes y las injusticias de la humanidad en nombre del pecado original. No viene al caso ahora meternos en las escabrosidades de una discusión acerca del colonialismo o el expansionismo de los hijos de Alá a lo largo de la historia. Supongo que alcanza con saber que los problemas que tenemos hoy responden a procesos sociales, culturales y políticos contemporáneos que como tales deben ser elaborados en tiempo presente Por ahora, nos alcanza con saber que al terrorismo islámico no se lo combate con complejos de culpa o con minutos de silencios.